Capítulo 16

100 13 9
                                    

Anastasia avanzó por el frío pasillo excavado bajo el palacio. No había nadie en aquella temprana hora que frenara su avance. Las luces estaban apagadas por lo que ella caminaba con la mano pegada a la pared, como truco para derrotar a la oscuridad.

"¿Por qué estoy haciendo esto?", se preguntó. No había necesidad de estar despierta. Rasputín le había aconsejado dormir y eso era lo que debería estar haciendo. Era una insensatez volver a ese maldito lugar y enfrentar a esa maldita bestia. Aun así, sus pasos no se detuvieron, sino que avanzaron con más firmeza que antes.

Caminaba descalza. No quería hacer ruido y atraer la atención de nadie. No había guardias que custodiaran el camino o cualquiera de las puertas que había cruzado. Era todo tan clandestino, tan secreto que, salvo los elegidos, nadie sabía nada. Tampoco, ¿quién iba a creer que bajo aquella mansión se escondía una inmensa sala llena de hombres y monstruos de metal? Ella lo hacía porque lo había visto. De otra forma, se le habría reído a cualquiera que le hubiera afirmado que personajes como salidos de un libro los aguardaban en un sueño eterno bajo sus pies.

A paso muy lento, bajó los escalones que la conducían a la puerta final, al museo de un ejército de fantasía. "Mis huestes". Quería regresar a ese enigmático lugar. Demostrarle al mundo que Anastasia no tenía miedo a nada. Que había enfrentado toda clase de temores y había perseverado. "No sucumbiré al terror", se convenció consciente que no eran sus propios miedos.

Habían sido dos ataques provenientes que aquella chica Yuliya. Si había un tercero, ella sería quien lo provocaría. No dudaría en luchar contra ese espíritu para callarlo de una vez por todas. "Ahora este cuerpo es mío y tú no tienes lugar en él. Espero que puedas oírme".

Empujó el pesado portón con todas sus fuerzas. Atinó a abrir una pequeña rendija lo suficientemente grande para que su delgado cuerpo cupiera. Una vaharada de aire viciado la recibió. Todavía se podía percibir el olor a pólvora, a metal y a otra cosa más que no habría sabido distinguir.

Colgado al lado de la entrada había una lámpara de aceite con una pobre llama que apenas lograba iluminar dos metros delante de sí. Se acercó a una de las mesas donde las pistolas reposaban brillantes, recién hechas y listas para ser usadas. De inmediato, sintió el impulso de agarrar una. "Necesito poder defenderme de lo que sea", pensó mientras se la guardaba dentro de la bata de color púrpura que cubría su camisón de color crema.

Estaba excitada. Estaba a punto de tomar parte en una guerra que estaba destrozando su país. La iban a entrenar para ser peligrosa. Se sentía viva por primera vez en mucho tiempo. Había vivido entre algodones la mayor parte de su existencia. Había estado bajo tantos cuidados que aquel cambio había despertado una peligrosa adicción de más aventuras. Pero no podría hacer nada si no enfrentaba y vencía sus miedos. "Nada va a pararme".

Llegó a la puerta tras la cual los terrores de esa chica emanaban del fondo de su alma. "No puedo amedrentarme. Voy a ser la emperatriz de este mundo. Todos van a adorarme. ¡Yo triunfaré!". No iba a ser sólo una mujer que había vuelto de la muerte o un rostro hermoso sobre un trono. Anastasia iba a señorear con equidad sobre Rusia, demostrar que los Romanov podían ser justos para con el pueblo. "Los planes de Rasputín no van a salir como él quiere. ¡No voy a ser una marioneta bajo su control!".

De su bata sacó la llave en forma de engranaje del monje. Su corazón latía desbocado. Una vez abriera la puerta, estaría frente a frente con el terror de una chica cuyo espíritu tenía que morir para que ella viviera. Superando esa prueba, estaría cada vez más cerca de dar por cerrada aquella posesión. "Necesito esta victoria".

Ajustó el mecanismo y lo giró. Los ruidos de varias ruedas dentadas entrando en contacto unas con otras, de poleas y máquinas neumáticas ponerse en funcionamiento, eran como un trueno en medio de ese silencio. Miró tras de sí para asegurarse que no hubiera nadie escuchando aquel estruendo. No percibió ningún movimiento. Podía respirar aliviada.

The Red Steam RevolutionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora