III

68 5 2
                                    

El rostro de Christine mostró una mezcla de sorpresa y terror, ¿Cómo era posible que su maestro, a quien conocía por años pero cuyo ser solo había descubierto hacia menos de una hora hiciera una petición como tal?

Ciertamente la casa del lago era sin duda asombrosa, y le daba unas vibras de armonía musical como nunca había imaginado que sentiría. Miró a Erik, y observó cómo su gesto se deformaba en una sonrisa de decepción al notar el gesto de la joven.

-Maestro... - Christine comentó con dificultad mientras tartamudeando ligeramente. Tragó saliva para humedecer su garganta y aclaró la misma, cerrando los ojos mientras procesaba su respuesta y la pensaba con claridad. -No puedo... ¿Qué pasará con mi vida arriba? ¿Cómo conseguiré ser Prima Donna si es aquí abajo?

-Mi bella Christine. - Pese a denotar decepción la voz del fantasma era tan dulce y amable como había sido a lo largo de aquel encuentro. Se levantó suavemente y tomó las manos de la joven. -Dije que vivas aquí, conmigo. No que está sea tu cárcel. Podrás salir, continuar con tu vida pero quiero tenerte conmigo. Sólo tú puedes hacer que mi música tome vuelo.

Qué su música tomara vuelo. Aquella era una parte de la canción que le cantaba cuando no podía dormir, ¿Acaso Erik había hecho esa canción? Y más importante, si sí era aquel fantasma el autor, ¿Sería dedicada hacia ella? Después de todo dudaba que secuestrara o visitará a las soprano o bailarinas con talento musical cantándoles una canción que, Christine recién podía percibir, reflejaba amor.

-¿Cómo puedo confiar en ti? Nos conocemos desde hace años, pero... Nunca te había visto, ¿Cuánto ha pasado desde que estuvimos en el camerino? Es demasiado repentino y pronto... - Susurró Christine con un ligero sonrojo, bajando la mirada y rascando su brazo con cuidado.

-Puedes pensarlo, Ángel. Pero esperaré tu respuesta pronto, ¿Está claro? - Aunque su tono fuera amable, había cierta carga de autoridad en este; una autoridad que le sugería a Christine no probar su paciencia.

La castaña asintió mientras se acercaba a su ángel y alzaba la mirada. Erik era bastante algo alto que ella, ahora podía verlo. Podría decir que media unos 1.85, bastante alto para aquel momento. Su dulce mirada reflejaba el cielo mismo, y su contextura corporal le indicaba que era relativamente fuerte, aunque evidentemente a plena vista y con el traje era difícil de deducir.

Lentamente Christine acercó sus manos al rostro del fantasma, colocando una en cada mejilla. Empezó a acariciar la mejilla de porcelana de la máscara mientras observaba a su maestro, si tan solo pudiera quitarle la máscara... Estuvo a punto de hacerlo, demasiado cerca. Sujetó los bordes y antes de poder dar un tirón sintió un fuerte agarre en su muñeca, casi doloroso.

-No te atrevas. - La voz de Erik perdió todo tono dulce y su mirada se aseveró. ¿Qué era aquello que tanto ocultaba el Ángel de la música que ni Christine podría verlo? -Más te vale pensar bien tus decisiones, Christine.

-Lo siento... -Espetó tímida y asustada la joven. Suavemente retiró su mano a medida que el agarre del fantasma se aflojaba, y suavemente bajó la mirada. Sentía una necesidad extraña de llorar, ¿Por qué aquellas palabras le habían lastimado como cuchillas si solo eran las primeras palabras duras de su maestro?

Christine empezó a observar la casa del lago tras tragarse las ganas de llorar mientras Erik la veía, vigilante. Había notado que sus palabras habían hecho decaer emocionalmente a Christine, sin embargo, ¿Cómo no hablarle así si cuando retirará la máscara observaria al demonio mismo? Aquello sí la haría decaer y negarse a si quiera saber de él. El terror la habría consumido y él la habría perdido, la habría perdido... Aquello dolía en su alma, el si quiera imaginar que la joven lo abandonará.

The Point of no Return | Phantom of the OperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora