XII

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Ni Erik ni Christine ignoraron el doloroso grito emitido por el menor De Chagny en algún punto de los túneles; sabían qué era. Christine sintió su corazón estrujarse; Había olvidado que era el hermano de su amado amigo, había ignorado lo que sentiría Raoul en el momento en que viera a Philippe; la pérdida de su última figura paterna seguramente le destrozaría, y Christine había decidido hacerse la ciega ante lo evidente; su amigo sufría el infierno por culpa de su amado. La joven empezó a lagrimear, haciendo sus manos y puños; no podía hacer nada más que lamentarse, pero Erik había matado a Philippe por protegerlas... Él iba a disparar de nuevo, ¿cierto? Después de todo, si lo hizo una vez, seguramente lo habría hecho otra. Christine en su interior sabía que el hombre era inocente de todo, y sabía que él había disparado por error; sin embargo, su corazón suplicaba que aquello fuese mentira, e intentaba disfrazar la verdad con la idea de que Philippe era la amenaza, y Erik la había defendido.

Erik, por su parte, no sintió ni remordimiento, ni dolor ni compasión; solo una inmensa satisfacción en su interior por la cual, sentía una ligera culpa, carga que llevaba desde niño por todos sus crímenes y los muertos que tenía encima y tendría; pero aquello no importaba, sino que Christine sufría. El hombre suavemente acercó el cuerpo de su amada al suyo, volviendo a aprisionar a la castaña contra él. Su cuerpo la cubrió en un abrazo protector y bondadoso, lleno de todo tipo de cariño y compasión. Erik solo sentía aquello por ella, Nadir y Giry; el respeto y necesidad de buscar su bienestar, la piedad y en el caso de Christine, también el amor. El enmascarado quería verla siempre bien, y verla llorando, destrozada lo afectaba. Suavemente besó su frente y la empezó a arrullar, acariciando su rostro con una ternura absoluta.

-Sh, no te preocupes mi Ángel. Todo estará bien. - Susurró Erik consolador, acariciando su rostro suavemente y plantando dulces besos por toda la faz de la joven. Con lentitud le plantó un beso, dulce y amoroso, que buscaba generarle tanto como para distraerla de aquel dañino momento, y traerla con él al mundo donde el sufrimiento no existiría; su pequeño mundo de amor.

Christine no podía hablar, pues estaba desconsolada. Con lentitud Erik la acarició, y aquel suave y dulce movimiento duró por minutos, los suficientes como para que su amada Christine pudiera sentirse bien. Erik sujetó con ternura el rostro de la joven y le plantó un amoroso y dulce beso, uno más intenso que los anteriores pues la carga de amor que había en este era mayor perceptible para Christine, cuyas lágrimas lentamente dejaron de emanar. Mientras ambos compartían aquel dulce momento, donde Erik buscaba hacer que su amada no sufriera, al otro lado del lago artificial un destrozado Raoul colocaba la pistola de su hermano y su sable en su cintura. Aquel hombre que había asesinado a Philippe, porque Raoul sabía que era un hombre, iba a pagarlo caro.

-Vizconde, lo siento mucho... Si no lo hubiera traído... - Madame Giry miraba pesarosa a Raoul, caminando tras él. El rubio solo mantenía la cabeza gacha, sus manos empuñadas y sus ojos conteniendo el llanto pues un hombre verdadero no lloraba.

-No se preocupe Madame Giry, no es su culpa... Es del Fantasma. - La ira en la voz del hombre era evidente, y aunque quisiera negarlo él estaba sintiéndose un monstruo; tan monstruo como el asesino de su hermano, solo que aquel asesino carecía de alma y piedad, era solo un ser despreciable cuya existencia debía ser terminada.

La Ópera quedó escandalizada aquel día, pues el cadáver putrefacto, sucio y maltratado de Philippe había tenido que salir solo cubierto por las mantas de los soldados por la entrada del teatro. La violenta muerte del hombre; el asco y la miseria; y la sorpresa de los transeúntes fue un elemento común en el camino del cadáver hacia la carroza que lo llevaría a Notre Dame, para que el archidiácono pudiera darle cristiana sepultura. Raoul no se atrevió a ir tras la carroza, ¿Cómo podía abandonar aquel maldito edificio, aquellas condenadas cuatro paredes tan fácil? ¿Cómo era concebible que dejara a su amado hermano irse solo? La culpa empezó a invadirlo, él había dejado solo a Philippe y su hermano había bajado hasta allí por su búsqueda de Christine... Christine, ¿Por qué tenía que estar tan enamorado de ella al punto de sacrificar a su hermano por la castaña? Y ni siquiera había podido verla; ni siquiera se había ido lejos, o sola, o estaba en peligro.

The Point of no Return | Phantom of the OperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora