Capítulo 20

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La alemana volvió sobre sus pasos y se alejó trotando en otra dirección cuando la pareja entró el vehículo del casanova.

La oficina del fotógrafo era un tanto frívola, en tonos gris y negro, su escritorio de caoba pura con un acabado negro le daba un aspecto apabullante, la ventana detrás de su silla daba una vista a la cuidad y se podía observar el cielo por encima de los edificios, en un lateral estaba plagado de libros perfectamente acomodados, libros que iban El arte de la guerra de Sun Tzu  hasta La teoría cuántica de campos o habilidades de litigación penal, en la pared frente al escritorio que daba a la puerta se encontraban algunas fotografías enmarcadas y en el centro se encontraba la fotografía de la señora Degan con una canasta de rosas rojas y blancas en su mano, de fondo se podía ver el rosal, parecía una foto sorpresa dejando ver una sonrisa espontánea en el rostro de la mujer, en el otro lateral había un juego de sala de cuero negro bastante cómodo en forma de L.

— Estuvimos investigando —dijo acercándose a un cajón de su escritorio para tomar una carpeta y volvió al sofá junto a ella — al parecer el juez libero en varias ocasiones a un abusador y cada vez que fue liberado volvió a cometer el mismo crimen, la víctimas exigían justicia, pero en lugar de revocar su veredicto desviaron la atención hacía el asesinato de un menor en el orfanato; para constatar que se hace justicia hicieron al menor confesar y declararlo culpable — explicó mientras la joven revisaba los detalles del caso.

— Como pueden hacerle esos a dos niños para proteger a una basura que está en las calles — espetó molesta.

— Calma — la consoló Degan colocando su mano sobre su hombro — tenemos esto bajo control.

— Cómo me pides que me calme cuando dos niños han sufrido por años por culpa de quiénes deberían defender sus derechos — la joven no alcanzaba a entender que fueran capaces de hacerle eso a dos niños inocentes.

— Este criminal está de nuevo en juicio — soltó Degan — el fiscal es un buen amigo, no dejaremos que lo dejen ir está vez.

— No hay forma de volver atrás, esos niños no estarán juntos de nuevo por condenar a ese hombre — no parecía haber palabras que calmaran a la joven.

— Van a estarlo, ellos van a estar juntos — la joven lo miró esperando una explicación— ofreceremos un trato déjalo en mis manos, lo verás con tus propios ojos — dijo acariciando su mejilla — vamos, tengo algo para ti.

— ¿Para mí? — preguntó confusa.

— Habla demasiado señorita Astrid — dijo tirando de ella hasta la habitación donde en se encontraba el impresionante piano — Dame la mano — dijo deteniéndose en medio de la habitación el uno frente al otro.

— ¿Cuál? — aún seguía confundida, pero le pareció curioso y divertido.

Curt jugaba con su puño en la bolsa de su pantalón.

— La que sea — se sentía incómodo pero quería hacer algo por ella, la castaña extendió su mano izquierda con la palma abierta hacia arriba — Cierra los ojos — pidió.

— Que infantil — susurró ella obedeciendo.

El fotógrafo sacó el puño de su pantalón dejando lo que tenía en el sobre la palma de ella, quien al sentir algo frío frunció el ceño; al abrir los ojos se encontró con un juego de llaves y una tarjeta de acceso que pertenecía al elevador que daba directo al penthouse. La cara de asombro en la castaña no se hizo esperar.

— No pienses demasiado — habló antes de mirar al costado donde se alzaba el majestuoso piano de cola — mi madre compró lo mejor para que su hijo aprendiera, pero nunca tuve tiempo para el, y aquí está acumulando polvo, por decirlo de alguna manera — la miró a los ojos — nunca podré hacerle justicia como lo haces tú, quiero que puedas venir cuando desees y darle un poco de consuelo a ese instrumento.

Bajo el lente de la cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora