Capítulo 12

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Yevgeny esperaba en uno de los despachos del palacio la llegada del monje. Los últimos ataques de Anastasia no eran normales. Algo no estaba funcionando bien. Ella era clave para que sus planes llegaran a buen puerto. No se podían permitir el lujo de que la chiquilla tuviera un arranque de locura durante alguna cumbre o evento de importancia. Ni habían comenzado con su parte en la revolución que ya estaba condenada al fracaso.

Siguió paseando de un lado a otro de la luminosa habitación sin preocuparse por las obras de arte o del hermoso sol que aparecía por el horizonte, bañando de oro las paredes tapizadas. Por fin, Rasputín se dignó a presentarse ante él.

—Comandante —saludó zalameramente.

Yevgeny obtendría ese cargo nada más se rebelaran como un nuevo frente de la revolución. Había sido el objetivo de su vida no alcanzado dado a que no había sido tan lameculos como el resto de sus pares. Le gustaba hablar claro y no dorar la píldora. No tenía sentido ser positivo cuando había que ser crudamente realista. "Un recuento de pérdidas no tiene nunca nada a favor". Criticaba las acciones erróneas tomadas por sus superiores que a la postre habían conducido a derrotas de consideración. "Buscan lealtad. Yo fui leal. Jamás ignoré ninguna orden. Las cumplí todas a pesar de ser un suicidio muchas de ellas". Eso le costó los ascensos.

—Grigori. Estamos en medio de un grave problema.

—No seas tan negativo, Yevgeny. No hay nada de lo qué preocuparse.

—¿Dos recaídas de Anastasia no es nada que te preocupe?

—En absoluto, amigo mío. Esta es una clara señal de que hemos ido muy rápido y necesitamos tener en un ambiente más controlado a la joven Nastia —informó Rasputín evidentemente despreocupado por la situación—. Su espíritu todavía no está bien asentado en ese cuerpo. Tomar posesión requiere tiempo y esfuerzo.

—Si queremos actuar con premura, esto no nos beneficia.

—Comandante tenemos que ir más despacio. Los rojos y los blancos todavía son muy fuertes. Nuestro ejército es poderoso, pero su número todavía nos pone en una situación de inferioridad que no quiero que se manifieste. Deberíamos aprovechar este tiempo extra para seguir reclutando a nuestros soldados, ya sean nuestros hombres de hojalata o resurrectos. Ya me entiendes.

Aumentar el número de su ejército era algo mandatorio a la hora de entrar en batalla. Rasputín había acertado de lleno en aquello. De momento había muchos caciques y pocos indios. Aquella pausa debería ser la única. Si los rojos o los blancos ganaban, estaría todo perdido. El vencedor se anexionaría la fuerza perdedora y parte del plan era ganar el apoyo de los monárquicos. "Si ganan o se rinden a los rojos...".

Había recursos que no eran fácilmente obtenibles y que significaban la diferencia entre un soldado y el superhombre que estaba creando Rasputín. Los voluntarios eran fáciles de obtener. El acero y otras sustancias para dar forma a los olovanikh o curar a los voskresshiye, no era algo que naciera de los árboles.

—Tienes razón —concordó Yevgeny—. Aunque este inconveniente nos va a retrasar puede beneficiar a nuestra preparación militar.

—No hay mal que por bien no venga mi querido Yevgeny.

—¿En dónde piensas presentar al mundo nuestro poder ofensivo? —preguntó cambiando radicalmente de tema. Le ponía nervioso hablar mucho tiempo de números y posibilidades en la guerra. Él era un hombre de acción.

—Aquí mismo. Ekaterimburgo es un símbolo comunista tras la masacre de la familia imperial. El valor simbólico del renacimiento de Anastasia en este lugar amplificará el poder de nuestro mensaje. Nadie quedará indiferente a nuestra aparición.

—Sabes que hay ciertas voces que tenemos que silenciar. O todo lo que tenemos planeado, puede hundirse.

—Sí, tienes razón. Esto ocurrirá durante nuestro gran día.

—Anastasia no debe conocer nunca la verdad.

—Nunca la conocerá. No tienes nada por lo que preocuparte.

El ejército negro se hizo rápidamente con el poder en Ekaterimburgo con la inestimable intervención de sus prototipos, además de varios hombres que habían desertado al mismo tiempo que el propio comandante. Aunque la sotileza en la toma de control les había permitido creer a los comunistas que Ekaterimburgo seguía perteneciéndoles. Aquello cambiaría nada más que Anastasia estuviera totalmente establecida en el cuerpo de la campesina.

Lo que Anastasia no podía saber era que aquello había ocurrido antes del ajusticiamiento de su familia. El escuadrón de fusilamiento no era comunista. Sería una contrariedad que ella lo descubriera antes que pudiera animar a los blancos a unirse a los negros. Era necesario la muerte de los Romanov para que sus planes prosperaran. "La sangre real tiene un poder inexplicable".

—Ahora logro entender la idea de llevar máscaras durante el fusilamiento. Sin duda alguna, un suceso como ese, no hay forma de olvidarlo.

—¿Quién podría olvidar su propio asesinato? Yo recuerdo todos los míos. Dos, ni más ni menos.

—Todavía me sorprende tu capacidad de preparación, Grigori. La primera vez, que participé en tu retorno, tengo que reconocer que pensé que era un mero show de circo. Algo preparado para asustar y crearte ciegos seguidores.

Yevgeny casi podía recordar aquella noche de tormenta hacía tres años, cuando un desconocido se le había aproximado llevando un mensaje manuscrito por el propio Rasputín.

Él lo había conocido tiempo atrás, en una de sus misiones como un joven soldado sin rango ni experiencia, en el que fue mordido por una serpiente venenosa. Corrió por los bosques a las afueras de San Petersburgo hasta que encontró una casa oscura en el que un pequeño rayo de luz se filtraba de unas gruesas cortinas. Llamó a la puerta por dos veces y se desmayó. Lo siguiente que recordaba era despertarse en la cama del monje, febril, pero vivo.

—Gra... gracias, santidad —había respondido. Jamás había sabido cómo tratar a los curas.

—Nada más lejos de la verdad, hijo mío. Hoy salvé tu vida y como pago sólo te pediré que tú estés dispuesto a salvarme la vida, cuando yo recurra a ti.

No había dudado ni un segundo. Estaba vivo gracias a él. "Por dos veces", pensó mientras acariciaba su vientre. Entonces eso había sido el inicio, no de una gran amistad (jamás podrían llamarse amigos), sino de una relación como de alumno y maestro.

En aquellos días, siempre que Yevgeny libraba iba a la casa de Rasputín para escuchar conocimiento oculto y prohibido que muchos tendrían miedo de saber. Entendió que el monje no era para nada el típico católico devoto de la biblia y sus santos sacramentos. Él tenía otro padre, de otro credo, quien le había dado unas enseñanzas que, de ser de dominio propio, podrían cambiar el mundo. En cierta manera podía interpretar las señales de lo que les depararía el futuro. Podía salvar a personas de graves enfermedades, de venenos incurables. Le había asegurado que podría dar vida a los muertos. "Y así fue. Yo lo vi con mis propios ojos".

La cara que tenía ante él era parecida a quien lo había salvado una vez. Como hombre cercano a Rasputín, el conocía las diferencias entre quien fue una vez y quien era ahora. Tal y como pasaba con Anastasia.

—Ha quedado fehacientemente probado que nada de lo que te dije era mentira. Simplemente, era necesario un poco de fe. Creo que ya no dudas de mí.

—En absoluto, maestro. Tan sólo espero que no vuelvas a cambiar de cuerpo. Me encariñé con las sutilezas de este.

—Sólo una vez más será necesario, Yevgeny. Y después, seré el ser inmortal que por muchos años esperé.

The Red Steam RevolutionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora