VIII

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Christine había decidido ir a visitar a Erik tras el ensayo, y como su actuación era mucho más simple debido a que no debía memorizar diálogos, había logrado aprender lo más básico. La joven descendió hasta la guarida de aquel hombre y en el trayecto pudo notar aquel lugar con un aura mucho más extraña, más oscura. La eterna noche de aquel lugar, en ocasiones estrellada, estaba sumida en total oscuridad; no había candelabros, luces o nada más encendido. Solamente había el sonido de un órgano, un órgano furioso, iracundo, lleno de odio y rabia. La joven solo pudo ver la sombra del hombre a quien amaba tocando con una ira tan extrema el órgano que simplemente no parecía el mismo hombre que robaba sus sueños.

-¿Erik...? - Cuestionó susurrando suavemente, caminando hacia el hombre. Pudo notar en la oscuridad sus profundos ojos, llenos de ira. Al ver a aquella joven en su campo de visión Erik empezó a relajar, muy paulatinamente, la ira de su toque fue lentamente reduciéndose, hasta que fue reemplazada por calma; una calma incómoda. El aura de rabia no se había ido, pero al menos se había visto reducida, contenida y oculta tras la máscara del hombre.

-Lo siento, Christine. Esperaba que esos imbéciles notarán tu talento, pero no saben de Música. ¡Son unos ineptos! ¡No saben de música y quieren manejar mi teatro! - Dijo entre dientes, tratando de no explotar; no de nuevo. Rápidamente fue hacia uno de los espejos y agarró la única vela encendida, que estaba a un lado del espejo, para volver a encender todos los candelabros del lugar.

-No te preocupes Angel, sé que lo hiciste. No debes consumirte por eso, ¿Está bien? - la joven se acercó con cuidado y lentitud y puso su mano en la espalda del hombre, acariciando esta suavemente. Erik y Christine se sentaron, y el hombre cubrió su rostro mientras respiraba con fuerza, tratando de contener la ira que consumía su cuerpo. Él no podía permitirse ser una bestia, debía manejar sus sentimientos y cuidarse.

Erik solo decidió abrazar a Christine con cuidado y lentitud, aplicando la mínima fuerza. La joven besó su rostro tiernamente y comenzó a acariciar su rostro, plantando suavemente un beso en sus labios. Acarició con ternura el rostro del hombre, quien lentamente alzó la mirada y logró vencer al impulso. Suavemente tomó a Christine en brazos y la recostó sobre su cuerpo, jugando con su rizado cabello y besando su frente con dulzura, cariño y gentileza. No quería dañarla, y se había forzado a calmarse para no hacer nada de lo que se pudiera arrepentir.

-Lo siento. Me enfurece tanto que hagan lo que se les venga en gana, sin pensar en la Ópera... Épocas oscuras vienen para este palacio del arte. - Dijo suavemente mientras la sujetaba firme y cariñosamente, besando su rostro y apegandola a su cuerpo. Lentamente sujetó su mentón y la hizo mirarlo, acto seguido plantó un nuevo casto y dulce beso en los labios de la joven.

-No te preocupes, Erik. Sé que recapacitarán, te lo aseguro. - Comentó suavemente mientras sonreía y se acomodaba sobre el hombre, sentándose en su regazo y rodeando su cuello con sus brazos. Erik suspiró suavemente y besó a la contraria dulcemente, pasando sus manos hasta su cintura para sostenerla y evitar que se cayera.

La noche pasó bastante rápido, entre besos y jugueteos entre ambos. Al amanecer Christine se levantó, rezó por su padre y fue al ensayo. La rutina de la castaña continuó de tal forma durante toda la semana hasta el Sábado, día del estreno de su nuevo papel. Sabía que Erik estaba iracundo, y sabía que él tomaría represalias al respecto. Christine se encontraba en su camerino, terminando de maquillarse para la obra y de colocarse la falda retirable. Abrió la puerta para salir, sin embargo se encontró frente a ella a dos hombres de melena rubia; uno mayor que otro.

-¡Christine! Discúlpame, justo iba a tocar. Quería presentarte a- -No pudo terminar pues fue interrumpido por su acompañante.

-Soy Philippe, soy el hermano mayor de Raoul. Es un gusto volverla a ver, Christine. - Dijo sonriendo. Recordaba s aquella niña con quien su hermano tanto jugaba, y aunque ni la sombra de aquella niña quedaba en la apuesta joven, claramente aquel aura que desprendía era la misma que en aquella época.

The Point of no Return | Phantom of the OperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora