El chasquido de la cerilla contra el zapato rompió el silencio, los ojos de cristal de roca contemplaron la flama un instante antes de encender el cigarrillo que jugueteaba entre sus dedos, dio una bocanada y se resolvió. Arrojó el fósforo aún humeante por la ventana del auto y puso en marcha la estruendosa maquina, el rugido del motor pareció no sacarlo de su ensimismamiento, se acomodó frente al volante, dejó unos segundos el cigarrillo entre sus labios, moviéndolo de un lado al otro, dándole paso a una sonrisa de fría seguridad, era como si hubiese pensado, buscado y encontrado una razón para hacer lo que en ese momento se disponía a hacer.
El chirriar de las llantas contra el pavimento opacó todo ruido en el ambiente, la aguja del velocímetro comenzó a moverse en semicírculo sobre su propio eje, marcando la velocidad a la que, tal vez, se acababa su vida.
La "pista", era larga y angosta, el espacio era el exacto para que el auto pasara cómodamente, el pie parecía de plomo sobre el acelerador que casi tocaba el suelo, el tronar del motor era ensordecedor y el viento le pegaba en la cara como abofeteándolo para que se diera cuenta de lo que iba a hacer, pero ni con esto su semblante cambió, parecía muerto, no movía ni un músculo de su rostro e inclusive el cigarrillo, que aún permanecía en sus labios, se había apagado. Solamente sus ojos entre fríos como piedra y aburridos de la existencia, daban un lejano rastro de vida.
Ni un momento dudó en obra, ni un intento hizo para retroceder, ni un ademan para frenar el carro que corría como si el demonio de hubiese posesionado de máquina y conductor, tal vez así era, o tal vez sólo quería probar el sabor de la muerte.
El lugar estaba diseñado para eso, para correr a toda velocidad y frenar lo más cerca del muro que cerraba el paso de la pista en una calle ciega, una especie de reto a la hombría de chicos tan tontos como para entender el significado de la palabra. Pero para quien ahora mantenía su mente en blanco frente al control del bólido, estas razones de masculinidad perdida y encontrada eran demasiado vanas o demasiado obtusas, él solamente deseaba sentir como la adrenalina se adueñaba de sus actos, y luego saber que ocurría un paso más allá.
Así que todo esto ha ocurrido en unos pocos segundos, sólo que a nosotros nos ha parecido una eternidad.
Cada vez más cerca del muro y sin un solo gesto de preocupación o arrepentimiento, de miedo o incluso de vida, únicamente sus brazos permanecían aferrados al volante, y el pie descansando sobre el pedal que ahora se encontraba con el piso.
Casi se podría jurar que no cerró los ojos durante la colisión, quería saberlo todo, conocerlo todo, como se vivía, como se moría, no deseaba perder detalle de su propio desenlace ¿Qué pasó?, no lo sé, yo no resistí más y cerré los ojos, no los abrí hasta mucho después que oí el choque. Creo que consiguió lo que quería, aunque quizá alguien en el cielo o en el infierno le privó de sus ganas y de la diversión.
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De Sombras y Otros Reflejos
Short StoryHistorias cortas de gente sin nombre, en momentos sin fecha, construidos a partir de las sombras de la noche...