Autobuses en el tiempo (6/12)

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La clase acabó poco después, y justo cuando me estaba levantando para salir de esta, Bleoga se me acercó.

—Theia, sé que es algo precipitado, ya que te hemos informado de tu cargo demasiado tarde, pero debido a que tanto los exámenes teóricos como los prácticos los has superado con éxito, no deberías tener problema en adaptarte.

—Para mí será un honor ser la nalas presencial, enserio —admití—, incluso si me lo hubierais dicho mañana nada más llegar, habría aceptado. Muchas gracias por dame esta oportunidad, de verdad.

Bleoga me hizo un gesto con la mano para que la siguiera, y añadió:

—Mis hijas tienen unos cuantos años más que tú. Ojalá se les pegara algo de tu optimismo. Sígueme, por favor, deberíamos hacer una reunión con los demás nalas.

El término «nalas» hacía referencia al puesto más importante dentro de una jerarquía. La palabra como tal estaba formada por el ordinal de 0 en vucelpudés. Los rangos cuyo significado se acercaran más al número 0, tenían más poder sobre las decisiones, mientras que aquellos que estuvieran más alejados recibirían las ordenes de los que tuvieran un número inferior al suyo. Por lo cual los nalas tenían poder sobre sus respectivos aone (1), xos (2), trhire (3), y así con todos los ordinales hasta llegar al infinito.

En la misma planta donde se encontraba la clase, en la setecientos dieciséis, Bleoga tocó la ventana del edificio dándole unas ordenes con la mano que tan solo conocían los profesores más respetados de la Universidad, la ventana azul semitransparente se desvaneció a la vez que se transformaba en un pasillo celestial que se encontraba con el edificio Deskan. Por mucho que confiara en la tecnología de mi época, mientras atravesaba ese túnel en el aire, sentí un vértigo tan grande como nunca lo había sentido, por temor a caerme y desaparecer para siempre de la faz de la Tierra. Al llegar al otro edificio, solo tuvimos que dirigirnos a uno de los ascensores de viento y subir hasta la última planta, la setecientos veintinueve. Allí no había clases como tal, sino que toda la planta era una sala de gigantes dimensiones cuyas únicas paredes eran los ventanales que daban al vacío. El techo, que en las demás plantas apenas superaba los tres metros y medio, ahí alcanzaba los diez, aparte de que se podía abrir para afuera. En medio de la sala se encontraban la docena de máquinas del tiempo, preparadas para el viaje del día siguiente. Entre los autobuses, y en medio de una conversación, había unas diez personas entre profesores y alumnos. De entre ellos pude identificar a Ofiuco.

—¡Theia! —exclamó él al verme, quién se acercó y me dio un abrazo—. ¿Qué haces aquí?

—Al final si voy a ser la nalas de los Natacowers que vayamos de excursión.

—¡Por Júpiter! ¿Y qué ocurrirá con Perséi?

—Nada, ayudará a gestionar la excursión desde el departamento de monitorización.

—Siento interrumpir vuestra conversación —habló Bleoga en un tono algo brusco—, pero estamos aquí para algo serio. —Nos hizo unas señas para que fuéramos al centro de la sala con los demás, y cuando llegamos, añadió—: Theia, ya veo que conoces al nalas del departamento de invisibilidad, Ofiuco. —Seguidamente señaló a un veinteañero rubio que medía poco menos que yo. Procedía de la unión de las lunas de Júpiter—. Él es Leo, el nalas de quienes manejarán todas las maquinas del tiempo remotamente desde nuestra época.

—¡Encantada! —lo saludé al modo tradicional: cerrando la mano derecha sobre el pectoral y abriéndola con la palma mirándola a él a la vez que se separaba del pecho, parecido a como florecía una flor—. Perdonad mi completa ignorancia, ¿pero por qué no se dirige cada autobús desde dentro cada uno? —Ojeé el que tenía más cerca en ese momento—. Tienen volante, ¿antiguamente no usaban eso para conducir estos cacharros?

—Es cierto, tienen volante —comentó Leo—, y también se pueden conducir en caso de emergencia individualmente, sin embargo, si alguien es capaz de pilotarlos en el aire todos a la vez, podríamos evitar serios accidentes entre las diferentes maquinas.

—La tarea no es tan sencilla —agregó uno de los profesores que había en la reunión, quién parecía ser del mismo departamento que Leo—. Hay que tener unos excelentes reflejos y actitudes sobresalientes para ser capaz de realizar esta tarea.

—¿Y Leo es bueno en eso?

—¿Qué si soy bueno? —preguntó con ironía en su tono de voz—. He ganado ocho años seguidos el torneo de carreras espaciales a través del sistema Solar. En todas las carreras he demostrado poseer unos excelentes reflejos, para no hablar mis aptitudes. ¿Eso responde a tu pregunta?

Antes de poder responder ante tal prepotente contestación, una chica morena saturnina, de cabello oscuro y ondulado salió del ascensor, dirigiéndose hacia nosotros y disculpándose por su tardanza. Encima de su pelo portaba uno de esos adornos en forma de anillo formado por pequeñas piedras que rotaban a una velocidad según su estado de ánimo. Las piedras no habían dejado de rotar fugazmente hasta que nos alcanzó, y estas redujeron su velocidad hasta casi quedarse inmóviles. Llevaba una caja de metal que dejó en una mesa del mismo material.

—Ella es Casiopea —la presentó Bleoga—, es la nalas del departamento de comunicación entre ambas fechas. Será la única nalas junto contigo que irá a esa época.

Vaya, ¡qué casualidad! Los tres tienen nombre de constelaciones.

Ambas nos saludamos al modo tradicional.

—Si, exacto. En caso de qué ocurra cualquier problema, estoy más que capacitada para solventarlo. Por cierto, casi se me olvida —abrió la caja metálica que había traído, donde había varios brazaletes con un trinstáil en su superficie—. Nos permitirá comunicarnos con nuestra época en caso de que lo necesitemos. Son como relojes de pulsera, pero mejorados. —Me alcanzó uno—. ¿Sabrías usarlo?

—Me parece que sí, funcionan igual que los trinstáil, ¿verdad?

—Similar. Tienes hasta mañana para poder familiarizarte con él. Los guardas de Mapallovurus dispondrán de uno parecido, y todos requirieron de unos cinco días para aprender a usarlo del todo.

Al ponérmelo un montón de voces resonaron por mi cabeza como si en ella una conferencia se estuviese celebrando.

—¡Perdona! —agregó Casiopea, quién empezó a configurar mi nuevo reloj que ya permanecía en mi muñeca—, no había definido correctamente las conexiones de este. Vale, ahora parece que ya está. En caso de que quieras escuchar a alguien en concreto sin que los demás se enteren, debes seleccionarlo desde esta opción. —En ese momento el holograma mostraba todas las caras de las personas que disponían de un reloj para comunicarse entre ellas, en ese momento solo se mostraban la de los rostros de los que estábamos presentes en esa reunión.

—Theia, es muy importante que aprendas a utilizarlo —informó Bleoga—, mañana iréis en el autobús de los niños, y esa funcionalidad puede seros de utilidad.

—¿Por qué en el de los niños? —protesté—. Dependiendo de su educación pueden dar muchos problemas.

—Vais a ser las más jóvenes de la excursión. Los niños suelen acatar mejor las ordenes de alguien joven que la de un soldado de ochenta años.

¡Pues vaya faena!

La reunión finalizó cuando se acabaron de comentar todos los aspectos técnicos que afectaban directamente a la excursión.

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