3. Un Baile II

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—¡Edwina! —vociferó el hombre con voz ya conocida, tenía unas patillas a los lados y vestía elegantemente.

—Anthony —respondió ella con algo de antipatía que Friedrich captó con disimulo, mientras él se acercaba rápidamente. Ella desvió su mirada hacia el tapiz de decoraciones doradas con rosa, como si aquello fuera más interesante.

—No puedes estar aquí sola —dijo cuando ya estuvo al lado de ellos. Saludó a Friedrich, apenas dedicándole una mirada de soslayo.

—Bridgerton —el príncipe le devolvió el saludo algo frío.

—El príncipe Friedrich y yo solo estábamos...charlando —concluyó ella.

—Eso lo sé, pero no es prudente que estés aquí sola con nadie.

—Yo ya me iba —agregó él rápidamente —. Ha sido un placer conocerla, Señorita Sharma.

   Se retiró de allí tan rápido como sus pies y el decoro lo permitían. Y agradeció en silencio que Anthony Bridgerton aún se sintiera en deuda con él por la situación vivida con su hermana. De haber sido una atolondrada mamá quien lo encontrara con su hija, en estos momentos estaría planeando una boda a la que de seguro no asistiría.

   Suspiró para sus adentros mientras cierta chica regresaba a sus recuerdos. Hacía mucho no pensaba en Daphne. No había querido hacerlo, enamorarse de buenas a primeras, pero irremediablemente lo había hecho. Al punto de regalarle el collar de diamantes de su madre, y aunque, ya no sentía nada por ella. Ni siquiera rencor. Tuvo que aceptar que acercarse a Londres hacía renacer viejas heridas.

   «¿Que tendría que ver la señorita Sharma con los Bridgerton?, ¿y por qué ella tenía que rendirle cuentas a Anthony?»

   No obstante, dejaría aquello para otro día. Divisó a lo lejos a su amigo Nicolás y se detuvo.

—¿Has visto a mi hermana? —preguntó deseoso de finalmente acabar su búsqueda.

—No —movió su cabeza y el destello en sus ojos parecía decir algo más.

—¿Has bebido?

—Un poco —Nicolás juntó sus dedos simulando la cantidad que había ingresado en su barriga, algo bastante considerable.

   Friedrich enarcó una ceja, él no bebía, así que no podía encontrar el gusto en aquello, pero sus amigos rusos podían tomarse hasta el agua de los floreros.

—No deberías regresar al baile, si mi tía te ve en esas condiciones podría enviarte con tu padre mañana mismo.

—¡Puaj! —la expresión de asco de Nicolás era tan graciosa como su bigote perfectamente recortado.

Friedrich sonrió.

—Eso pensé, mejor te vas a tu habitación. Hablaremos mañana. Ahora me toca encontrar a Carlota.

—Me parece que ha regresado al salón.

—¿No dijiste que no la habías visto? —Friedrich cruzó sus brazos y tomó una postura a la defensiva. La sola idea de que su hermana cayera en manos de Nicolás o de Misha le revolvía las entrañas hasta lo más profundo.

—¿Eso dije? ¡Entonces, no la he visto!

   Nicolás se tambaleó y empezó a caminar en zig zag hacia el lado contrario. Friedrich suspiró muy en silencio y lo observó hasta que se perdió de vista. Si el Zar de Rusia lo viera tambalearse por los pasillos de aquella manera como si fuera una bailarina, muy probablemente lo encerraría en el calabozo un par de años. Aunque tampoco creía que estuviera borracho, si algo había aprendido con sus nuevos amigos era que nunca se bebía demasiado.

Un príncipe para Edwina [Bridgerton]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora