Autobuses en el tiempo (3/12)

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Salí tan rápido de casa, que un poco más y me choco con la puerta automática antes de que esta se abriera. Los demás hogares que había por el camino hasta la estación de esos vehículos supersónicos, un transporte que utilizaba el campo magnético de la Tierra para su desplazamiento; parecían haber sido clonados, pues la mayoría tenían entre dos y tres plantas de altura, y toboganes que circunvalaban de los pisos superiores a los inferiores por el exterior. Un patio de varios metros cuadrados repletos de césped rodeaba todos los hogares. De no ser porqué se podían personalizar los colores de la clorofila de las plantas, todo el vecindario parecería que compartiese jardín.

El viaje desde Tarrainuilc, un pueblo del norte de la isla de Gran Bretaña, hasta Nueva Miiluranta, en el norte de la península escandinava, no solía tardar más de dos pentatos y medio en completarse. Tuve suerte que pude acceder al vehículo antes que las puertas se cerrasen.

Millones de personas estudiaban y trabajan en Mapallovurus, la Universidad más importante de la Tierra. Un lugar donde todo aquel que pisara sus dominios estaba destinado a utilizar sus dones para ayudar a mejorar el Universo cada día que pasara. Con tan solo salir del vehículo en la estación de Mapallovurus, el aroma de árboles y plantas de los alrededores del campus penetraban las fosas nasales produciendo un intenso placer olfatorio. El centenar de aves que atravesaban los aires eran confundidos regularmente con las naves que ascendían y descendían de la atmósfera.

Se estudiaba en tres enormes edificios pentagonales de paredes azules cristalinas que enroscándose se alzaban hasta varios kilómetros por encima de las nubes. Su colocación era perfecta, pues cada uno de ellos era un vértice que trazaba junto con los demás un imaginario triangulo equilátero de grandes dimensiones. En el centro había decenas de esculturas formadas por fuentes de agua de los personajes más importantes de la historia. Siempre que pasaba por ahí, me fijaba en la de los dos hermanos Nathad-Gloc, pues era la más reciente y la que mayor impacto me producía.

—Perdona, ¿me la pasas? —voceó un jugador algo alterado al habérsele escapado la pelota.

—Si, claro. —La agarré con las manos y se la pasé.

Eran muchos los que utilizaban los inmensos espacios para practicar deportes como el iomparbol, una evolución del fútbol antiguo mezclado con la función de la teletransportación.

«Recuerda dormir entre tres y cuatro decaganos al día para ser persona», decía un anuncio holográfico suspendido en el aire entre unos de los edificios. Inmediatamente fue substituido por otro que alentaba a la gente a que dejara de utilizar la boca para comer: «Compra nuestros bolos alimenticios en envase, y con tan solo darle a un botón ya lo tendrás disponible en tu estómago. ¡No pierdas el tiempo y úsalo para lo realmente importante!».

—¡Qué llegas tarde, Theia! —pronunció Ofiuco justo cuando apareció literalmente delante de mí. Era uno de los expertos en invisibilidad de la Universidad, iba a ser el nalas del equipo que se encargaría de invisibilizar a todos los viajeros el día de la excursión, por lo que no era extraño que utilizara su habilidad para gastar bromas de vez en cuando.

—¡Pedazo de piojo! —grité mientras me llevaba la mano al pecho—. Casi escupo el corazón por la boca.

—Qué bonita forma sería de declarar el amor que sientes hacía mí —se reía mientras se llevaba la mano hacía el pecho.

A Ofiuco lo consideraba como un hermano mayor, pues me doblaba la edad, y siempre nos gastábamos este tipo de bromas, al menos desde que empecé a estudiar para ser natacower, que es cuando lo conocí. Se hacía invisible gracias a unas gafas en forma de ojos de camaleón que se me movían como tal cuando las llevaba puestas. Era marciano, y como la gran mayoría de ese planeta, su piel era más morena que la de la mayoría de los terrícolas.

Nah, eso no va a pasar. Ya sabes que tu para mi es como si fueras invisible —le sonreí.

—Seguro que es por eso. —Observó el edificio «Deskan», que era el edificio este de la Universidad—. ¿Sabes si mañana podrás venir con nosotros a observar el proceso desde el departamento de monitorización?

—La verdad es que me lo tendrán que confirmar hoy. No voy a ser la nalas de mi grupo, pero supongo que deberé estar con todos los demás.

—A ver si hay suerte. ¡Nos vemos! —Se despidió y se dirigió al edificio Deskan.

—A ver... —Me dirigí al edificio norte de la Universidad, «Ovanhoey».

Después de subir por los asesores de viento hasta una de las plantas más altas, donde cuando las nubes lo permitían los miles de estudiantes se veían tan pequeños como una colonia de hormigas rojas; accedí a mi clase pasando por el típico control biométrico. Se me escaneaban ambas manos, la lengua, ambos ojos, y el ombligo, este último se hacía sin quitarme el peifrati, y aunque a algunos les pareciera absurdo, se efectuaba para evitar la posible usurpación de identidad por parte de clones.

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