Final

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" Who wants to live forecer

When love must die ...

Who waits forever anyway?"

 "Quien quiere vivir para siempre

cuando el amor debe morir ...

Quien espera para siempre de todos modos."

 Queen.


Recuerdo haber muerto unas mil veces desde que nací, recuerdo haber pasado eternidades en busca de la piedra filosofal que se traduce en el amor verdadero, y haber muerto siempre en el nombre de Dios. Tuve más muertes de las que sería necesario mencionar aquí, pero la más dolorosa fue cuando morí por sus manos, cuando la daga se hundió en mi carne como si fuese el más blando de los materiales sobre la tierra. Pero que necio es el hombre, que aunque sea inmortal y conserve la sabiduría de los siglos, siempre sabrá que hay algo que entregar por la mujer que ama, aunque esto sea su propia vida, y la única recompensa de perderla frente a esta, sea ganar una mirada de sus ojos.

            Tengo memoria de haber despertado una mañana consciente de mi pasado y de mi destino. Como en las cruzadas y ante el oscurantismo, como en cualquier guerra donde el nombre santo sea invocado, una sensación de desilusión me llenaba el cuerpo. He sido llamado el Anticristo y me han reconocido como un pagano, pero en realidad sólo era un hombre buscando la razón para vivir, buscando el amor. Me paseé por innumerables cuerpos y me perdí en miles de alientos de mujer, me bebí los jugos del cuerpo femenino con la avidez del extraviado hambriento y me cubrí con brazos delicados de cualquier color, como el  desamparado que busca cobijo de la lluvia de maldiciones que contra mí se lanzaban.

            Los ojos de mil diosas me miraron, los rostros más bellos fueron lo que primero vi al despertar, sin importar libertad o posesión, ninguna de ellas llenaba el espacio para el que aquella estaba destinada, en un tiempo desconocido, a completar.

            Así, mis viajes sin rumbo por el tiempo y las historias me dieron la razón, sin llevarme nunca nada más que lo que traía puesto y sin dejar nada más que mi sudor en otra piel.

            Los campos y las ciudades me vieron morir y me vieron tratar de amar. Aunque ya conocía yo el infortunio escrito, las palabras que significaban mi camino, que en el nombre del ser más misericordioso, podría yo encontrar el amor sólo si encontraba la verdadera muerte a cargo de aquella a la que amase, pero estos pensamientos no turbaban mi deseo, solía decirme a mí mismo, que nada que costase la muerte podía dejar de ser vivido, que nada cuyo valor superase al de la vida humana podía dejar de ser disfrutado por un hombre como yo, si es que tuviera la ocasión.

            Recuerdo esa mañana en particular, ya bien entrado en siglo XX, todo era fuera de lo común aquel día, todo era mierda y persecución hasta que mis ojos se posaron en ella, era parte del ejercito que condenaba mi herejía, me repudiaba tan sólo habiendo oído hablar de mí, todos los rituales de Cinco Minutos de Odio de su vida se habían concentrado en despreciar a alguien como yo, un bandolero de ideas que retaba las creencias de ella, con mi búsqueda del amor humano y comparándolo — vaya atrevimiento — con el amor divino, llegar a la blasfemia de pensar que el hombre ama como ama Dios. Encerrado y atrapado como el prófugo de la fe que era, permanecía en su cuarto de observación y mientras, ella me miraba con el morbo con el que se mira un accidente con muertos o con el que se toca con la lengua una herida dentro de la boca.

            Sus ojos eran de frío vidrio, azules como el éxtasis, pero duros como la mentira, mire en ellos cada vez que podía, había algo en el fondo del iris que no era físico, y que me llamaba la atención, algo que aún no había podido descifrar, era algo parecido a una emoción o quizás a una duda, si definitivamente más parecido a una duda, o tal vez curiosidad, la curiosidad de tener frente a sí al hombre que más había odiado en su vida, aún sin conocerlo hasta ese día. Quizá se preguntara que me hacía respirar, que fuerza sobrenatural me permitía estar aún en este planeta, cuando era yo una abominación ante sus ojos, y supuestamente ante los de su Dios (y digo Su Dios por que no creo que en realidad estemos hablando del omnipotente y magnánimo creador del universo, ya que este no podría odiar a quién busca el amor aunque no sea el suyo). Nunca dijo una palabra durante la primera vez que me vio, pero más tarde aquel mismo día sus labios llenos y carnosos, se abrieron para dejar escapar algo de su voz, dirigiéndose a mí, dijo: "La razón de lo que piensa no importa, la razón de lo que siente es por lo que está aquí, la razón de lo que cree es lo que lo hace indeseable".

