Autobuses en el cielo (6/6)

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Aunque todo el mundo estaba asombrado por lo que había acabado de suceder, yo aún seguía pensando en los autobuses que había visto antes.

De mi mochila iba a sacar mi tablet, pero desgraciadamente no había sido una alucinación que estuviese mojada y rota, por lo que opté por sacar un estuche y una libreta de papel, aunque estuviera un poco húmeda. Empecé a tomar apuntes a boli, pero de un momento a otro, ya fuera por el cansancio de la noche anterior, o de la aburrida forma que tenía Luis para explicar el temario, o todo lo que me había sucedido antes de entrar a clase; me quedé absorto, dejando de prestar atención. Instantes después agarré un lápiz y empecé a dibujar los autobuses y la extraña nube que había visto antes, en una hoja seca. A mi parecer, lo estaba dibujando bastante bien, parecía hecho a carboncillo. Esa siempre había sido una de mis habilidades y mis pasatiempos, pero a la hora de escoger qué estudiar, acabó ganando la informática sobre mis motivaciones de estudiar artes.

Mientras dibujaba, el compañero de al lado, el mismo con el que había conversado fuera de clase, sacó el móvil del bolsillo y empezó a chatear con el móvil.

—Mandándole fotos a la novia, ¿verdad? —comentó Luis mientras se acercaba—. Parece que no lo has entendido cuando te inscribiste aquí, pero los archivos que se envían para aprobar los trabajos, son mediante la plataforma de la Universidad, en formato PDF. Y no imágenes por WhatsApp. —Hizo una breve pausa—. Veo que te mueves como si te picara el culo, quizá son las lombrices que carcomen tu interior, pudriéndote —lo ridiculizó.

El chico guardó el móvil inmediatamente. Justo cuando Luis iba a volver a su sitio, reparó en el papel con el dibujo que había acabado de trazar.

—Desgraciadamente, las manzanas pudren a las contiguas demasiado rápido, y aquí tenemos un hermoso ejemplo. —Me arrancó la hoja de la libreta ipso facto.

—Lo siento. —Bajé el rostro, lleno de vergüenza.

Se oyó alguna que otra risa de algún compañero.

—No, no lo sientas. —comentaba mientras volvía a su sitio—. Hay quien nace para triunfar, y otros nacen para... —Se detuvo y miró mi dibujo—. Otros nacen para subsistir. —Rompió el dibujo por la mitad, después lo tiró a una papelera que tenía al lado y siguió con la clase, esta vez ayudándose de un rotulador en la pizarra magnética.

Al cabo de una larga y aburrida clase de teoría, todos los demás alumnos fueron abandonando poco a poco el aula para ir a la próxima clase que nos tocaba. Yo fui rápidamente a la papelera para recoger mi dibujo. Mientras lo rebuscaba se me enganchó un chicle en la mano, con mucho asco, después de menearla varias veces, este sucumbió. Agarré las dos mitades de mi dibujo y abandoné la sala mientras Luis me miraba de reojo con mala cara.

El resto de la mañana, por suerte, fue algo más tranquila, hasta que finalmente dieron las dos y plegamos.

Cuando me dirigía a la estación de tren, recibí una videollamada de mi madre. Cómo el móvil había sufrido un infortunio anteriormente, preferí contestarle con mi smartwatch. Este lo tenía en el brazo derecho.

—Hola, mamá.

—Hola, mi polluelo, ¿cómo te ha ido el primer día? —preguntó ella risueña.

Yo me enrojecí, pues ese apodo cariñoso que mi madre usaba no me gustaba realmente, y menos cuando lo utilizaba públicamente.

—He tenido días mejores, la verdad —solté una pequeña risa.

—¡Venga!, seguro que no te ha ido tan mal —respondió para animarme.

—Quizá tienes razón, mamá —resoplé—. Supongo que sigo vivo, eso es un punto a favor.

—¡Venga! —intentó animarme ella—. Seguro que no te ha ido como aquella vez, el primer día en tercero de primaria que te caíste de culo en la fuente del parque del colegio.

Ojalá simplemente me hubiera caído de culo en la fuente. Al menos mi tablet no se hubiera roto.

—Ay, por favor, no me recuerdes esas cosas. —Me llevé la mano en la cabeza y después le pregunté en un tono más serio—. ¿Para qué me has llamado, mamá?

—Vete a comer a algún restaurante con alguno de tus compañeros nuevos, seguro que has hecho muchos amigos hoy. —dijo risueña, y luego de una pequeña pausa mientras jugueteaba con uno de sus rizos teñidos de castaño claro, añadió—. Es que me han llamado para empezar antes y no he podido preparar nada. Y papá está igual, necesitaban camioneros urgentes. Ya sabes, septiembre es malo para todos. Te he enviado saldo a tu billetera digital.

Mi madre trabajaba de cajera en una tienda, unas cuarenta horas a la semana. Mi padre, por otra banda, era camionero de una empresa que lo explotaban siempre que podían, pues muchas veces había acabado el mes habiendo hecho más horas extras de las previstas y nunca eran recompensadas económicamente. Cuando era septiembre, con la vuelta al cole y el final del periodo estival, ambos tenían más trabajo de lo normal.

—Vale... —respondí un tanto insatisfecho—. Buscaré algún restaurante por la zona. ¡Qué te vaya bien en el trabajo, mamá!

—Adiós, mi polluelo. ¡Qué te vaya bien a ti también! —Y colgó.

Agarré el móvil, y aunque el tacto de la pantalla se había fastidiado, pude abrir una aplicación para buscar restaurantes por la zona. Vi que había un italiano, mi tipo de restaurante favorito, aunque no iría acompañado como había sugerido mi madre. Antes de ponerme en marcha de nuevo, un fuerte estruendo me sorprendió de la nada. Pensé que había sido un petardo que había hecho explotar algún aficionado de alguna disciplina deportiva al ganar su equipo, sin embargo una pequeña nube gris de humo se alzó en la dirección donde había habido la explosión. Se empezaron a oír sirenas, y supuse que serían las de varios vehículos de bomberos que se dirigirían a apagar aquello que estuviera propagando el humo. Sin darle más importancia, me dirigí al restaurante donde tenía pensado comer.

Llegué al semáforo en rojo que se interponía entre mi objetivo y yo, y cuando la lucecita cambió a verde disponiéndome a cruzarlo, cayó una cartera en la acera. La cogí para buscar a su dueño, justo en el momento en el que un vehículo pasó a alta velocidad por la calzada, era un Tesla Cybertruck, saltándose por completo el semáforo en rojo, apunto de atropellar a varios peatones que lo esquivaron de un salto. De inmediato varios vehículos de la policía local le sucedieron a gran velocidad intentando darle alcance.

Fue entonces cuando me di la vuelta y la vi a ella por primera vez.

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