Los años habían pasado. Christine aún recordaba aquellos momentos con su Ángel de Música durante su dura adolescencia, adolescencia en la cual aquel angelical voz había pulido su voz hasta que está fuera una perla, aún por brillar, pero ya de por sí valiosa como pocas. Recordaba aquellos momentos con el Ángel, como la primera vez que la visitó en su cuarto.
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Era una fría noche. Christine para ese entonces contaba ya con unos 16 años, de los cuales 5 había pasado con su Ángel, practicando cada vez más. Por alguna razón la castaña había pensado en contactar a su ángel, pues no podía dormir y tenía la sensación de que podría conciliar el sueño si escuchase a su ángel. Se había levantado de su cama, posando sus pues descalzos sobre el frío suelo lo que causó en ella un ligero escalofrío. Con lentitud caminó hacia el espejo de pared, de dimensiones y apariencia idéntica al de la capilla y esperanzada se arrodilló, mirando con esperanza al gran elemento frente a ella.
—Por favor, ven mi Ángel... — Dijo en una voz suave para evitar ser escuchada por cualquier bailarina o persona que caminata por su camerino en busca de algo.
Pasaron unos minutos en los que hubo solo silencio, un silencio que lentamente perdió aquella sensación de esperanza y se convirtió en tristeza; tristeza de que su Ángel no estuviera ahí con ella. En cuanto Christine se levantó, congelada, aquella voz; aquella armoniosa voz, inundó el camerino de forma inigualable. Christine sintió como su cuerpo ganaba calor con solo escuchar aquella voz, y se volteó mirando con esperanza el espejo; esperanza de verlo reflejado en este. Pero la abundante oscuridad no reflejaba nada, ni si quiera la silueta de Christine.
—¿Me has llamado, Ángel? — Cuestionó Erik tras el espejo, mirando a la joven. Había llegado allí a oscuras aprovechando la hora, por lo que no debía preocuparse de que alguna luz del candelabro reflejarse algo.
—¡Ángel! — La joven rápidamente llevó sus manos a su boca, dado a que el grito de emoción que escapó de sus labios al oírlo podría haber despertado a alguien. Erik, al otro lado del espejo, observó divertido la situación.
—Gritar a esta hora, aparte de afectar tu bella voz, solo conseguirá despertar a alguien. — Comentó en un tono que Christine no sabría definir, pero parecía algo jocoso y a la vez serio, una mezcla tan extraña que no comprendía como aquel Ángel podía generarlo.
—Lo siento. — Dijo apenada y con un ligero sonrojo inundando sus mejillas debido a la vergüenza. Suavemente se sentó en la cama, aún mirando al espejo y sonrió tímidamente, no sabiendo cómo hacer su petición. Dio un suspiro ligero y se armó de valor tras unos segundos en silencio. —Me gustaría que me cantaras... Puede sonar tonto, pero sé que sí me cantas podré dormir.
Erik notó que Christine no cabía de la pena; no podía ver con detalle sus gestos, pero el temblor en su voz, los evidentes nervios y sobre todo, la vergüenza que lograba respirar del ambiente le indicaban que Christine había hecho esa petición como si fuese la más íntima de las preguntas. No pudo evitar sonreír ante la idea de que la joven hallase tan especial su canto, y que sobretodo estuviese genuinamente interesada en escucharlo cantar. Le encantaba eso, le encantaba sentirse importante para su Christine, por quién ya sin duda poseía un intenso sentimiento; sentimiento que aunque se negaba en ocasiones a admitir inundaba su alma y su humanidad.
—Claro que sí, pequeño Ángel. — Erik podría jurar que vio un intenso brillo de dos perlas marrones en medio de la oscuridad. Incluso sin luz, aquella chica lograba que sus ojos demostrasen una expresividad y un sentimiento que, si Erik hubiese sido capaz de replicar, tal vez su vida habría sido menos difícil. Suspiró mientras la veía acostarse lentamente y sonrió, aclarando su garganta para cantar.
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The Point of no Return | Phantom of the Opera
FanfictionA la tierna edad de 8 años, la pequeña Christine Daae perdió a su padre. Abandonada y con un vacío en su corazón, Christine llega a la Ópera Garnier dónde, bajo el cuidado de una -aun- joven mujer llamada Madame Giry. Con el desconsuelo de la perdid...