El venusiano y el fruto (1/1)

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Tiempo desconocido

Astro desconocido


Cuando la gigante roja se puso por el este en aquel singular y gélido astro, empezó una peculiar lluvia de estrellas. Miles de meteoros atravesaron el firmamento, dejando a su paso largas estelas de colores que confeccionaban a su paso un hermoso tapiz celeste.

Fue una pequeña flota, que por su repentina entrada en la atmósfera, consiguió eclipsar el espectáculo cósmico por unos instantes. Sus naves eran semiesféricas, de un naranja metalizado, con un gran ventanal que las volteaba cilíndricamente, y con una pequeña cúpula transparente en lo alto de sus superficies.

A través de esas cúpulas se podían distinguir los soldados de algún ejercito galáctico, sin embargo, ninguno de ellos portaba sobre sus mangas ningún emblema que los identificase, como si quisieran evitar que alguien los reconociese. Solo había de entre ellos, en una de las naves, un hombre con sus correspondientes emblemas; un venusiano esposado de pies y manos que no dejaba de observar atónito a sus captores, quienes le apuntaban con sus pistolas de pulsera.

Cuando las naves aterrizaron, fundiendo a su paso un hielo más antiguo que la existencia humana misma, los soldados de las nueve naves bajaron en perfecta sincronía por las rampas acabadas de desplegar, y corrieron con sumo cuidado por el suelo resbaladizo de la superficie del planeta, organizándose en dos líneas humanas que conformaban un pasillo de más de doscientos metros que no llevaba aparentemente a ningún lugar.

Uno de los soldados guio al prisionero por el único camino posible. Al final del tramo, cuando estos hubieron llegado, se proyectó un holograma humano incompleto. Este, mostraba el cuerpo y las extremidades de una figura rígida. Portaba una capa telesxer colgando de su espalda, lo que indicaba que debería ser alguien importante, pues nadie que no fuese lo suficientemente poderoso llevaría una prenda capaz de teletransportarte en caso de emergencia. El rostro, junto con su voz aparecían distorsionados, lo que hacía imposible distinguir su identidad.

—De verdad, que agradezco que hayas aceptado mi humilde invitación —bromeó el extraño.

—¡No sé qué hago aquí! —voceó el prisionero en tono de súplica.

Un soldado que les seguía a pocos metros de ellos, apareció de inmediato en el encuentro junto con una caja de madera antigua sobre sus manos. Sin dirigirse a nadie, dejó el extraño objeto en el suelo.

El prisionero reconoció la caja de entre sus pertenencias, se acercó a ella con cautela, y de esta extrajo un extraño objeto esférico rojo semitransparente. En su interior había algunas pequeñas esferas marrones totalmente opacas que se movían como peces en un pequeño acuario.

—¿Lo reconoces? ¿Es tuyo? —observó el extraño.

—Es una reliquia familiar —explicó el venusiano pausadamente—. Lo... Lo llamamos el fruto del más allá.

—¿Del más allá? —observó con atención el extraño—. ¿De dónde es?

—¡No lo sé! —respondió el prisionero aterrado.

Un rugido en el hielo sobresaltó al venusiano, y aunque el suelo de debajo se empezó a agrietar, ninguno de los soldados se alteró.

—Se te está acabando el tiempo —apuntó el extraño, y después vociferó—: ¡Cuéntame lo que quiero saber!

—¡No sé lo qué quieres saber! —lloró el prisionero—. ¡El fruto tiene más de doscientos años! —Se detuvo unos instantes, intentando calmarse, y cuando por fin lo logró, agregó pausadamente—: En mi región del planeta hay miles de leyendas. Muchas de estas se confunden con la realidad.

—¿Qué clase de leyendas? —preguntó el extraño con voz ronca.

—Son solo sandeces. ¡Solo cuentos para asustar a los niños!

En ese instante, la mano holográfica del extraño se acercó al fruto y se solidificó, pudiendo interactuar directamente con los objetos. El cual, agarró el fruto con la mano.

—Y ¿esas leyendas mencionan el lugar de origen de este fruto?

El prisionero miró el fruto con preocupación y al instante mencionó:

—Dicen que es de otra dimensión, aunque no puede ser.

—¿Por qué no puede ser? —gruñó el extraño.

—¡Porqué mi tatarabuelo solo se perdió en Alpha Centauri! —mencionó alterado el prisionero—. Debieron ser las toxinas irradiadas de esos tres soles lo que le permitió decir todo eso.

Otro rugido en el suelo helado alarmó al prisionero.

—¿Esas leyendas de tu región cuentan lo que le pasó a tu tatarabuelo en Alpha Centauri?

—No —respondió el prisionero asustado—. Ese secreto solo se ha transmitido de generación en generación por nuestra estirpe.

El suelo volvió a rugir, y esta vez las grietas que se abrieron en el suelo llamaron la atención de los guardas.

—Tienes descendencia, ¿verdad?

El prisionero entendió perfectamente las palabras del extraño, y arrodillándose en el suelo suplicó:

—¡No les hagas daño, por favor!

—Eso dependerá de ellos —contestó el extraño a la vez que apretaba el fruto y este se deshacía en su mano. Acto seguido, su holograma desapareció.

Todos los guardas corrieron a las naves, y aunque el venusiano también lo intentó, quien quisiera que fuera que estuviese manejando las esposas magnéticas, le bloqueó cualquier posible movimiento con las extremidades. Y cuando todas las naves despegaron, una nube de polvo helado que surgió de las grietas del suelo se tragaron al prisionero, enterrándolo como recuerdo en aquel gélido planeta.

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