VI

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El gesto de terror de Christine fue inigualable. Su mirada, puesta sobre Erik, era sin duda la de una mujer que no sabía qué hacer. Empezó a dar ligeros pasos hacia atrás, poniendo sus manos hacia su espalda no chocar contra nada y así evitar lastimarse. Erik, notando aquello, empezó a caminar suavemente hacia ella mientras extendía su mano para invitarla a acercarse, notando su error. Su lento movimiento parecía el de un adulto tratando de acercarse a un animal callejero, solo y atemorizado para acariciarlo. Erik sabía que era muy repentino, pero, ¿Cómo no hacerlo? Llevaban mucho conociéndose y para él la tensión sexual entre ambos era excesiva, era un hilo de hierro que deseaba cortar.

Christine sintió su espalda chocar contra algo, uno de los espejos en aquella guarida. Suavemente Erik se acercó y tocó su rostro con dulzura, acariciando su mentón y subiendo por su mandíbula hasta su mejilla. Suavemente se acercó para besar la frente de la joven, buscando que ella se destensionase. Sintió los músculos de Christine entumecerse ante aquel gesto y suavemente acarició su rostro. Sabía que la Daae estaba asustada, pero, ¿Realmente era hasta aquel punto de tensionarse con el más sincero acto de amor que Erik podía darle sin cruzar el puente? No lo sabía.

-Lo siento, fui demasiado repentino. - susurró Erik mientras besaba la mano de la joven con dulzura y se apartaba ligeramente, dándole espacio. Pudo sentir que la mano de Christine se relajaba y que sus músculos lentamente iban reaccionando.

-No... Yo, lo siento. No supe cómo reaccionar. - la castaña no si quiera alzaba la mirada, temerosa de ver a su maestro. Estaba apenada y nerviosa, y un incomodo silencio sucedió a sus tímidas expresiones.

Con cuidado Erik volvió a tomar su mejilla, acariciando la misma con una lentitud y cariño ante el cual Christine solo pudo sonrojarse. Erik necesitaba romper aquel hilo, cruzar el puente. ¿Qué importaba si ardía tras eso? Estaba desesperado por poder finalmente probar a Christine, por poder acercarla a su cuerpo y tenerla con él siempre. No podía concebir un mundo sin ella, un mundo donde la Daae no fuese suya. Haría todo por ella, incluso si todo implicaba su ruina.

Christine no supo reaccionar cuando sintió un suave material, cálido y ligeramente húmedo, posarse en sus labios. Abrió los ojos impresionada y ahí pudo comprender la escena; los suaves besos de Erik estaban sobre los suyos. ¿Cuantas veces había deseado ello, pero presa de su timidez no lo había conseguido? Era difícil de contar esas veces, sin embargo aquel primer y hermoso beso fue más que suficiente para que la fémina cayera derretida en los brazos de su Ángel. Erik procedió a abrazarla con una dulzura y un sentido de protección que causó que Christine se entregará a sus brazos. La suave respiración del hombre con quien compartía su primer beso era tan delicada como sus labios y sus gestos hacia ella. Christine correspondió (torpemente) aquel beso y cuando ambos debieron alejarse esbozó una sonrisa a aquel hombre frente a ella.

-Perdoname, yo- -Erik intentó disculparse mientras tartamudeaba, siendo interrumpido por una escena que en su mente era inconcebible; Christine le devolvía aquel beso. Posó sus manos en la cintura de la joven y la atrajo hacia él, acariciando su cabeza suavemente y jugando con su cabello. La castaña por su parte posó sus manos en los hombros del joven, entrelazandolas en su nuca. Se puso de puntillas para alcanzar la altura del hombre y así, en esa comodidad estuvieron un buen rato.

En la mente de Erik no cabía un recuerdo tan feliz como aquel, o no en aquella tortuosa y miserable vida que había tenido. Tras aquellos dulces besos se sentía un adolescente enamorado, así que se sentó junto a Christine y comenzó a juguetear con su cabello. Si bien su juego con ella se basaba en la pasión, en aquel momento su deseo de carne no era tan poderoso como su deseo de estar con ella, en comodidad y tranquilidad, besándola y jugando con su cabello.

-¿Tú realmente querías esto? - Los bellos ojos de Christine miraban curiosos a Erik, esperando una respuesta satisfactoria a su pregunta.

-Desde que tienes 19 lo deseo. - Confesó el Ángel de la Música, acariciando el cabello de la joven. Suavemente tomó su cuerpo y la recostó sobre él, sosteniendo la con una mano mientras acariciaba su rostro con la otra. Christine sonreía como una niña pequeña disfrutando de aquel momento, olvidando que arriba Raoul la buscaba desesperado. Con lentitud la joven cerró sus ojos, disfrutando de aquella mágica escena y energía de tranquilidad, de paz.

The Point of no Return | Phantom of the OperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora