2. Un baile I

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"¿Para qué desperdiciar sueños románticos en un amor que jamás será correspondido?".

Revista de Sociedad de Lady Whistledown

14 de abril de 1815

    Del príncipe Friedrich se podría decir que había nacido con todas las virtudes de un heredero, como si mágicamente echaran en un saco la gallardía, la belleza y el ingenio. Simplemente era  lo que toda mamá casamentera soñaba. Por eso, no fue de admirar, que, al ingresar al salón de nuevo, el baile completo se detuviera.

—¿Dónde te habías metido? —preguntó la Reina entre dientes con una falsa y marcada sonrisa cuando Friedrich se colocó a su lado, erguido en un porte regio que le salía natural, sin esfuerzo.

—Estaba admirando tu jardín, tía —respondió con su vista clavada en algún punto de la sala de baile.

Y para una mujer tan perspicaz, algo tan sencillo como leer el tono de voz de su sobrino no pasaba desapercibido. Siguió el rastro como un ratón persiguiendo las migajas hasta una esquina donde Friedrich tenía clavados los ojos, y sonrió al ver a la señorita Sharma.

—¿Y encontraste algo interesante en mi jardín? —preguntó deseosa por conocer algún detalle que hubiese pasado inadvertido.

Desde que había decidido darle caza a Lady Whistledown, ella misma invertía su tiempo siendo más observadora que de costumbre. Se formulaba historias en su cabeza, donde se veía desenmascarándola. Se imaginaba romances prohibidos y escándalos ocurriendo ante sus narices. Y, aunque ya no tenía dudas de que Lady Eloise Bridgerton no era la persona que buscaba, la seguía manteniendo bajo vigilancia.

Tampoco dejaba de lado, el hecho de que Penélope Featherington ya no mantenía una amistad con su amiga. Ni que algunas señoritas ya no visitaban a cierta modista. Ni tampoco la sorprendió, cuando una mañana, llegó a sus oídos la noticia del matrimonio de Mary Sharma. Ya nada la sorprendía, porque su nuevo pasatiempo era jugar a adivinar los cotilleos antes de que alguien los verificara. Y cuando se daba por satisfecha, y había dado en el blanco con sus sospechas, entonces dedicaba el resto de sus tardes a imaginar nuevos episodios en su cabeza.

Pero aquella noche (y desde hacía varios meses) tenía la certeza de que su sobrino era un enigma. Uno que ni la misma Lady Whistledown podría descifrar. Para nadie en la familia era un secreto que Friedrich no era el mismo desde lo ocurrido con cierta señorita. Hacía un par de años, su sobrino había sido terriblemente rechazado por el diamante de la temporada: Daphne Bridgerton.

No le había dolido, o eso había dicho, a pesar de haberle regalado un exquisito collar de su querida difunta madre. Y muy a pesar de la tía (que lo adoraba como a un hijo) después de aquel acontecimiento, Friedrich decidió viajar por el mundo, alentado por su padre, quien mencionó, de manera muy sutil, que sería una gran experiencia para cuando heredara el trono. Lo cierto era que el rey de Prusia no deseaba ver debilidades y el mal de amores que se comenzaba a notar en el joven era una clara prueba de que un cambio de aires le vendría bien.

«Un heredero al trono debe ser firme y si se enamora será un rey débil», confesó el padre entre cartas.

La reina no había estado de acuerdo con eso de las aventuras, no obstante, el joven se desapareció del mapa antes de que ella lograra evitarlo. Durante dos años no supo mucho de él, más que gozaba de buena salud y se encontraba aprendiendo cosas nuevas que se escapaban de su interés. Y algo en ese descubrimiento mundano había cambiado el temperamento dulce y dócil de su sobrino; Friedrich regresó de aquel viaje no solo con un nuevo corte de cabello e ideas un poco revolucionarias. Su sobrino, antes tímido, ahora era extrovertido, contestaba muy directamente y ella podría jurar que en su viaje aprendió a cerrar el corazón. Si antes lo consideraba inalcanzable para cualquier señorita, ahora debía reconocer que ninguna chica lo tendría fácil, ni siquiera Lady Edwina Sharma.

Un príncipe para Edwina [Bridgerton]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora