Fiebre

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Llegué a sentir mi cuerpo pegado a las sábanas, lleno de sudor frío, y mi cara sobre una gran mancha de saliva en la almohada, por primera vez en tres días era capaz de acostarme boca abajo para lograr una posición más cómoda, tres días, tres miserables y obstinantes días en los que mi temperatura corporal no bajó de los 39 grados centígrados, por lo que al dolor de cuerpo y la debilidad, se le sumaban el fastidio y el aburrimiento de estar sin moverme de la cama.

Sentía como tener brasas encendidas en el vientre y de tanto en tanto, un temblor me recorría el cuerpo completo. Abrazado a mis rodillas, en el perfecto ejemplo escolar de posición fetal, trataba de amainar el maldito dolor que entonces me consumía en estomago y que sabía que en poco tiempo me obligaría a pedir ayuda para ir al baño, pues he aquí la peor parte de esto, la sensación de impotencia hasta para hacer las cosas más rutinarias y sencillas. Y cuando parece que el dolor comienza a ceder, llega el atontamiento y la sensación de flotar como perdido, pues a pesar de que reconozco no ser el tipo más lúcido del mundo, por lo menos puedo caminar si chocar contra las paredes cuando no estoy bajo la influencia de la fiebre y los medicamentos.

Una de las partes que más odio de estar así es cuando sin ningún motivo aparente, los ojos comienzan a llorar; y no se trata sólo de un ligero humor acuoso, sino de verdaderas y enormes lágrimas, pesadas y que bañan toda la cara, esto unido a la sensación de tener un par de antorchas encendidas tras los ojos, el ardor o la imposibilidad de abrirlos, convierte estos órganos en la mayor molestia del cuerpo cuando la temperatura del cuerpo sobrepasa la normal.

Un paño húmedo reemplaza a otro en mi frente, así mi colchón termina siendo una horrible mezcla entre el calor del cuerpo que se queda adherido a la tela y una gran parte mojada con el agua, que siempre suele parecer excepcionalmente fría en estos casos.

De lo más detestable el hecho martirizante de saber que todo lo que normalmente disfrutas en este momento es simplemente insoportable, que la televisión, de un pasatiempo ha pasado rápidamente a ser una verdadera tortura, con todos esos colores y ruidos, y movimientos desesperantes; leer un libro, ni pensarlo, el mareo te haría vomitar al tratar de perseguir todas esas letras y palabras y oraciones, qué va...; la música ya no es la compañera de tus momentos, sino una vulgar atormentadora que va en pos de tu cordura para hacerla añicos con sus estridencias.

El termómetro perennemente en la boca, la odiosa sensación del paño húmedo en la cabeza, el repugnante sabor de algunos medicamentos, que hasta obligaría a pensar que, literalmente, "el remedio puede ser peor que la enfermedad".

A veces el frío perfora hasta los huesos, pero justo al echarme la cobija encima el calor es tan insoportable y sofocante que me siento como atrapado dentro de una bolsa de plástico, el sudor frío me corre por la espalda desnuda, ya que el sólo roce de la ropa se convierte en una pesadilla soñada por Sade en sus peores momentos de crueldad. En esos momentos no se desea ver a nadie, incomoda la sola presencia de otro ser humano en tres metros a la redonda, las muestras de preocupación por mí "estado" son casi repulsivas, y a pesar que reconozco los bueno sentimientos y la sinceridad del gesto, eso de estar repitiéndole a todo el mundo la causa de mis males físicos me parece tan insufrible como el quebranto en si.

¡Por Dios!, ya casi parece que comienzo a divagar, a alucinar, he comenzado a escuchar cosas, a verlas y a sentirlas, voces que llegan desde lejos y que se quedan hasta que de nuevo caigo en ese estado de somnolencia como si un fuerte golpe me hubiese sido asestado directamente en la nuca. Creo que esos son los mejores momentos, pasar el rato durmiendo parece ser la única forma de no sentir nada, y sería así de no ser por las devastadores pesadillas que me espantan el alma y el sueño de la cabeza, para dejarme luego lúcido y consciente de ese efecto que las personas de edad suelen llamar "cuerpo malo", que consiste sólo en un recuento de las nada agradables sensaciones que he descrito antes.

Ahora, por fin, luego de una semana de torturas del cuerpo para adentro, parezco salir de ese asfixiante sopor que me recuerda la sensación de salir del agua hacia el aire libre, donde se puede respirar libre, es todo un placer dejar atrás las profundidades del malestar en las que mi cuerpo se vio sumido, fue horrible sentir que mi cuerpo se quemaba por dentro.

De Sombras y Otros ReflejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora