Capítulo 14

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Lo fulmine con la mirada queriendo taparle la boca en ese instante, las manos comenzaron a sudarme ante la posibilidad de quedar en evidencia.

—E-en... m-m-mi amiga que... d-deje en Nueva York—inventé.

—¿Qué clase de amiga? Cualquiera podría enamorarse de una amiga—inquirió.

—Enamoramiento no, Peter—especifique de nuevo. Natasha solo se mantenía en silencio, pero atenta—. Y es una amiga mm... m-muy cercana y...—no sabía cómo seguir con mi mentira—a una amiga también le gusta, entonces...

—Tienes miedo de perder la amistad de tu amiga por haberte fijado en la misma chica que ella—completo Peter.

—¡Exacto!

—¿Quién se fijo primero en la chica? —me pregunto Peter.

—Ella—musité con pesar.

—Pero tu ya te fuiste de Nueva York, ya no importa ¿o sí? —dijo Natasha quien había estado como una estatua hasta ahora.

—Mm...—murmuré.

—Igual yo creo que lo hubieras hablado con tu amiga en vez de especular tú sola las cosas y castigarte a ti misma—interrumpió Peter—. Digo, no era su novia y ella no era tu mejor amiga—se encogió de hombros.

Me solté a reír. Tanto Natasha como Peter se me quedaron mirando extraño. Si Peter supiera a quién me refería, no hubiera dicho lo último.

—¿Qué es gracioso? —pregunto Natasha.

—Nada, solo que... nada—no se me ocurrió nada para justificarme, espero no le den importancia.

—¡Mira, Wands! —me dijo Peter— ¿Ese lugar no te parece ideal para una fotografía? —apuntó hacía un edificio que realmente estaba ubicado en una muy buena vista.

—Que buen gusto tienes, Pete—concordé—. Creo que le tomaré una.

Saqué con la mano libre la cámara de mi bolso y luego me quedé en silencio y sin actuar, tímida porque Peter aun mantenía su mano atada a la mía.

—Peter, creo que Wanda necesita sus dos manos—farfulló Natasha.

—Oh, cierto. Discúlpame —enrojeció un poco y soltó mi mano a la que inmediatamente le pegó el aire gélido del medio día.

Le sonreí y apunté el lente de la cámara hacía el monumento para sacar la fotografía.

—¿Una rosa para la dama? —musité alguien detrás de mí.

Me giré y vi a una señora con un canasto de rosas rojas que le hablaba a Natasha, mientras que Peter estaba distraído mirando a las palomas.

Natasha me miró y luego me sonrió. Entonces miro de nuevo a la señora.

—¿Cuánto cuesta? —preguntó Natasha.

—Cinco libras—contesto la señora.

—Deme una.

La señora le acerco la canasta para que Natasha escogiera una rosa. Una vez que escogió una, le entrego un billete a la señora.

—Gracias, señorita—le dijo la señora y luego me sonrió a mí para después alejarse a ofrecer sus rosas al resto de la gente que había en la plaza.

Que lindo detalle, de seguro Natasha le compro la rosa a la señora para llevársela a Kate.

—Ten—pero me la ofreció a mí. Me quede en blanco.

—¿Q-qué? —musité torpemente.

—Es para ti—me respondió, como si hubiera adivinado mi pensamiento anterior.

El manual de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora