Autobuses en el tiempo (8/12)

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5 de uraech de 2994 (Calendario Terra-Meliusiano)

Los más de quinientos turistas ya dirigían miradas de deseo a las máquinas del tiempo en forma de autobús. Los adultos estaban más impacientes que los niños, como si esperaran ansiosos abrir un regalo de cumpleaños. Leo estaba comprobando que todos los autobuses estuviesen sincronizados desplazándolos un par de metros todos a la vez. Tanto los guardas como Casiopea y yo esperábamos haciendo una cola a Ofiuco, para que nos proporcionara la invisibilidad para que ningún antalet pudiera detectarnos con ninguno de los sentidos.

—¡Natacowers! —mencionó Casiopea observando la multitud de turistas—. Casi milenio y medio del último viaje en el tiempo, y nosotras aquí, a punto de hacer historia. —Hizo una pequeña pausa mientras observaba las piedras que giraban velozmente encima de su cabeza—. Vaya, ni siquiera puedo ocultar toda la expectación.

—¿Quién podría? —le sonreí—. Haciendo historia reviviendo la historia. Si yo tuviera uno de esos encima de mi cabeza seguro que todas las piedras se me hubieran salido de sus orbitas.

—¿El qué se te saldría de las orbitas? —pronunció Ofiuco cuando apareció de la nada, apoyando sus manos encima de nuestros hombros.

Ambas nos sobresaltamos de formas diferentes, Casiopea cayó de culo al frío suelo de la sala, y yo por poco bofeteo la cara del bromista.

—¡El corazón! —bramé llevándome la mano al pecho—. ¡Malditas gafas! Algún día te las arrebataré y te sentirás verdaderamente despojado.

Ofiuco no podía dejar de regocijarse, y a modo de burla se quitó las gafas por unos instantes, estirando el brazo para ver si era capaz de cogerlas.

—¡Venga que no ha sido tampoco para tanto! —Se volvió a poner las gafas mientras buscaba en una de las mesas un pequeño dispositivo idéntico a un ojo humano, solo que el doble de grande y el iris totalmente blanco. Se lo acercó a Casiopea y este parpadeó, iluminando toda su superficie en una suave aurora azulada por unas milésimas de centato—. ¡Ale!, ya estás invisilizada a ojos de cualquier antalet.

—¿Cómo funciona exactamente esta cosa? —Me asombré.

—La explicación más sencilla, es que crea una especie de temporizador alrededor de tu estructura molecular que te hace invisible durante ese tiempo a aquellos seres que he indicado. —Entonces se acercó a mí con el ojo en la mano, y este volvió a parpadear—. ¡Oh, vaya!

—¿Qué ocurre? —me asusté.

Ofiuco me ignoró totalmente, se dirigió a Casiopea con el rostro blanco como las nubes.

—Me parece que ha habido un problema con Theia —confesó Ofiuco—. La deberíamos de seguir viendo, como si algo hubiese fallado.

—¡¿Qué?! ¿Me lo decís enserio? —Empecé a andar alrededor de ellos pero no se inmutaron—. ¿Esto no tendría que funcionar solo para los antalet?

—¿Hay alguna forma de arreglarlo? —preguntó Casiopea en tono de preocupación.

—Hace tiempo ocurrió un caso parecido con un grupo de niños que querían invisibilizarse por varios decaganos. Creo que estaban jugando a esconderse o algo así, y querían probar nuevas experiencias. —Hizo una breve pausa—. Desgraciadamente, por culpa de un fallo del ojo dal, se volvieron invisibles para siempre y nunca más se supo de ellos.

—¡¿Enserio no puedes verme?! —Empecé a gestionar las manos delante de él, empezando a entrar en pánico.

—Aunque hay una cosa que creo que los diferencia de Theia —explicó Oficuo.

—¿El qué?

—Ellos no eran tan ingenuos. —Me agarró del brazo repentinamente y seguidamente me manoseó el cuero cabelludo—. Vamos señora invisible, mi equipo y yo tenemos que invisibilizar a más de quinientos pasajeros, así que salga de la cola y suba al autobús —pronunció en su típico tono de voz irónico.

—¡Maldito renacuajo! —me quejé—. ¡Me lo había creído!

Casiopea empezó a desternillarse de risa mientras intentaba calmarme alegando que no era una broma de tan mal gusto.

A medida que los pasajeros recibían el rayo de invisibilidad, se subían al autobús que le correspondía. Los niños subieron ordenadamente al nuestro. Aunque hubo alguno que otro que realizó pequeñas rabietas para ir al piso superior cuando le había tocado en el inferior, no hubo mayores incidencias. Para nosotras, tenían reservados dos asientos al lado del asiento vació del conductor.

Cuando estábamos todos a bordo, Ofiuco y la decena de ayudantes que tenía, modificaron la configuración del ojo que tenían en sus manos, entonces estos se agrandaron hasta ser del mismo tamaño que una cabeza humana. Apuntaron a cada uno de los autobuses al unísono y dispararon el rayo de invisibilidad hasta habérselo aplicado a todos.

El techo se abrió, y Leo organizó los autobuses en una fila remotamente, el nuestro era el primero. De un momento a otro se alzaron al aire y salieron del edificio, alejándose cada vez más de este, hasta llegar a la exosfera. Nunca he ido al espacio, pensé, pues era un miedo que tenía desde que mis padres fallecieron, y finalmente iba a dominar para cumplir mi sueño. Estábamos a esa altura porqué las maquinas del tiempo debían alcanzar velocidades mucho superiores a la de la luz para ser capaces de abrir un portal a la dimensión de Gatsir, la dimensión del tiempo. Estando a esas alturas nos asegurábamos de que ningún objeto, por pequeño que fuera impactara contra las naves y provocaran ningún accidente, además de la explosión lumínica. ¡Ay, la explosión lumínica! Ese fenómeno que se produce cuando un objeto supera la velocidad de la luz. Mucho más intenso que la explosión sónica, y mucho más brillante. Algunos la solían llamar «pequeña supernova» debido al efecto de colores que se producía por unos pocos instantes. «¿Has visto eso?», preguntaron muchos de los niños al de su lado tras presenciarla.

—¿Preparadas para viajar en el tiempo? —nos preguntó Leo a través de los relojes a Casiopea y a mi—. Preparadas o no, allá vais.

Y entonces, todo nuestro entorno cambió. La Tierra, que instantes atrás volteábamos docenas de veces por centato fue sustituida por unas nubes totalmente blancas. Así era la dimensión de Gatsir, una dimensión artificial creada por los primeros natacowers que permitía viajar en el tiempo. También era un infierno para muchos, pues ese escalofriante lugar sin fin repleto de niebla era aun totalmente desconocido incluso para los expertos en los viajes en el tiempo. La velocidad que llevaban ahora las maquinas ya no era supralumínica, sino la denominada velocidad de Gatsir, que equivaldría a un poco menos de la velocidad del sonido, pues en esa dimensión era imposible superar esa velocidad. Al fin y al cabo no se llegaba a una época por la velocidad de las máquinas, sino por el tiempo en el que se permanecía en esa sombría dimensión. Por cada centato que se estuviera en la dimensión de Gatsir, se viajaban mil años, por lo que como solo viajábamos unos cinco milenios y medio, atravesaríamos la dimensión en poco más de cinco centatos. Por suerte para todos, las maquinas se podían programar para que hicieran el cálculo solitas, ya que darle a un botón cada vez que se quisiera salir de la dimensión de Gatsir era de todo menos preciso.

NatacowersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora