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Kiara y Pope salieron de la furgoneta, y sin decir nada, todos nos entendimos perfectamente. Comenzamos a correr por el camino, el mismo por el que había tomado rumbo John B, hasta llegar a la torre de madera. Al pie, en el suelo, Sarah Cameron gritaba desesperada y con lágrimas en los ojos, de rodillas, mientras sujetaba de la cara de... John B.
Oh... mierda.
-¡Me cago en la puta! -fue lo único que grité mientras me aceleraba el paso hacia la pareja. Me coloqué en la misma postura que la rubia, con los ojos abiertos. El pánico se apoderaba de mis venas.
-¡Sarah! ¿Qué ha pasado? -preguntó JJ, apoyando sus manos en sus rodillas, exhausto de la carrera. Pope llegó y se puso a su lado, y luego vino Kie, quien miraba horrorizada la escena.
-S-se ha caído. -murmuró sollozando Cameron- Topper lo ha empujado.
Mis sentidos se pusieron alerta en ese instante, al igual que mi piel, que ahora estaba de gallina.
¿¡Topper!? ¡LO VOY A MATAR!
-¿¡Dónde cojones se ha metido!? -exclamó furioso, apretando los puños y observando a su alrededor, en busca del chico.
Ignoré mis pensamientos homicidas contra Thornton y me apresuré a poner el dedo medio y el índice en el cuello del ojiverde, y mi oído, en su boca. Estuve así hasta que solté el aire que llevaba en mis pulmones unos segundos de máxima tensión, aliviada, al notar la respiración y el pulso de mi amigo.
-Está vivo. -aseguré para que todos se tranquilizaran algo, a la vez que me incorporaba y ponía mi mano en el pecho, más calmada.
-Menos mal, joder. -suspiró Kiara, pero la mulata seguía tensa y demasiado preocupada, al igual que todos, para qué mentir.
-Por favor -susurró la princesa Kook-, pedid ayuda. ¡Llamad a alguien! ¡A quien sea!
-Date prisa. -pidió JJ cuando vio como el de tez oscura empezaba a correr a un lado cualquiera, buscando a alguien que pudiera echarnos una mano.
-¡Rápido, Pope! -chilló la morena, animándolo a no parar hasta encontrar a una persona que nos socorriera.
-John B, estoy aquí. -Sarah le acarició la cabellera castaña, intentando tranquilizarse más a sí misma que a John B, quien no podía ni siquiera escucharla.
La Cameron acercó su cara a la del chico y le dio un beso en los labios. Fruncí la nariz, asqueada. ¿No tenía otro momento para besarlo? Y encima justo cuando no podía restregarle al de ojos verdes que, una vez más, yo siempre tenía la razón.
