11. Como Escocia

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"Existen instantes cruciales donde nos encontramos en la encrucijada, entre el impulso de escapar y la opción de permanecer indefinidamente"

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN.

11 de mayo de 1815

En las tierras altas y escarpadas de Escocia, las semanas transcurrían lentamente, y para añadir leña al fuego, su anhelo por Edwina había incrementado en lugar de extinguirse. Algo que Friedrich observó como un fenómeno curioso, pues en la ocasión anterior, la huida había sido su refugio predilecto, especialmente frente al inminente rechazo de Daphne. La explicación que encontraba residía en la insuficiente lejanía de Escocia, aunque también una porción de culpa recaía sobre su hermana, Carlota.

La joven, no hacía sino alimentar su corazón que, desesperado, clamaba por resignación y paz. Cada mañana, al despertar, una opresión se asentaba en su pecho, al tiempo que el preocupado Niles le observaba con renovada gravedad, como si dentro de su mirada se albergaran presagios que solo el futuro podría descifrar.

—Podría ser recomendable, Alteza, que se regale el placer de una salida el día de hoy —manifestó el ayudante de cámara con ánimo, desvelando el mundo exterior al tiempo que descorría las vastas cortinas.

La visión del cielo tormentoso inundó la estancia. A través de los impolutos cristales, robustas gotas de lluvia retumbaban con vigor.

—Tal vez no —susurró Friedrich, mientras su pie rozaba la fría piedra del suelo, un estremecimiento incontenible lo recorrió con rapidez. La similitud de su espíritu con el cielo de Escocia era innegable; ambos compartían la misma paleta de grises y la misma atmósfera sombría.

—¿Cómo se siente el día de hoy, mi señor? —indagó Niles, su mirada se perdía, últimamente, en direcciones que no cruzaban la suya. Invariablemente hallaba una excusa para esquivarle, encontrando más interesante la contemplación de sus propios zapatos.

Había ensayado infinidad de veces la respuesta a esa interrogante: "Estoy bien". A veces, esas palabras escapaban de sus labios sin pensarlo. No obstante, dudaba que alguien las tomara realmente en serio, especialmente considerando su apariencia reciente, más semejante a la de un lobo que a la de un ser humano. Su barba, ya rozando la exuberancia, rayaba en lo ridículo, mientras que su cabello, siempre propenso a crecer a paso acelerado, mostraba ahora incluso mayor desorden que de costumbre, pareciendo como si una exótica mata de pelo hubiera tomado asilo en su cabeza.

—Estoy bien —se conformó con emplear la misma frase de siempre, y Niles se limitó a asentir. Aquella era la dinámica cotidiana y debía prevalecer intacta.

No tardó en estar listo, aunque no se podía afirmar que luciera de forma impecable. Al menos, se encontraba en un estado aceptablemente no deplorable. Al salir de su aposento, dirigió sus pasos hacia el estudio, pero determinó que sería preferible pasar primero por el comedor.

Las gestiones de su tío, el Rey George, se habían resuelto en tan solo dos días, ese era el tiempo que Carlota había previsto para su estancia en aquella tierra húmeda. Sin embargo, él había determinado permanecer unas cuantas semanas más, llevándola consigo a uno de los castillos ancestrales de su familia, uno alejado de cualquier atisbo de civilización y rodeado por un sinfín de lagos. Esta decisión había desembocado en un notable cambio de humor en su hermana, quien comenzaba a tornarse gruñona, considerando que allí no había más que avistamiento de lodo a través de las ventanas y el paso de las ovejas frente a la entrada principal.

—Buenos días —saludó Friedrich al ingresar y se encontró con el semblante colérico de Carlota, mientras cerraba un libro con excesiva violencia.

Un príncipe para Edwina [Bridgerton]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora