Perfecto

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"Je me suis séché à l'air du crime. Et j'ai joué de bons tours à la folie"

Me sequé con el aire del crimen. Y le jugué unas buenas bromas a la locura.

Arthur Rimbaud.


Creo que siempre he sentido que la noche es mi hogar. Sé que es una frase manida, pero es cierta; la noche siempre ha sido el refugio de mis más desdichados pensamientos a la hora de esconderse de la inhóspita realidad. También ha sido la noche el rincón donde los hechos reales, o al menos los que así concibo yo, vienen a parar luego de dar varias vueltas por mi subconsciente, hasta terminar mareados y descansando detrás del humo de un cigarrillo, entumecidos por el alcohol salido de la botella de quien sabe que veneno.

Recuerdo una de esas horas, en las que muy luego de que las agujas del reloj se hubiesen separado en su persecución, mis pensamientos se volcaron hacia la imposibilidad del hombre de siquiera pensar en un hecho perfecto, todo en la vida del ser humano son sólo aproximaciones a la perfección, el amor perfecto, la mujer perfecta, el sexo perfecto, el crimen perfecto... Sí, porque matar a un hombre no representa, en la más elemental lógica humana, ningún problema, sólo se trata de detener un mecanismo para que deje de funcionar, y con las complejidades del organismo humano, es cuestión más que sencilla. Esto dadas las múltiples opciones que se presentan para llevar a cabo el fin propuesto.

A algunos parecerá que estoy siendo demasiado frío e insensible al hablar así de la vida humana pero, quizá por mis propios estudios de la naturaleza y la vida del hombre o quizá por los desengaños que he recibido de su condición, he querido considerarme a mí mismo un paso delante de todas esas sandeces éticas y libre de todos los escrúpulos que limitan al individuo de lograr las grandes hazañas, por las que luego se le reconoce con adjetivos tales como: ilustre, emprendedor, brillante o genio.

Creo que en esos momentos me sentí como retando a Dios y al resto del mundo, la propuesta era bastante sencilla, como quitar la vida a un hombre sin que nadie pudiese descubrir que fui yo quien lo hizo.

Este pensamiento absorbió toda mi atención durante los días que siguieron. No importaba lo que hiciese, en un pequeño rincón de mi cerebro, algo me recordaba aquellas cavilaciones que se presentaron en mis largas horas de insomnio, y más que eso, ese algo trabajaba en la forma de hacerlo realidad, en una teoría tan ideal que se ajustase al problema planteado como cualquier solución matemática se ajusta al ejercicio que la originó.

Tal vez usted, que lee estas líneas tratando de averiguar que demonio se ha apoderado de mi existencia, no se explique como habiendo yo comenzado esta idea sentenciándola de fácil y totalmente realizable, haya estado tanto tiempo pensando en el plan ideal; lo que sucede es que por el hecho de considerarme un poco más cerca de la empresa perfecta y a la vez por el mismo descaro que se adueña de mis acciones, el simple hecho de pensar en verter veneno de acción retardada en la sopa de algún descuidado comensal, para luego retirarme y esperar en el periódico el previsible resultado de mi plan, me causa asco por su simplicidad y falta de imaginación. No, este suceso que podría poner mi vida al nivel de la de los dioses, únicos seres que matan no sólo con impunidad total, sino también con la venia de quienes les sirven, debía realizarse en un ámbito grandioso, quizá esta idea del espectáculo asociado a la muerte no sea nueva, pero es lo suficientemente atrayente y acorde a mi ego como para ponerla en práctica. Puede ser que lo que mejor se adaptase a mi búsqueda, fuese poner fin a la vida de alguien cercano a mí, en un ambiente donde yo fuese fácilmente reconocido y que mi víctima fuese alguien que de verdad no sólo mereciese la muerte, sino que la desease, así, además de completar la misión que se convertía cada vez más en prenda de mis deseos consientes, adquiriría yo el puesto de benefactor y altruista al librar a un pobre ser de sus miserias.

De Sombras y Otros ReflejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora