Elosacower 54 (7/7)

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Pese a los avances médicos de mi época que permitían curar casi cualquier enfermedad sin apenas esfuerzo, yo le tenía un miedo irracional a cualquier concepto que estuviera relacionado con la medicina. Sin embargo, tanto por la extraña mancha que tenía en el rostro, como por la necesidad de disfrazar mi cuerpo lo más parecido posible al de un Homo vulgaris, un equipo de expertos debía estudiarme. Para sentirme más tranquila, solicité que quién me examinara fuese Uillín, pues al ser una de mis mejores amigas, tenía más confianza, además, que durante la prueba estuviese el mínimo de personas posible, por lo que observando el procedimiento solo estaban Bleoga, el Dr. Cetus, y un profesor de Uillín que le guiaba.

—No hay nada parecido en el registro —se sorprendió Uillín.

—¿Nada? —se acercó su profesor al proyector holográfico que mostraba unas cifras extrañas—. ¿Pero de que está compuesto?

—O el trinstáil está fallando, o es la primera vez en la historia de la humanidad en la que nos topamos con estos elementos químicos —argumentó Uillín asombrada.

—Voy a informar inmediatamente al departamento químico. —El profesor de Uillín se fue por la puerta y realizó una llamada.

Uillín seguía mirando el trinstáil, aunque de un momento a otro se separó de su asiento y se acercó a mí. Yo me encontraba tumbada en una camilla esperando que en cualquier momento me dejaran marchar de allí. Mi amiga empezó a tantear uno de sus dedos en mi brazo.

—¿Qué estás haciendo? —grité acobardada.

—Creo que he encontrado un vínculo—. Golpeó energéticamente el brazo, y de inmediato la mancha del rostro se empezó a desplazar serpenteando por el cuerpo hasta donde ella me había golpeado, aunque no cambió de forma—. No puede ser...

—¡¿Qué es eso?!

El Dr. Cetus y Bleoga se acercaron a observar la extraña mancha que se movía. El profesor de Uillín volvió enseguida para ver qué estaba ocurriendo.

—Theia —siguió Uillín—. Creo que tienes algo vivo ahí. —Uillín golpeó el otro brazo, y enseguida la mancha se desplazó hasta este—. Es como si buscara energía, como si se alimentara con ella.

El profesor de Uillín examinó los registros en el trinstáil, pero no encontró nada.

—No es un alienígena, no al menos de los que tenemos constancia.

—¿Podrían ser que lo hayan creado artificialmente? —intervino Bleoga.

—¿Para qué finalidad? Si fuera mortal seguramente ya hubiera actuado —opinó el Dr. Cetus.

El profesor de Uillín hizo unas consultas en el trinstáil y de una máquina sacó una especie de bola azul que me alcanzó en la mano.

—Tómatela.

En cuanto la ingerí, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y la extraña mancha se fue difuminando hasta que desapareció.

—¿Ya está? —me sorprendí—. ¿Me he curado?

—No —negó el con la cabeza—. Te he reducido la temperatura corporal. Al parecer lo que tienes ahí dentro hiberna en cuanto la temperatura es demasiado baja. La temperatura media del Homo melius es de 32ºC. Ahora mismo tu temperatura ha bajado hasta los 25ºC. Te daremos una dosis cada día, aunque nunca tomes más de una al mismo tiempo. Si te la tomaras te congelarías. De mientras, y con una muestra que estamos analizando, investigaremos alguna forma de quitarte lo que tienes ahí dentro. Por suerte, sabemos que no es letal.

Resuelto el problema de la extraña mancha, empezaron a analizar el cuerpo de una vulgaris de la época, comparando las diferencias más relevantes para poder disfrazarme. Una extraña máquina holográfica, parecida al trinstáil proyectaba la zona del paciente que el médico desease en mayor escala, a diferencia de que el médico podía interactuar con el holograma y si realizaba algún cambio, se efectuaba en la realidad. Así pues, una proyección de mi nariz veinte veces más grande de lo normal apareció en el centro de la sala. El Dr. Cetus explicó que en esa época el clima era más caluroso, y que la contaminación era mayor que en nuestra época, por lo que como no solo iría un día de excursión, requería de un filtro para evitar molestias. En la proyección de mi nariz colocaron un filtro cilíndrico transparente en cada fosa nasal que realizaría esta función. La segunda proyección fue la de mi boca, donde explicaron que los vulgaris a mi edad ya tenían los dientes definitivos y no los de leche, y debido a que el antalet ya me había visto hablar, ya se habría fijado en el pequeño tamaño de mis piezas dentales, no tenía sentido que me proporcionaran ninguna dentadura falsa con dientes de mayor tamaño. En la holográfica comprobaron si alguno de mis dientes se movía. «Aún te falta algún mes para que se te caiga tu primer diente de leche», reía Uillín enseñando su boca, donde sus dos paletas definitivas ya estaban saliendo. Comprobaron mis ojos, pues en muchos otros planetas estos habían evolucionado alejándose completamente del parecido que tenían con los de nuestros antecesores, por suerte, los terrícolas los teníamos casi idénticos y no me proporcionaron nada. Comentaron que adonde iba, las mujeres con catorce años ya solían tener la regla, a diferencia de la mía, donde ni siquiera Uillín, la mayor de mis amigas había sangrado por ahí abajo ninguna vez, aunque como no era algo externo que se pudiera notar a simple vista, no me proporcionaron ningún medicamento que me hiciera sangrar. Me ofrecieron una bola negra que, al ingerirla, provocó que me empezara a crecer pelo rubio allí donde un melius nunca había tenido: brazos, piernas, e incluso en la vulva. Fue una sensación que me perturbó totalmente.

Un grupo formado por expertos en tradiciones antiguas y ropajes de varias épocas, estudiaron cuales serían los mejores conjuntos para que yo vistiese. Se proyectaron varias imágenes de mí con diferentes conjuntos. Elegí un vestido negro con falda que no me disgustaba tanto, pues los demás me parecían demasiado ajustados, incomodos y poco ergonómicos. La idea de tener que abandonar el cómodo peifrati y las kengemut por ropa que jamás me había equipado, me resultó sumamente extraño. Sobre todo cuando hice el ridículo esperando a que la prenda me vistiera sola, y en realidad tuve que probármela yo. Tardé más de cinco pentatos en vestirme, y lo que más me costó fue entender porque los zapatos que portaba tenían un poco de tacón que al andar por primera vez casi me provoca una caída.

Después de desprenderme de esos ropajes, Bleoga me dijo que al día siguiente fuese puntual, pues me acabarían de proporcionar algunos útiles para la misión antes de que me obligaran a partir. Por lo que fui a mi hogar a descansar.

Al dirigirme a mi habitación y mientras comía de un bol repleto de tiormañas, recordé el dibujo que Pío me había dado. Mientras observaba el dibujo partido en dos, me acordé del último presente que mi padre me había regalado antes de partir hacía Alpha Centauri. Un «holopeinter», que como muchos de los recuerdos de mi infancia, se encontraban debajo de mi cama flotante. Cuando lo encontré, lo coloqué encima de mi cama, me crucé de piernas, e introduje las dos fracciones del papel por una ranura del juguete, después, apreté un botón.

Se abrió una pequeña compuerta que había en uno de los costados de la máquina, de donde empezaron a salir hologramas de los autobuses que Pío había dibujado, por supuesto que en blanco y negro, ya que así era como habían sido trazados sobre el papel. Estos empezaron a dar vueltas por toda mi habitación. Parecía magia.

6 de uraech de 2994 (Calendario Terra-Meliusiano)

—¡Theia! ¡Llegas tarde! —se quejó Bleoga en cuanto llegué a la última planta del edificio Deskan, donde se encontraban los autobuses—. ¿Es que no te has acordado? En ese tiempo los días duran un decagano y medio menos. Ahora tu rutina es de ocho decaganos y medio. ¡Ya puedes ponerte esa ropa!

En cuanto me vestí, por suerte, mucho más rápido que al día anterior, me proporcionaron un bolso rojo de la época, donde en su interior me habían concedido algunos inventos que quizá necesitase en esa época.

Theia la natacower está lista para cumplir su importante misión.

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