Ritual

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Dos personas, un él y una ella, tal vez perdidos, se encuentran; en una habitación neutra como el silencio y gris como la conciencia. Perdidos en la ciudad sin sueño, sin saberse buscados, pero se encuentran.

Él pide la cita y llega antes que ella, la espera desnudo en la cama y escucha claramente el sonido de la puerta al abrir. La mujer, luego de casi desvestirse por completo, traspasa el vano de la puerta, sólo lleva encima lo necesario para que él pueda quitarlo fácilmente. En un momento detenido en el tiempo lo observa tan deseosa como él de ella, se mueve tan ligeramente que parece planeado, no hablan, ni siquiera conocen sus voces, se hunde a la vez en sus brazos y en las sábanas.

En otro lugar, quien sabe si en otro tiempo, un hombre santo, un brujo, un shaman, dicta cánticos antiguos, con el mismo deseo que el hombre siente por la mujer que en ese momento es suya, y se entrega a la oración como la mujer se entrega a quien a su lado y a lo sumo por unas horas, le pertenece.

El shaman grita canciones inteligibles que se confunden con los gemidos de aquellos dos, ellos se tienen.

Ella cabalga sobre él como él sobre ella, preguntarse dónde está el techo y el suelo, es como preguntarse dónde están el cielo y el infierno en ese preciso momento. Ella grita y vocifera mientras él gime con voz casi femenina, por que han aprendido que el hombre también sabe gemir, mientras el shaman grita en sus oídos más oraciones que no alcanzan a entender, pero que sin saber por qué y sin darse cuenta son estimulantes, aumentando la intensidad hasta hacerlas excitantes.

El brujo arroja a la hoguera frente a él, hierbas que huelen a gloria, lo mismo a lo que ella huele cuando llora...

Los amantes sudan con el sudor del shaman, al cual grandes gotas le han borrado y robado parte de la pintura sagrada que antes marcaba su frente, y que ahora baja a chorros por sus sienes, siente el mismo placer que ellos sienten en la cama, en aquel lugar perdido, en brazos del pecado, si es que puede llamarse pecado a algo tan santo como el amor, por más prohibido que este sea, aunque ni siquiera conozcan sus nombres.

El sudor aumenta, las llamas crecen, es más que sexo lo que reza el brujo, es más que brujería lo que hacen los amantes. Las piernas del hombre se mueven tan rápido y con tanto éxtasis como las del hombre mágico en la danza ceremonial, y la voz de este es tan parecida a la de la mujer que no se distinguen entre sí.

El sudor ya ha borrado toda la pintura del rito y a medida que el fuego aumenta esta cae sobre los cuerpos desnudos manchándolos con la voz del sabio.

Es el mismo clímax, el mismo grito de culminación de los tres, la misma voz, el mismo sudor, la misma ceremonia, la misma muerte.

El cuerpo del shaman está tirado en el suelo con las piernas dobladas debajo de sí, y a pesar de estar muriendo exclama lo últimos quejidos, y a pesar de estar muerto, aún suda con el sudor de tres cuerpos a la vez, mientras las llamas empiezan a bajar.

Los amantes, que se deseaban aún sin conocer sus voces, siguen tocándose como descubriendo algo nuevo cada vez, aún en el punto alto, aún luego del último acto de la tragicomedia de los cuerpos que sudan al moverse, con un ritmo que tiene la edad del tiempo, de Dios y del Demonio.

Los cuerpos, ahora cada uno por su lado, se levantan de la cama, no se atreven a mirar la faz desnuda del otro, allí donde acaban de nacer, vivir una vida y morir en un par de instantes, se visten en habitaciones separadas, salen uno después de la otra y cada cual toma un rumbo diferente, él se sube a su auto y pone en marcha el motor, ella sube a un taxi. Pero debajo de la camisa y los pantalones de él y bajo el vestido de ella, sudan con el sudor del otro y huelen al olor de otro cuerpo.

Los kilómetros pasan por debajo de cada vehículo, y los pasajeros de cada uno, un hombre y una mujer, perdidos tal vez, se encontraron, se poseyeron y se perdieron el mismo día, sin conocer sus voces ni sus nombres, y ahora yacen dentro de sí mismos, tan muertos como el shaman, y como él a pesar de estar muertos aún sudan, pero con el sudor de otro cuerpo.

De Sombras y Otros ReflejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora