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-¿Tienes pensado ir a algún sitio en concreto? -me preguntó JJ tras separarse de mi abrazo, pasando su brazo derecho por encima de mis hombros.
－No, mi vida es una mierda, y también muy aburrida. －respondí simple, sonriendo levemente, causando la suave risa del rubio.
-Ya echaba de menos tus chistes sobre lo poco que esperas de la vida -comentó divertido-. Bueno, pues demos un paseo o yo qué sé.
Comenzamos a caminar, riéndonos de las tonterías que decía el otro, empujándonos o haciendo gilipolleces que de vez en cuando llamaban la atención de turistas, los cuales nos miraban bastante mal. Entonces, una melena castaña a lo lejos me llamó la atención y me detuve. JJ lo notó e hizo lo mismo, frunciendo el ceño.
-Nada, nada. -Le resté importancia, apartando la vista de la chica.
－Vale... －asintió alargando la "a"－ ¿Quieres un helado? －dijo señalando con su dedo índice un puesto con algunas personas a unos pasos de nosotros.
-Claro.
Cuando empezamos a caminar, la persona misteriosa se giró ciento ochenta grados y pude ver su rostro. La morena me miró y sonrió abiertamente, para luego acercarse rápidamente.
-¡Hola, Verónica! -saludó Stacey abrazándome. Le correspondí el abrazo con las cejas alzadas por la sorpresa y una expresión en la cara algo confundida por su acto.
-Uh... Hola, Stacey. -Intenté sonar ilusionada al mismo tiempo que me separaba-. ¿Qué haces por aquí?
-Andaba un rato para conocer la isla -comentó encogiéndose de hombros-. ¿Y... vosotros? -cuestionó después de observar que estaba acompañada.
-Paseábamos -contesté y alterné mi mirada entre JJ y la castaña-. JJ, esta es Stacey, la conocí un día en la cafetería de mi tía y me ofrecí a enseñarle Outer Banks... y Stacey, este es JJ, mi... -Hice una leve pausa-. Mejor amigo.
-Encantada -sonrió la ojiazul.
-Sí, yo igual... -El rubio parecía algo incómodo con todo eso-. ¿Vienes de visita o te mudas...?
-Solo soy turista, me marcharé al terminar el verano.
－Yo... iré a comprar los helados. －JJ abrió los ojos como platos y negó repetidas veces con la cabeza. Ni loco quería estar a solas con esa. Lo miré burlona y me fui a la pequeña heladería.
Le dicté al señor los sabores y me volteé hacia el par que había dejado charlando. El de ojos oceánicos reía de vez en cuando sin mucho entusiasmo y con las manos en los bolsillos, chocando su pie con el suelo a un ritmo medio, impaciente porque regresara. El dependiente me entregó los dos helados y me dirigí hacia los chicos.