            No pude abrir mi boca para contestar, no por miedo, pues al fin y al cabo, no era la primera vez que se me enjuiciaba por mis "dementes" creencias, es más siempre termino muriendo por ellas, era algo en aquella mujer, un verdadero estallido de colores recorrió mi mente en cuanto me habló, una euforia casi estúpida me embargó, era tan parecida a la felicidad que no podía ser. Pero al mismo tiempo una tristeza inmensa comenzaba a desarrollarse en mi, antes de darme cuenta había comprendido quien era ella y lo que estaba escrito que sucediera.

            Al ver las emociones dibujarse en mi cara, y como era de esperarse, se confundió: no había rabia, ira o tan siquiera miedo, era sólo alegría tragicómica por haberla encontrado, y eso ella, que no sabía quién era yo, no podía entenderlo. Ahora que lo pienso bien, esas emociones que demostré sin querer, y esa confusión que le provoqué la primera vez que me habló, fueron lo que me hizo ver humano a sus ojos, se había hecho ella tal imagen de mí, que no esperaba tal reacción. Al pensar en mí seguro tendría la figuración de un pagano indolente a quien los sentimientos habrían de rebotarle, y que era para mi imposible emocionarme hasta el punto de la contradicción.

            Ella, no sé si por pedido expreso o por una coincidencia preparada por el destino, en el cual no creo, se convirtió en mi contacto con aquellos que querían acabar conmigo, mi  interrogadora, el único ser vivo que vi durante aquellos días que siguieron a mi captura, le conté de mis muertes, desde la de hace casi seis siglos en la hoguera que crecía tanto como un edificio de tres pisos, hasta la de hace cinco décadas bajo el puño de un grupo fascista en un fusilamiento secreto, las que fueron antes y las que vinieron después, al principio, ella con un gesto de incredulidad sólo escuchaba, más con el tiempo se tornaba cada vez más interesada en mis historias, me oía con detenimiento, casi sintiendo pena por los vívidos recuerdo que desencadenaban en mí los cuentos de mi larga existencia, hasta noté un gesto de compasión cuando una lágrima se derramó de mi ojo derecho, la seco con la punta de sus dedos y se la llevó a la boca en un gesto que creo que ni ella misma esperaba o entendió.

            La soledad ininterrumpida de aquella celda gris y lisa sólo nos dejaba a ambos solos en el mundo. La íntima cercanía que nos imponía el estado de verdugo - víctima, era sólo comparable al estado existente entre amantes. A finales de la segunda mañana — según mis cálculos era de mañana, aunque no podía ver el cielo desde hace un par de días — logré sacarle una sonrisa, los blancos dientes se dibujaron en un gesto casi imposible de imaginar para mí, creo que fue alguna broma involuntaria que hice sobre algún tema intrascendente, pero eso eliminó todas las barreras, a partir de allí, todo fue un espiral ascendente de intimidad y respeto que llegó a su punto máximo cuando yo, frente a ella le tomé la mano y la coloqué en mi pecho, le dije que mis latidos comenzaron a sonar cuando nací por que sabía que no dejaría de vivir hasta conocerla, era una confesión extraña para hacérsela a un captor, pero, qué importaba el mundo si el mundo éramos ambos, volvió a sonreír pero esta vez con dulzura, le tomé la nuca y la besé, por raro que parezca, ella no puso resistencia alguna, estaba escrito.

            En escasos minutos se dijeron las palabras más intensas que el amor puede sacar de dos seres. Vivimos mil años de eternidad en un par de horas, pero cuando ella cayó en cuenta de lo que hacíamos, su rostro se ensombreció de pronto, acababa de darse cuenta no sólo que amaba a su víctima, sino también que todo en lo que había creído y aún la razón por la que debía acabar conmigo eran tan falsas como la verdad absoluta, e igual de imposibles.

            Cuando la miré, supe lo que pasaba, había estado temiendo en silencio este instante desde que la ví, ella ahora pensaba que no podía matarme pues me amaba, creía erradamente que uno no mata lo que ama, cuando la verdad es todo lo contrario, creía que no puede odiarse lo que se ama y dejar lo que se cree al mismo tiempo, yo le demostré que sí.

            En un descuido de ella, le sujete sus manos con una mía, saque de su vaina el cuchillo que llevaba en su cinturón — con el que debía asesinarme — la volteé para que me mirase fijamente a los ojos, apunté la hoja hacia mí, e hice que sus manos tomaran el mango, cuando comprendió, quiso gritar, pero tapé su boca con un beso, luego susurré un adiós y la obligué a hundir el arma en mi abdomen.

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⏰ Última actualización: Apr 19, 2015 ⏰

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