Capítulo 35

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Ivana no guardaría muchos recuerdos de lo que pasó en el lapso entre el asesinato de Yuliya y su llegada a Krasnovishersk. Tan sólo había borrosas escenas en las Aleksey salía con los primeros rayos del alba cargando el cuerpo amortajado de su prometida.

Ella no estaba segura si había salido caminando o alguien la había llevado también. O si alguien había curado sus heridas en algún momento. La tortura se estaba cobrando su cansancio físico y mental. De alguna forma había llegado a la parte trasera de un camión en donde la llevaron de regreso a casa en un silencioso viaje que duró seis horas. Seis largas y difusas horas entre la vida y la muerte, entre las alucinaciones y la realidad, entre lágrimas y más lágrimas.

Nadie le habló durante el trayecto. Tampoco nadie esperaba que ella dijera nada. No había palabras que pudieran servir en aquel momento. El silencio era el regalo más preciado. Lo necesitaba para aceptar lo que había ocurrido. Darle vueltas a la serie de desafortunados sucesos y sacrificios en vano. Yuliya tendría que estar viva. No había discusión. La supervivencia de todos había sido su prioridad. Pero había fallado dolorosa y estrepitosamente.

Parpadeos continuados. Ivana tenía los ojos secos. Estaba aterida de frío después de dormir apoyada contra un árbol a pocos metros de su casa. Cerca de donde también habían correteado las dos hermanas mientras jugaban cuando eran unas mocosas. No quería ni acercarse a la puerta de un hogar destruido. No iba a dormir entre los escombros. Aunque no era precisamente los escombros lo que la preocupaban, sino la tormenta de recuerdos que prometían invadir su maltrecha paz y sus agitados sueños.

Las pesadillas la atormentaban día y noche. La misma escena se repetía en un bucle infinito donde de una forma u otra, Yuliya terminaba muerta en el suelo con un agujero sangrante en su cabeza. La peor parte llegaba cuando ella era quien empuñaba el revólver y disparaba sin contemplaciones mirando a los ojos a su hermana.

—Alyosha es mío —decía cada vez que abría fuego.

En ese momento, tan sólo deseaba morir, porque en lo más recóndito de su corazón, sentía que así era. Ivana tenía el camino allanado para conquistarlo. "¡Maldita sea sólo por pensar algo así!".

Estaba amaneciendo y la luz de un sol frío se posaba sobre su rostro haciéndole entrecerrar los ojos. Alzó la mano para cubrirlos y se quedó embobada contemplando como los rayos se filtraban entre sus dedos. En cualquier momento aparecería Aleksey. Todos los días al romper el alba iba a ver cómo estaba y a convencerla de quedarse a su casa a dormir. Y todos los días recibía la misma respuesta.

—Por favor, Iva. No puedes dormir en pleno invierno a la intemperie. Vas a morir de frío.

Ella no respondía. Seguía con su mirada perdida buscando una señal que no llegaría, una respuesta que no se había dicho, una solución que no existía. Esperaba que apareciera un lugar donde los recuerdos y la vida son una ilusión. Donde no se sufre porque no existe nada. Allí era donde quería ir. No a la casa de Aleksey. Él podría irse al infierno junto con el ejército negro, el rojo, el blanco y el de todos los malditos colores que existieran.

—Al menos come algo.

Siempre las mismas malditas palabras. ¿No era capaz de decir algo distinto? Tras la muerte de Yuli, se había tomado las atribuciones de preocuparse por ella y tratarla como si fuera su padre o su marido. "Él no es mi esposo. Ni mi familia. No es nada", pensó. Sólo la memoria hecha carne de un amor maldito que terminó llevándose todo lo que alguna vez Ivana había amado. Aunque tenía razón en algo: no podía quedarse allí, en Krasnovishersk. Tenía que marchar lejos a un lugar donde pudiera empezar de nuevo (si es que ese lugar existía, al igual que la posibilidad de un nuevo inicio para ella). Lejos de todo lo que le pudiera recordar a su antigua vida: Yuli, su madre, su hogar... Aleksey.

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