Autobuses en el cielo (5/6)

12 3 2
                                    


De camino para mi clase, aún fuera del edificio, me paré de nuevo a observar el cielo. Aún estaba esa nube que Sergio negaba haber visto. Así que agarré el móvil que él había salvado de la caída y entré en la aplicación de la cámara. Fui acercando poco a poco el objetivo al cielo. Sin embargo, desde el dispositivo, este era tal y como había descrito él, totalmente azul, sin ninguna masa visible suspendida en la atmósfera.

De pronto, una interferencia interrumpió la imagen homogénea del cielo justo en el punto donde se tendría que mostrar la nube. La interferencia se repitió un par de veces más. Asustado, dejé de apuntar el cielo con el móvil.

Esto no puede ser proyecto de mi imaginación. ¡Estoy seguro!

De pronto aparecieron otra vez autobuses en el cielo, aunque esta vez no salían de la nube, sino que entraban. Eran dos o tres menos que antes. De pronto volví a enfocar los autobuses con el móvil, pero solo se mostraban leves interferencias dónde tendrían que estar estos, incluso por un momento perdí la cobertura. Al instante, cuando todos los autobuses habían entrado en la nube, esta desapareció. Fue tal el asombro que presencié que se me cayó el dispositivo al suelo, quebrándole la pantalla.

¡¿Qué son esos autobuses?! ¿Solo los he visto yo? ¡¿Qué rayos está pasando?!

Recogí el teléfono, me lo guardé en el bolsillo del pantalón y entré en el edificio, aún atónito por lo que acaba de presenciar.

Al llegar enfrente de la puerta del aula que me tocaba, había un grupo de estudiantes discutiendo. ¿Es que acaso les han hecho una novatada también? Sin embargo, para evitar otro enfrentamiento, me mantuve callado, aunque uno de los del grupo no dudó en añadirme a la conversación.

—¡Hola! ¿Tú también eres de primero?

—Si —respondí, se notaba en mi voz el cansancio acumulado de la noche anterior.

—Entonces también estás jodido. A primera hora nos toca un profesor que es un payaso. Más que maestro de informática parece del ejército.

—¿Qué es lo que hace? ¿Obliga a los alumnos a reptar por debajo de las mesas antes de empezar las clases?

—Ojalá —confesó él—. Los de segundo me han dicho que una vez que no paraban de hacer ruido mientras daba clases, les obligó a montar al día siguiente, un ordenador entero, pieza por pieza, en media hora.

—Ah, no te preocupes —intenté calmarlo—. Media hora es más que suficiente. Hay gente que es capaz de montarlo en un cuarto de hora, y menos incluso.

—Si, pero hay un inconveniente. Estoy seguro que esa gente que es capaz de montarlo en tan poco tiempo no lo ha hecho con los ojos vendados. Y además, si no lo acabas a tiempo, te suspende y te toca recuperar en septiembre. ¡Qué planazo! —ironizó.

Tragué saliva y esperé a que el profesor Sargento de Hierro llegara. Cuando apareció y abrió la puerta, fuimos entrando poco a poco y cogiendo asiento. Me senté a primera fila. A medida que los demás alumnos iban entrando, solo pude distinguir cuatro antiguos compañeros de bachillerato de casi el centenar de estudiantes que éramos. Solo había tres chicas, supuse que por temas de gustos les debía de complacer más otro tipo de carreras universitarias. A una de ellas, Raquel, la conocía desde hacía tiempo, ya que había coincidido con ella en la primaria y la ESO, aunque igual que con el resto de compañeros varones que había tenido, nunca habíamos congeniado como para entablar una amistad.

El maestro, de unos cincuenta años, llevaba un buen mostacho debajo de la nariz, tenía el pelo gris canoso con alguna que otra entrada, y vestía camisa a cuadros. Estaba al lado de su mesa, y con una manzana en la mano derecha y un cuchillo en la izquierda empezó a hablar.

—¡Buenos días, alumnado! Mi nombre es Luis y voy a ser vuestro profesor de mantenimiento de equipos. Puede que hayáis oído rumores sobre mí. Rumores sobre la exigencia consistente que le aplico a mis alumnos cuando no obedecen, cuando ignoran mis palabras, o cuando simplemente me hacen perder el tiempo. ¡Son todas ciertas! —Levantó el brazo en un tono serio, pero su mirada le daba un toque cómico.

—¡No puede ser, parece un teniente! —se empezó a desternillar un alumno de risa.

El maestro se le acercaba mientras seguía hablando.

—Aquí todos sois una manzana, cada uno de vosotros, sin excepción. —Alzó el fruto y lo miró fijamente—. Todos estáis en el mismo cesto. ¿Pero qué pasa si uno de vosotros decide ir por el mal camino y se empieza a pudrir? Muy fácil, la manzana de al lado seguirá por el mismo camino, y así sucesivamente hasta que todo el cesto esté completamente podrido. —Hizo una breve pausa—. Si mi cesto se pudre —nos señaló a todos con el cuchillo en la mano— irá derechito al vertedero. Así que creedme, no os pudrías, y evitad a toda costa que vuestros compañeros se pudran, porqué sino, todos estaréis igual. ¡Acabados!

Luis clavó repentinamente el cuchillo en la mesa del chico que instantes antes se había burlado de él. Este tragó saliva con miedo, posteriormente el profesor arrancó el cuchillo y volvió a su mesa a empezar a explicar su materia.

NatacowersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora