Capítulo 31

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—¡Kate! —me levanté desconcertada. —Yo no... —intenté explicar.

—¿Tú no qué? Te acabo de escuchar, Wanda —las lágrimas salían de sus ojos como si fueran caballos de carrera, desatrampados por ganar—. Oí cuando se lo dijiste a Lena, ¡eres una traidora! —gritó y al instante, sentí el sonoro golpe de la palma de su mano contra mi mejilla, produciendo un ardor instantáneo y el seguro enrojecimiento de mi piel.

Tan duro fue el golpe que, la cara se me desvió hacía un lado y Yelena tuvo que retener a Kate.

—¡Kat, tranquila! —le ordenó, asustada.

—¿Cómo quieres que esté tranquila? Si mi supuesta mejor amiga me traicionó... claro, ahora entiendo todo —no dejaba de llorar- El coraje era leíble en su rostro.

Los nudos se habían quedado atascados en mi garganta, el corazón, hecho pedazos en mi pecho, latía angustiado. Mis lágrimas eran de amargura, deseaba fervientemente que todo esto fuera una pesadilla.

—¿Cómo no me di cuenta antes? ¡¿Y tú no pensabas decírmelo?! —me empujó y Yelena volvió a sujetarla.

—Kate...

—¡Te abrí la puerta de mi casa! ¿Y me pagas robándote a mi novia? —seguía farfullando llena de furia e hizo caso omiso a la voz de Lena— ¡Qué estúpida! No puedo creer que tú... —se quedó a la mitad de la frase, le dolía bastante. La conocía y sabía que estaba hecha pedazos, cosa que sólo sirvió para hundirme más en la miseria. Seguía sin poder hablar, sólo lloraba y miraba a Kate—. Hace algunos minutos estaba llorando porque te ibas —farfulló—, ahora entiendo la razón, qué cobarde —siseó—. Pero, ¿sabes? Me da gusto que te largues, hipócrita —me dio una última mirada despectiva, dolida, y se dio media vuelta para salir de la habitación.

Me quedé inmóvil, dejando que mis lágrimas se suicidaran sin piedad; respirar me era difícil y sentía que me faltaba el aire.

Yelena me miró decepcionada.

—Ve... —alcancé a susurrar, con el hilo de voz que salió de mi garganta—. No la dejes sola.

Se me quedó mirando, era una mirada extraña, estaba entre la frustración y la angustia. Pero enseguida salió detrás de Kate. Entonces me quedé sola.

Las lágrimas no se cansaban de salir y parecía como si nunca se acabaran, esto no debió de haber terminado así, ni siquiera debió tener comienzo.

Me quedé en inmóvil durante un par de minutos y luego, miré a mi alrededor, ya no volvería a ver a Lena y no había tenido la oportunidad de decirle adiós. Busqué con la mirada algún cuadernillo y divisé una hoja encima de su escritorio; tomé un bolígrafo y garabateé sobre el papel en trazos largos:

"Me lo dijiste, lo sé.

Disculpa todo el daño que hice, que le hice a ella. Era lo que menos hubiera querido que pasara. Agradezco todo lo que hiciste por mí, gracias por entenderme.

Fuiste mi mejor amiga aquí, mi cómplice y nunca voy a olvidarte.

Perdóname.

Te quiero."


Lo dejé sobre su cama y luego, con un nuevo dolor en el pecho, salí de aquella habitación. Me deslicé como ánima en pena escaleras abajo y cuando bajé a la sala para cruzarla y llegar hasta la puerta, la mirada de la madre de Lena me detuvo.

—¿Estás bien? —me preguntó.

Mantuve mi mirada baja, avergonzada y negué con la cabeza.

—¿Quieres una taza de té? —me ofreció amable.

El manual de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora