4. Diamante

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Edwina miró su tarjeta con disimulo, nadie la había invitado a bailar aquella noche, y no era que lo esperara, pero habría deseado no sentirse tan miserable. Anthony la arrastró al salón de baile de nuevo y Eloise, como usualmente se comportaba, había desaparecido. Era de esperarse en aquella situación tan poco amena.

Sin compañía, y con su hermana (y cuñado), pisándole los talones el resto de la noche prometía ser un trago muy amargo. El aburrimiento estaba a la orden del día; las parejas iban y venían sin fijarse en ella.  Cambiaba su postura de un pie a otro cuando divisó a Friedrich al otro lado del salón. Sus miradas se cruzaron y no se percató de que inconscientemente estaba empezando a balancearse.

«Sí que es personaje interesante», pensó mientras escondía su tarjeta de la vista de Cressida Cowper, quien cruzó frente a ella y de reojo le dedicó una desagradable mueca un poco atrevida. Siguió su camino de lejos, contoneándose como un pavo real, dueño del corral.

Probablemente el príncipe ya hubiese escuchado hablar de su mala fama provocada en la última temporada. Se repetía a sí misma que no importaba, sin embargo, no podía negar que sentía algo parecido a la desilusión. No era que anhelara que alguien como él se fijara en ella. ¡No! Entendía muy bien su posición en aquel momento. No obstante, recordaba las palabras de la reina la temporada pasada:

«Tengo un sobrino», había dicho y no pudo evitar sentir curiosidad.

Y allí estaba, una respuesta muy clara y casi perfecta de que nunca se fijaría en ella.

«Ni yo en él» repitió en su mente desviando su mirada hacia el apuesto ruso que parecía atravesar todo el salón directo a ella. Kate le dio un pequeño e imperceptible codazo, llamando su atención para que dejara de balancearse como un péndulo de un reloj descompuesto.

«¿Es que acaso se dirigía hacia ellas?»

—Lord Bridgerton —saludó aquel guapo joven, parecía incluso más joven que ella.

—Su alteza —Anthony replicó cuadrando sus hombros como de costumbre—. No hemos tenido el placer de conocernos.

Kate la miró de soslayo y no pudo menos que suspirar con cansancio. Volvió a buscar a Friedrich entre la multitud, pero ya había desaparecido.

—Y por esa razón deseo presentarme, Gran Duque Mijaíl Pavlovich de Rusia —saludó con solemnidad y ojos brillantes.

Anthony asintió satisfecho, los buenos modales siempre eran aceptables entre caballeros.

—Esta es mi maravillosa esposa, Kate. —colocó una mano sobre su espalda con cariño y ella le dedicó un amable saludo—. Y, mi cuñada la señorita Edwina Sharma.

—Un placer, su alteza —Edwina respondió con su mejor sonrisa.

—Creo que los títulos están de más está noche —pareció corresponder a su sonrisa, o, al menos, así podría llamar a los dientes tan blancos que la estaban deslumbrando.

Kate y Anthony se miraron complacidos y sus ojos se abrieron aún más cuando Friedrich apareció junto a ella.

—Señorita Sharma —interrumpió como si llevara horas charlando con ellos—. Me preguntaba si tiene espacio en su tarjeta para concederme esta pieza.

Su rubor apenas se notó, se encontraba demasiado avergonzada como para mostrarle su papel en blanco. No obstante, su buena educación no le permitía negarle un baile a un caballero, y mucho menos, a un príncipe. Él asintió satisfecho ante el atónito Mijaíl, quien disimuló algo de interés al observar que Friedrich se había anotado no uno, sino dos bailes seguidos.

Un príncipe para Edwina [Bridgerton]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora