Capítulo 2

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—Esto es una broma, ¿no? —preguntó Anna entre la sorpresa y el descrédito. ¿Cómo iba a saber un soldado como ese quién era ella?

—Mucho me temo que no.

—¿Cómo diablos sabes que soy yo An... la hija del zar? ¿Qué te hace estar tan seguro de eso? Te podrían haber mentido. O ser una leyenda. Además, ¿para qué puedo servirles yo? El resto de mi familia es más útil que yo.

—No puede pasarme esto a mí —replicó preocupado el soldado—. ¿Ni de eso te acuerdas?

—No me acuerdo de nada, ¡por Dios! No me hagas repetirme cada cinco minutos —replicó enojada.

—No quiero ser yo quien te recuerde algo así.

—Recordarme qué.

—Toda tu familia fue... fusilada... Están todos muertos...

Anna no sabía cómo sentir. Si ella era esa mujer, habían asesinado a su familia. Pero no tenía recuerdos de ninguno de ellos. "No. No puede ser", pensó. "Está equivocado. Yo no soy de la realeza". Aun así, el sentimiento de que su posible familia estuviera muerta provocó que de sus ojos cayeran unas pocas lágrimas. Tal vez, en lo profundo de su alma, de su consciencia, esa persona estaba reaccionando. ¡Qué situación tan extraña!

—Por qué me dejaron vivir... Por qué a mí y no a cualquier otro... ¡Cómo estás seguro que yo soy Anastasia!

—Yo serví como guardia imperial, su Excelencia. La vi crecer durante todos los días de mi servicio y no podría confundirla con nadie. Lo siento, realmente no desearía haberle dicho nada de eso.

—Sigue tratándome de tú, por favor —pidió Anna. Hizo un esfuerzo por tratar de recordar su rostro, pero una nueva punzada la hizo caer de rodillas.

—¿Se encuentr... estás bien? —preguntó mientras le ayudaba a ponerse en pie. La condujo hasta el sofá y la acomodó suavemente, recibiendo una crujiente y peligrosa queja.

—El golpe en la cabeza. Cada vez que quiero pensar... pareciera que me va a estallar.

—Tienes que descansar... Anna. Mañana estarás mejor.

—¿Me lo contarás todo?

—Sí, lo haré. Aunque todavía hay mucho que tal vez no te guste.

—Peor que la muerte de... de mi familia, no puede ser.

—Yo tengo que volver a la prisión. No quiero que sospechen de mí.

—¿Quién era ese tal Boris del que me hablaste?

—Un sargento del ejército blanco. Gente que estaba a favor de tu familia. Yo te iba a sacar de Ipátiev y llevarte a Boris para que te condujera a una casa franca para dejar Rusia. Visto como terminó todo, no creo que él esté bien. Viste algún rastro...

—Nada, cuando me levanté sólo estaba yo. Aunque tal vez la nieve lo podría haber cubierto.

El soldado la vio temblar. No se había dado cuenta que tenía sus ropas empapadas por la nieve. Si no encendía un fuego, podría morir de hipotermia. No habían corrido tantos riesgos para eso. Agarró varios troncos y encendió la chimenea con una caja de yesca. Costó que el fuego fuera lo suficientemente estable e intenso para calentar a Anna. A los pocos minutos, dejaba a la jovencita dormida en el sofá mientras cerraba la puerta tras de sí.

—Dios te guarde y te bendiga, duquesa.

Anna corría por el salón de baile del Palacio de Peterhof. En sus suelos de múltiples tonalidades de marrón con estrellas y motivos geométricos reverberaban los pasos de la jovencísima duquesa. Yendo más rápido de lo que sus pies podían permitir, terminó tropezando y cayendo al suelo. De inmediato, la institutriz Margaretta la alcanzó y la levantó mientras se aseguraba que se encontraba bien.

The Red Steam RevolutionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora