Autobuses en el tiempo (11/12)

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Aunque en mis tiempos, el porcentaje de zurdos superaba a los diestros, mi mano hábil era la derecha. Y aún agarrotada por el insufrible dolor por el inmenso orificio de mi brazo, fui capaz con esta de agarrarme a una de las ruedas traseras gracias a que volvieron a reducir más la velocidad de las máquinas del tiempo justo en el instante en el que caía.

Con la mano sana, intenté escalar por el fuselaje, pude ayudarme gracias a que la rueda del autobús estaba bloqueada y no se movía. Al instante, la máquina cambió de rumbo y se empezó a alejar de los demás en un movimiento brusco, lo que me desplazó un metro, y si no hubiese sido porque conseguí agarrarme a uno de los marcos de las ventanas, hubiera caído sin duda alguna. Cuando alcé la cabeza, Nevari se encontraba en el asiento del conductor del autobús. A su lado estaba la caja metálica de antes y un trinstáil que proyectaba un holograma de la ciudad de Londres donde estaba enfocada la famosa torre del reloj Big Beng. Aporré varios golpes al cristal que tenía delante, pero este no cedía.

¡Theia, piensa! Es un cristal que soporta velocidades supralumínicas, ¿enserio crees que se va romper con un simple golpe?

Entonces lo vi... Se trataba del cristal que Nevari había golpeado con la pistola del sueño. No era del todo traslucido, como si su composición se hubiese visto alterara. Entonces me moví con cuidado hasta la parte trasera del autobús, donde poco a poco incrementaba la necesidad de una medicina para la herida del brazo.

Primer golpe.

El cristal no cedió. Preferí cargar con mi peso con la mano sana, pues sabía que en cualquier momento podría incluso dejar de sentir la herida.

Segundo golpe.

El cristal tampoco cedió, pero su tono se volvió más opaco, como si se estuviesen formando pequeñas grietas en su interior.

Tercer golpe.

El cristal finalmente se rompió para el interior y entré arrastrándome como una serpiente por el hueco. Nevari no era consciente de mi intrusión. Aproveché para acercarme cautelosamente hacía su caja metálica, donde entre los muchos objetos extraños, alcancé la pistola del sueño. La apunté, pero se giró de golpe, mirándome asombrada.

¡Maldito reflejo!, maldije.

Disparé pero Nevari esquivó el tiro y este dio contra el cristal delantero sin quebrarlo. Nevari, quien ya no portaba la pistola inutilizadora encima, se lanzó sobre mí, cayendo ambas al suelo, estiró la mano hacía la caja en busca de algún objeto que la ayudara. Intenté con todas mis fuerzas deshacerme de ella, pero esta era demasiado pesada para mí.

Le arremetí en la cara un puñetazo tan fuerte que empezó a sangrar por uno de los orificios nasales. Ella consiguió hacerse con un extraño frasco que en su interior contenía un extraño liquido burbujeante de color azul celeste, que sin pensárselo reventó contra mi mejilla derecha. En acto reflejo y por el extraño cosquilleo que sentí en la cara, conseguí apartarla de golpe, y dispararle con la pistola del sueño, que consiguió adormecerla al instante y cayó al suelo.

—El estado de salud de Theia Gealachbris Bainnegaisge es mejorable. Altura de 181 centímetros, con un peso de 764 newtons en la Tierra; padece de una lesión penetrante en el brazo derecho que debe ser atendida inmediatamente si se quiere evitar la amputación de dicho miembro. —Entonces el medicamento azulado apareció y me lo tomé al instante.

¿Y qué ocurre con lo de mi cara?

—¡Nos volvemos! —ordenó uno de los guardas dirigiéndose a mí, este tendría unos sesenta años—. Nuestro nalas nos ha informado de la cancelación de la excursión. Debemos impedir que más civiles corran peligro. ¡Esto ha sido un atentado!

La herida cicatrizó, entonces me acerqué al guarda, tocándole el pecho con la mano derecha.

—¡La pistola del sueño! —grité inmensamente cabreada tras saber que no acabaríamos visitando nada—. ¡Alguno de vosotros la ha tenido que ayudar!

El guarda se mantuvo firme, y respondió sin ningún sentimiento en el tono de su voz:

—Te aseguro que cuando volvamos a nuestra época lo investigaremos. ¡Utilizaremos la tortura si es necesario! —Señaló mi autobús que se encontraba en un gran descampado de Santilla del Mar junto con más autobuses—. Los niños de ese autobús están revolucionados, por favor, apacígualos hasta que regresemos a casa.

Con esto que tengo en el rostro, no sé si los apaciguaré o los desvelaré más de lo que están ahora, pensé mientras tocaba las ampollas azules que habían aparecido en mi mejilla, estas surgían diminutas, crecían hasta el tamaño de una aceituna y reventaban, como si de magia se tratase. Ojalá pudiéramos utilizar de nuevo la pistola del sueño para dormirlos hasta el regreso.

Cuando llegué a nuestro autobús, Casiopea hablaba con Leo y con algunos de los encargados de nuestra época, me uní momentáneamente a la conversación, pero me salí al instante, pues aunque todos compartían la frustración de la cancelación del evento, sus tonos de voz no hacían sino que incrementar mi extremo malhumor. Los niños no paraban de burlarse del error y prometiendo que cuando fueran estudiantes universitarios jamás estudiarían en Mapallovurus.

Los guardas ya se habían asegurado en otro autobús de qué Nevari jamás escaparía, incluso le habían arrebatado la capa telesxer para que no intentara nada. Leo puso de nuevo en marcha los autobuses, pero de pronto caí en algo.

¡El kit médico!

—Ofiuco, ¿me oyes?

—Alto y claro —respondió él en tono burlón—. No te cabreéis, Theia, seguro que habrá más excursiones en los...

—¡No! ¡No es eso! —le interrumpí bruscamente—. Escucha, ¿durante cuánto tiempo dura la invisibilidad de los humanos y los autobuses junto con todo su equipamiento?

—La excursión tenía que durar exactamente diez horas y cuarenta y dos minutos en esa fecha. Que equivaldrían a casi cuatro decaganos. ¿Por qué? ¿Qué ocurre?

—Debemos de encontrar un kit médico que se ha precipitado al vacío. ¡Perséi lo lanzó! ¡O Nevari! ¡Cómo rayos se llame!

—¿Un kit médico? —se sorprendió él—. ¿Recuerdas exactamente cuándo cayó?

—Entre tres pentatos y tres pentatos y medio después de salir por el portal de Gatsir.

Se oyó hablar a Leo con gente de otros departamentos, al instante respondió:

—Theia. Teniendo en cuenta la velocidad a la que íbamos y la altura, el kit podría estar a más de cincuenta kilómetros a la redonda.

—Entonces no hay tiempo que perder, ¡debemos empezar ya a buscarlo!

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