Autobuses en el cielo (3/6)

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—¡Sergio, amigo! —gritó alguien en tono burlón—. ¿Otra vez dando diagnósticos a desconocidos?

Sergio se volteó y resopló a la par que miraba el suelo. Eran un grupo de cinco jóvenes inmundos. El hedor que impregnaba el ambiente era una mezcla de orina, alcohol, tabaco, y alguna substancia ilegal como la marihuana.

¿De dónde han salido estos drogatas?

Uno de ellos, por sus formas de andar y de guiar al resto debía ser el líder de aquella banda de yonquis, pues todos le seguían como zombis descerebrados al suculento humano que estaban a punto de devorar. Sus ropajes eran caros, lo que sugería que debía venir de una buena familia. En una de las manos llevaba una botella de vodka a la que le quedaba tan solo un dedo del contenido alcohólico.

—A ver, idiota, ¿qué me vas a diagnosticar a mí? —siguió este pitorreándose—. O aún mejor, recétame algo con tan solo observarme. ¡Venga, maldito druida! ¿A qué coño esperas?

—Por favor, Carlos, márchate de aquí, no te metas donde no te llaman —pidió Sergio.

Uno de los súbditos de Carlos, de corpulento cuerpo, parecido al de un culturista y que era dos cabezas más alto que yo, sacó de un bolsillo un cigarro y se lo puso en la boca a su líder en cuanto este le hizo un gesto con la mano. Seguidamente, al lado del gigante, un enano que me llegaba por la cintura, se puso de puntillas con un mechero en la mano hasta que finalmente consiguió encenderle el cigarro. Carlos se acercó a Sergio y exhaló todo el humo en su cara, este ni siquiera se inmutó.

—Yo me meto donde me sale de aquí abajo. —Se tocó los testículos sobre el pantalón—. Que eso te quede bien clarito. —Y le acercó la cabeza a la suya en modo de desafío.

Intentando no inmiscuirme en la discusión, guardé mi tablet en la mochila y me puse a navegar con el móvil. No tenía conexión por unos instantes, pero de golpe me apareció el iconito del 6G en el móvil, lo que me hizo acordarme de la pregunta que me había hecho Sergio antes de alelarme con esa misteriosa nube, al cual de manera disimulada se lo mostré sin que los otros se dieran cuenta.

—¿Si qué te va? —se sorprendió este, quién lo volvió a revisar de nuevo en su móvil—. Es verdad, a mi ahora también, debe haber sido algo temporal. ¡Gracias, Pío!

—¿Pío? —pronunció Carlos en tono burlón—. ¿Qué pensaron tus padres para ponerte ese nombre? —Observó a Sergio—. En este caso no necesitarás la ayuda de este pamplinas, sino la de un veterinario. Pio, pio, pio. —Empezó a imitar un pájaro con sus brazos y sus súbditos se desternillaron de risa.

La experiencia que desgraciadamente había adquirido años atrás con los abusones, me advertía que ignorara toda palabra que saliese de su boca. Por lo que seguí a lo mío, con mi móvil. Abrí el navegador web, al que había ingresado en la plataforma de la universidad días atrás y no había cerrado sesión. Lo primero que se podía visualizar era un anuncio que instigaba hacer un erasmus en Londres. Curiosamente en la foto había unos cuantos autobuses londinenses, como los que había visto en el cielo.

¿Y si el otro día vi el anuncio y ahora el cansancio me ha hecho imaginarme eso en el cielo?

De inmediato, en una notificación del móvil que me sonó, alertándome que un ciclón que hacía unos días se había formado, el ciclón ártico Eydís ya estaba arremetiendo contra las costas británicas y que a su gran velocidad, sus destrozos llegarían a otros países de Europa rápidamente.

—¡Oye! Sr. Pollito. ¿Qué intentas al fingir que no me oyes?

Al instante vino uno de los súbditos de Carlos, quien me arrebató el móvil sin que pudiera advertirlo. Este tenía una cresta teñida de fucsia de más de veinte centímetros de altura que pasaba inadvertida para cualquiera. Le lanzó el móvil a Carlos, quién lo agarró ágilmente.

—¿Así que mirar la plataforma de la universidad es más importante que tener una amigable conversación conmigo? —se burló mientras lanzaba una y otra vez el móvil al aire y lo volvía a agarrar con la mano.

—¡Devuélvemelo! —exigí.

—Carlos, no hagas ninguna tontería, por favor —pidió Sergio.

Me acerqué a él, pero el último miembro del grupo me detuvo. Este era un chico que parecía haberse criado en salón de piercings y tatuajes, ya que esos dibujos grabados eran lo que más destacaba en sus coloridos brazos y su cara llena de piedras preciosas que si alguna vez osaba en quitárselas todas, parecería un colador. Realmente era una banda con miembros muy característicos que yo hubiese ignorado si no hubiera sido porque se habían hecho con uno de mis efectos personales.

Aparté al Salón de Tatuajes Andante de un empujón, pero los otros tres se interpusieron delante de Carlos.

—No tan deprisa, pollito —rio él, situó la botella de vodka encima de la cocorota del enano, quién la agarró con las manos antes que cayera. Del bolsillo sacó una baraja de cartas, de la cual seleccionó cuatro y guardó el resto—. Quiero jugar con mi nuevo amiguito.

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