La música de la noche había inundado la Ópera, sin embargo la hora de la obra había llegado y está había callado. Tras el reparador descanso de Christine, la castaña ya estaba lista para la presentación de aquella noche; luego, debería volver a ensayar para la próxima semana. La función transcurrió con normalidad, y esta vez Raoul no ocupaba el Palco número 5 sino que, en cambio, ocupaba uno de los asientos de primera fila. Erik había recuperado al fin -o al menos por aquella noche- su espacio, por lo que plácidamente repitió la obra desde la comodidad del palco.
Cuando la obra terminó, con la misma excelencia que la del día anterior, las ovaciones de pie colmaron a Christine. La salida de la misma del escenario y su viaje al camerino fue, aunque menos atareada que la noche anterior, difícil ya que muchos hombres, tanto mayores como de su edad y cercanías, se acercaron con regalos y flores para la artista. Erik solo pudo ver, celoso, aquella escena desde los agujeros en las paredes. Cuando finalmente vio a Christine entrar al camarote, se metió al espejo y observó.
-Ángel, ¿Estás ahí? - Cuestionó la joven mientras cerraba con cerrojo la puerta para evitar un incidente como el del día anterior. Suavemente, y por precaución, colocó una silla en la puerta y se dirigió al armario, buscando el vestido más cómodo posible; uno blanco, largo y con la falda holgada pero liviana.
El silencio precedió la escena. Christine observó el espejo y trató de mirar hacia dentro, sin embargo no lo logró dado al mecanismo que protegía a Erik. Entrecerró los ojos e imaginó al enmascarado ahí, frente a ella, a través del espejo. Haciendo un puchero por suponer que Erik la estaba ignorando a pesar de estar allí, la joven fue tras el vestier y allí procedió a cambiarse con velocidad.
-Erik, sé que estás ahí. - Susurró suavemente y volvió al armario, activando la palanca para abrir el espejo. Lentamente jaló el mismo y, aunque lo esperaba, dió un brinco al ver a aquella figura espectral frente a ella que portaba una lámpara de gas.
-Estaba comprobando si tu sueño no había sido un impedimento para que me prestarás atención, Christine. - Dijo suavemente mientras extendía su mano con gentileza, acto que la castaña aceptó. Cerró la puerta a sus espaldas y tomó la mano del hombre suavemente, dejándose atraer por él en un suave abrazo. Algo la tentó a probar nuevamente sus labios, pero prefería hacerlo nuevamente en la comodidad de la casa del lago.
-Me di cuenta, eres malo. - Hizo un infantil puchero que a Erik le recordó aquellos primeros años con la joven.
Él apenas era un adolescente, si es que se le podía llamar así. Para aquel entonces la Opera ni si quiera estaba en su totalidad construida; era solo las dependencias de los trabajadores y un escenario improvisado para practicar y darle funciones privadas de absoluta sencillez al Emperador Napoleón III. Tras haber solucionado el estado de los cimientos del edificio construyendo el lago artificial y asistir a Garnier desde las sombras, así como llevar a cabo sus viajes, Erik finalmente se había asentado en el palacio. Y en sus primeros días allí, cuando aún era un inadaptado temeroso, fue cuando conoció a Christine y ella fue un empujón para él, para continuar avanzando hacia un futuro prometedor.
-No soy malo, solo quería asegurarme de que lo recordarás. Casi no abres los ojos para ver, ¿Cómo esperabas que tuviera la confirmación? - cuestionó el hombre mientras acariciaba el rostro de la joven y descendían a la casa. Llegaron con facilidad debido a cuan ameno les fue el trayecto, y debido al jugueteo de manos y de gestos que entre ambos se mostró. Una vez en la casa, Christine se sentó cómodamente en el sofá y empezó a mover sus pies, cubiertos por las medias de seda y unos zapatos de descanso.
-Ang- Erik, ¿Qué te pareció la obra de hoy? - Ella sabía que Erik la elogiaria, sin embargo deseaba oír una opinión más compleja que "lo hiciste excelente" o "felicidades", opinión que sabía aquel hombre, crítico y músico podría darle.
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The Point of no Return | Phantom of the Opera
FanfictionA la tierna edad de 8 años, la pequeña Christine Daae perdió a su padre. Abandonada y con un vacío en su corazón, Christine llega a la Ópera Garnier dónde, bajo el cuidado de una -aun- joven mujer llamada Madame Giry. Con el desconsuelo de la perdid...