Capítulo 37

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El olor a alcohol me invadió las fosas nasales y casi llegó hasta mi garganta, haciéndome arrugar la nariz y carraspear. Comencé a abrir los ojos poco a divisé una silueta junto a mí.

—Natasha... —susurré. Pero la voz que respondió a mi llamado no fue la misma que había escuchado antes.

—¿Ya estás bien, Wands?

Me tañé los ojos y luego parpadeé repetidas veces para aclarar mi vista. Carol tenía un algodón en su mano izquierda y la mirada bien puesta en cualquier cambio en mi expresión.

—¿Dónde estoy? —pregunté mirando a mi alrededor, pero al instante hubo otra pregunta más importante y volví a pasar la mirada por el lugar, pero esta vez con desesperación—. ¿Dónde está Natasha?

—Tranquilízate, dime que estás mejor —insistió Carol—. Estás en la parte trasera del salón.

—¡Estoy bien! ¿Dónde está Natasha? —el lugar estaba más oscuro que alumbrado, pero lo suficientemente claro como para examinar cada rincón.

La boca comenzó a temblarme con un "No" inquieto en los labios por temor a que todo hubiese sido sólo una alucinación en mi cabeza.

Tomé a Danvers del cuello de su camisa, inclinándome hacía ella y percatándome de que estaba recostada sobre un sofá viejo con olor a humedad.

—¿Dónde está Natasha? —casi grité, desesperada, creyendo que me estaba volviendo loca, si es que aun no lo estaba.

El silencio de Carol me hizo pensar lo peor y sentí que el corazón se me encogía acongojado en el pecho.

—Ella está... está hablando con una chica, justo afuera de la habitación —dijo y los ojos se me abrieron como platos. Mi corazón le ganó al pensamiento en mi cabeza y revivió con estruendosos latidos golpeando contra mis costillas.

Me levanté del sofá, como impulsada de éste e ignoré el lacónico mareo que me sucumbió la cabeza. Caminé agitadamente hasta la puerta del lugar y estando entre abierta logré ver lo que mi corazón pedía a gritos volver a sentir. Reconocería aquella espalda entre millones y no dudé en salir a su encuentro, pero el nombre que pronunció me congeló los pies en el mismo sitio sin músculo movible alguno; trayéndome a la memoria el segundo antes de desmayarme.

—Maria, y-yo... —tartamudeó un poco, pero volver a oír el sonido de su voz fue como para un ciego volver a ver la luz del sol—. Es que no te entiendo.

—¿Qué es lo que no comprendes, Nat? —la voz de la chica me incitó a fijarme en ella; tenía el cabello negro, su boca ancha al igual que su frente y su nariz chata la hacían lucir como una muñeca Barbie, pero de alguna marca que ocupara el segundo lugar en ventas, lo suficientemente opacada por el primer lugar para no subir nunca a ella—. Te lo estoy diciendo de la manera más sencilla que puedo —continuó—. Terminar fue un error, ¡me afectó tanto cuando me enteré que te habías ido! —dijo, con fingida melancolía, hasta yo pude notarlo.

Así que ella era Maria. Cuando recordé lo que Natasha me había contado, casi quise salir a arrancarle los pelos con mis propias manos.

—Wands —Carol me llamó pero no me moví, seguí allí, tras la puerta, escuchando y viendo todo.

—Mar... —Natasha tardó un momento en continuar y luego habló despacio—, cuando estábamos juntas, todo lo que yo te dije era sincero y real. Fuiste la novia que más... quise —volvió a silenciar y junto a aquella falta de sonido, mi corazón se desplomó.

¿Ella aun la quería? Miré el rostro de Maria, extasiado de alegría, mientras la sonrisa le crecía cada segundo un poco más.

¿Qué sentido tenía ahora la alegría de que mi locura haya funcionado? ¿Qué había de esperanza en tenerla justo allí si en realidad seguía lejos su corazón? No había nada si ella aun quisiera a Maria. Nada.

El manual de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora