CAPÍTULO 18

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Judah

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Judah.

Dos horas antes del secuestro de Hela.

El agua helada cae sobre mi piel quitando los rastros de miel y sudor que quedan, aun puedo sentir la calidez de los besos fogosos de hace unos minutos, la piel me arde en unas partes debido a los latigazos y me reprendo el haber permitido acceder a tal atrocidad.

No debí tolerarlo.

Aunque no te desagradó.

Las marcas rojas resaltan en mi piel como una marca temporal, termino de ducharme y vuelvo a la habitación.

—No se porque no me extraña—exclamo cuando la veo vacía y solo el desastre que dejamos por el sexo salvaje es lo único que queda.

Tomo la ropa vistiéndome con rapidez, tomo el auricular y lo coloco en mi oído recibiendo los informes de lo realizado en mi ausencia.

—¿Todo listo? —hablo poniéndome la camiseta con tranquilidad.

Todo en su posición, permiso para avanzar dirigente—McCall confirma.

—Permiso concedido.

Guardo la glock en mi pantalón cuando siento la presencia que esperaba en la puerta.

—¿Ahora me espías mientras me cambio? —inquiero con ironía—¿Qué sigue?, ¿declararme tu amor eterno?, lo comprendería, soy irresistible, pero lamento decirte que no me voy con mariconadas.

Volteo justo cuando Kai queda a tres metros de mi con su característica esencia interesante de mierda, no sirve contra mí.

—¿Por qué tanto resentimiento? —habla con voz cantarina.

Me hace querer arrancarle la garganta.

—Déjate de mierdas y di que haces aquí, un desertor cobarde como tu debería estar preso picando rocas mientras esta enjaulado.

—Por más que tu atenta hospitalidad me lo ofrezca no creo que acepte la oferta—se pasea por el lugar analizando las cosas regadas—y por lo que veo, volviste a fallar.

Se quita de mi camino cuando le disparo sacando el arma con rapidez apuntando directamente a su cabeza.

—¡Uff!, eso estuvo cerca—ignora mi advertencia volviéndose a pasear con más precaución—lo bueno es que te conozco tanto como tú a mí, ¿o no?, Judah.

Hace énfasis en la ultima palabra recalcando mi nombre.

—¿Qué mierda quieres? —no dejo de apuntar.

—Mi presentación estuvo épica, ¿no lo crees?, fue asombrosa, como todo lo que hago—se mofa.

—¿¡Qué demonios quieres?! —me exaspera.

—Fácil—se para frente a mi acomodando su traje—lo mismo que tú.

Se queda en silencio y dirijo la mirada al mismo sitio donde tiene la suya puesta.

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