El insomnio del Rey

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Aquel Rey era el más valiente de todos los conocidos hasta entonces, su bravura y fuerza eran conocidas en todos los confines del mundo, sus enemigos temblaban de sólo pensar en enfrentarse a él. Pero también era un soberano justo y amado por su pueblo, era en fin, quizá el ser humano más imponente y dominante que hubiese existido sobre la faz de la tierra.

Pero este rey tenía una sola debilidad. Sólo una cosa le hacia calmar sus ímpetus cuando le arrebataba la ira, o que le alegraba en los momentos más crudos de su vida, el amor de su Reina. Lo que le mantenía, lo que le daba una razón cierta para la felicidad ya que ella conjugaba todas las demás razones.

Era hermosa como una tardecer de otoño y sabia como toda mujer amada, delicada como la brisa y cariñosa como el abrazo de la seda.

Muchos fueron los años que el Rey y la Reina pasaron juntos, compartiendo épocas de lluvia y de sequía, de plenitud y de escasez, de lágrimas y de risas, pero para el Rey todas estas eran horas felices por que sabía a su amada consigo. Ella le dio hijos robustos y fuertes e hijas tan bellas como la misma soberana, le dio orgullo y esperanzas, amor y confianza, soporte y amor.

Los años pasaron y la pareja de monarcas envejeció junta, vio crecer a sus hijos y engrandecer su reino, envejecieron juntos, al ritmo que marca el tiempo, sus rostros cambiaron cruzados por las arrugas pero en sus corazones aún eran jóvenes y enamorados como la primera vez que se vieron.

Pero un día la tristeza cayó sobre la comarca. La esposa del Rey, la soberana de aquel pueblo había fallecido víctima de una extraña enfermedad que la había tenido convaleciente por varios días, dicha enfermedad de la reina había originado que su esposo hubiese abandonado los asuntos del reino por estar a su lado.

Una noche, antes de morir la Reina, llamó a su consorte a su lado y con queda voz le dijo: "Cuando me halla ido y te sientas con dudas a cerca de cómo estoy y si aún te amo, lee esto", al momento de hablar le entregó un pequeño trozo de papel escrito de su puño y letra, murmuro un "Siempre te amaré" y expiró. El Rey con rostro duro y seco preparó todo para el sepelio, aviso a los súbditos, y fue con sus hijos a rendirle honores a quien habría sido su máximo tesoro.

Las noches que siguieron a ésa fueron un verdadero tormento para el Rey, por más que lo intentara, no podía dormir, en su mente aparecían raros y horribles sueños que le perturbaban, los días eran amargos a todas horas pero aún más cuando el sol se ponía en el horizonte, ya que era de noche cuando más la recordaba. El Rey de nuestro cuento, abandonó casi por completo sus reales obligaciones y una sombra de cansancio y hastío se tendía sobre él acentuando más su ahora pesado andar.

Una noche cuando más insoportable se hacia el sueño y mayor la imposibilidad de dormir el Rey recordó de súbito la nota que le dejara su amada antes de partir de este mundo, el monarca hecho mano del relicario donde estaba guardada desde esa noche la pequeña misiva, escrita con la temblorosa pero aún hermosa letra de la Reina, esta decía: "si es de noche y te preguntas qué siento en este momento, sólo sal a la ventana y si todavía puestas sobre el negro vestido de la noche existen estrellas y una luna dispuesta a sonreír, entonces te estaré amando con toda mi alma, como siempre te he amado y como sé que me amas a mí"

Al leer esto, el Rey se dirigió a la ventana y se encontró con el espectáculo de la noche más estrellada que jamás presenciara en su vida, con una resplandeciente e inmensa luna y brisa fresca. Con esto el Rey dejó que una sola lágrima se escapara y rodara por su mejilla en señal de adiós a su amada, luego fue a su alcoba donde se acostó en su amplia cama para quedar en un instante profundamente dormido con una sonrisa de paz en el rostro y en el corazón.

De Sombras y Otros ReflejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora