Capítulo 10

145 21 14
                                    


—Querida Nastia, acompáñame a recorrer nuestro arsenal —pidió Rasputín emocionado.

Esa noche si había dormido bien. Su cuerpo se estaba tan restableciendo del trauma del retorno que apenas le dolía nada. Era un alivio poder levantarse, caminar, comer, beber... en fin, hacer cualquier cosa, sin que una punzada lo frustrara todo. "Casi se puede decir que estoy preparada para lo que sea", reflexionó optimista de las nuevas posibilidades.

Tenía ganas de probar su capacidad en actividades que suponían un esfuerzo físico considerable. Se había atrevido a hacer un par de series de sentadillas, abdominales y espinales que no provocaron nada más que las molestias típicas de unos músculos no acostumbrados a ejercitarse. "Voy tener que ponerte en forma, nena", pensó mientras acariciaba su vientre.

Entre tantos cambios, había otro del que no había reparado hasta que no fue a dormir la noche anterior: la autoridad. Ya no era la niña que dependía de las decisiones de sus padres, maestros o consejeros. Anteriormente no había tenido ni voz ni voto en materias que afectaran al futuro del imperio. El problema no era por que fuera la más pequeña de sus hermanas, sino por su edad. "Creo que nadie jamás me pidió mi opinión". Anastasia sabía que no tenía experiencia como para ayudar en ningún tema de importancia, pero le habría gustado que alguna vez quisieran saber qué pensaba al respecto.

Era irónico, que al hombre que tanto había detestado (y aún seguía haciéndolo) le diera ese lugar de poder. "Obviamente a Rasputín lo mueve la conveniencia, no la filantropía". Necesitaba una diosa inmortal para iniciar una dominación que empezaría por Rusia y terminaría... "Donde tenga que terminar".

No obstante, Anastasia no quería convertirse en una despótica emperatriz. Necesitaba que gobierno y pueblo se unieran. Si querían perpetuarse, tenían que tener contentos a su gente. "Nuestros errores nos llevó a la ruina". Las malas decisiones de sus padres habían llevado que los políticos dejaran de creer en un imperio de tres siglos de antigüedad. La revolución que, había derivado en una guerra civil, fue inevitable. "Si hubiéramos sido más hábiles esto no habría pasado. Mucha gente sigue muriendo. Tengo que ponerle fin a esta calamidad".

—¿En qué piensas, Nastia? —preguntó Rasputín.

Nuevamente se estaba permitiendo ciertas familiaridades que a ella no le agradaban en demasía. La tuteaba como si estuvieran al mismo nivel. "No me respeta. Se cree que soy una niña tonta a la que puede mangonear. Su títere". Para Rasputín, ella no había crecido. De alguna forma estaba negando su paso a mujer de plenos derechos. "¿Acaso sólo soy apta para engendrar hijos?".

—En lo difícil que va a ser gobernar a Rusia y el mundo cuando estemos en el poder —respondió tras unos segundos de reflexión.

—¿Difícil? No veo por qué.

—Eso demuestra por qué no todos estamos preparados para gobernar —replicó contundentemente Anastasia—. Desde niña, fui instruida en muchas artes de gobierno y cómo ejercer autoridad. Entre muchas fantasías, había una cosa que sí era cierta: el pueblo es quien nos mantiene. Desde el más rico, hasta el más pobre. Desafortunadamente no se puede tener contentos a todos. Por lo que hay que buscar el bien de la mayoría. Si beneficio sólo a los pobres, tendré a la nobleza conspirando en mi contra. Si ocurre lo contrario, será gran parte de mis súbditos los que busquen mi caída. Tengo que a satisfacer a los más que pueda, para que mi cabeza no corra peligro. Además de mi propia experiencia, en los libros tenemos varios ejemplos como termina la historia. No volveré a cometer el mismo error.

—El miedo es el arma más fuerte, Nastia. Cuando conozcan tu poder, tu... inmortalidad. Nadie será capaz de oponerse a tus deseos.

—Por lo visto no me estás escuchando, Grigori. ¿Acaso no fue Julio César apuñalado por su gente más cercana? ¿Cuántas veces Francia se opuso a sus reyes y gobernantes? Nosotros somos también un ejemplo. No es que fuéramos débiles. No importa lo fuerte que seas, siempre se puede caer.

The Red Steam RevolutionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora