Anastasia descansaba en sus aposentos sobre la mullida cama de colchón de pluma de oca. No era para nada tan cómodo como el que una vez había usado en el palacio de Peterhof. "Así no se puede descansar bien". Había algunas manchas en las blancas sábanas que habían ganado la batalla a la triste limpieza de la servidumbre. "Si hubieran sido nuestro personal, habrían sido azotadas y echadas". Jamás habían usado ni sábanas ni colchones que no estuvieran impolutos. Tras apenas dos usos, se desechaba la ropa de cama. "Somos la realeza. No podemos dormir ni en cualquier lugar ni de cualquier forma".
Había pasado dos horas acostada dándole vueltas a las palabras de Rasputín. La necesitaba urgentemente a ella. La construcción de un imperio requería un líder, una cara reconocible y confiable: ella. Mientras tanto, él quedaría como su consejero tras las bambalinas. "Tal y como hizo durante su estancia con mi familia". Algunos vicios eran difíciles de abandonar.
Las palabras bonitas dejaban dudas que Anastasia necesitaba aclarar. Aunque no se sentía con fuerzas como para pensar más. Estaba tan cansada y aturdida que apenas se podía mantener despierta. "¿Serán efectos secundarios de mi resurrección?".
—¿Te cuesta dormir, Nastia?
—Veo que nunca aprenderás a tocar la puerta Grigori.
—Las viejas costumbres nunca mueren.
—Serás tú quien muera si no las cambias. Ya no soy la niña que una vez conociste.
—Por supuesto que no. Ya eres toda una mujer. Y nuestra emperatriz.
—¿Qué quieres realmente de mí, Grigori? —era el momento ideal para que el monje aclarara los puntos que no le cerraban—. Percibí que no estabas muy cómodo hablando con el teniente ni con el señor de la casa, quien parecía estar pintado.
—Quiero que seas la gran emperatriz de este siglo.
—No estás respondiendo mi pregunta —replicó desconfiando. Otra vez Rasputín se iba por las ramas. "No le estoy pidiendo que me explique cómo funciona la electricidad".
—Hay algo a lo que no puede negarse un hombre.
—Que es...
—A los deseos de una mujer hermosa.
—Cuando esperaba una respuesta que me satisficiera me sales con esa estupidez. Creo que deberías dejar de fumar tus hierbajos, monje. Ningún hombre va a ofrecerme todo lo que tiene sólo por ser hermosa.
—No te subestimes, Nastia. Te aseguro que todos los de la mesa de esta noche habrían hecho lo que les pidieras, si con ellos lograban tus favores.
—¿Me estás tomando por una ramera? —preguntó enfurecida Anastasia.
—En absoluto, querida. Simplemente estoy abriendo tus ojos a la realidad. Quién osaría negarte algo, a ti: la gran Emperatriz Anastasia.
—La Gran Emperatriz a la que su pueblo decidió enterrar. Si Rusia nos rechazó, ¿por qué demonios nos aceptaría el resto del mundo?
—Porque no estarás sola cuando llegue el momento.
—¿Por qué yo y no cualquiera de mis hermanas? Más preparadas, más conocidas, incluso más amadas. Yo era una nena malcriada y enfermiza.
—En el universo hay un balance que no se puede negar, Nastia. Para que algunos tengan mucho, otros tienen que tener poco. En un lugar está el mal, en otro el bien. Los cuerpos fuertes tienen almas débiles...
—Déjame adivinar: yo tengo un alma poderosa —interrumpió recelosa.
—No me importa que te burles de mí. Que estés viva es la única prueba que necesito para que entiendas que esto no es vana palabrería. Tienes un poder que no entiendes y que desconoces. Simplemente necesitas un cuerpo acorde a tu alma.
Anastasia no podía negar la evidencia. A pesar de su debilidad actual, jamás se había sentido más sana. Antes, percibía como cada célula de su cuerpo clamaba por descanso cuando no había dado más que un par de carreras. Los grandes esfuerzos la dejaban de cama. Al igual que la más leve brisa invernal, si no estaba lo suficientemente abrigada. Tenía una dieta controlada al milímetro, mientras su familia disfrutaba de opulentas cenas. ¡Hasta aquella noche! Por fin había podido comer todo lo que siempre había querido sin aquellas desoladoras consecuencias.
—¿Cuál es el precio de ese poder? Nada viene gratis. Tú y yo bien lo sabemos.
—Muchos morirán (aunque esos muchos serán los mismos que han celebrado tu muerte y la de tu familia). Otros serán quienes apoyen nuestra causa. Pero te puedo asegurar una cosa: incluso los muertos lucharán por ti.
—¿Cómo reaccionó Rusia tras el asesinato de mi familia?
—Como es lógico, los leales al zar no lo tomaron muy bien. La noticia corrió como la pólvora entre todos los bandos, con un consecuente recrudecimiento de las refriegas. Son tiempos turbulentos, querida Nastia.
—¿Cuántos tenemos a nuestro lado?
Rasputín sonrió al escuchar esas palabras de Anastasia. "Él piensa que ya me tiene. Que me conquistó. Que siga pensándolo". Tenía que emplear un poco de estrategia. Era necesario conocer qué tenía planeado antes de darle su beneplácito.
—Seremos cinco mil.
—¡Estupendo! En una guerra de millones y cientos de miles, tenemos cinco mil. Espero que cada uno de ellos sean poderosos dioses nórdicos o toda la gloria que tienes planeada, no llegará lejos.
—Los blancos caerán ante tus pies, Nastia. Nada más te vean, reconocerán a su emperatriz resucitada de entre los muertos y se nos unirán. Al fin y al cabo, eso significa tu nombre: resurrección. No habrá mayor golpe de efecto. Desmoralizará a los rojos, inflamará los corazones del pueblo y la balanza se decantará a nuestro lado.
—Esperas que ellos me vean como una suerte de mesías. Que maten y se dejen matar por mí. Pero recuerda Grigori: yo aún puedo morir.
—No estés tan segura.
—Ya sólo falta que me digas que crees que soy inmortal.
—Disculpa si me expresé mal. Por supuesto que no lo eres, pero no hay duda de que eres especial. Tienes unas habilidades que... ya irás descubriendo. Entonces, te darás cuenta de que...
—Yuliya... Moya lyubov'... Pronto estaremos juntos...
La imagen de un alto campesino hermoso y fuerte, de rasgos muy conocidos la invadió. De repente se encontró sentada sobre un muro de piedra que rodeaba una casa en no muy buen estado. El techo estaba viejo y las tejas de madera estaban podridas y agujereadas, parcheadas con otras láminas podridas y a punto de ceder. De alguna forma, Anastasia sabía que ese joven estaba allí para repararlo. Por la forma en la que él la miraba la hacía sentirse especial y cuidada. Una sensación de paz y seguridad la envolvió. Él siempre había estado con ella. Desde el primer día hasta el último.
—¡Quién eres! —exclamó mientras cerraba los ojos y se tapaba las orejas con sus manos—. ¡Sal de mi cabeza!
—¡Anastasia! —gritó preocupado Rasputín corriendo hacia ella.
—Fue desde el primer día que te vi, que no puedo dejar de verte en mis sueños, Yuli. No tuve nunca fuerzas de decirte nada porque no quería perderte. Tenía miedo. Tu amistad es lo más importante del mundo para mí. Pero ya no puedo callar más.
Recordaba ese día. Uno de los más fríos de invierno. A pocos días del cambio de año. Su corazón había latido tan fuerte que tenía miedo de que reventara en su pecho. Había soñado incontables noches con ese momento, con esa declaración.
—¡No! Yo no soy Yuli. ¡Yo no te amo!
—Siempre te amaré, Yuli. Siempre.
—¡Márchate! ¡Déjame en paz! —gritó asustada.
Repentinamente una toalla húmeda tapó su nariz y su boca. Las voces cesaron, los recuerdos se disolvieron en la oscuridad. Anastasia durmió junto con Yuliya.
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The Red Steam Revolution
Novela JuvenilEL AMOR PUEDE CAMBIAR EL DESTINO DEL MUNDO. Rusia está en guerra tras la muerte de la familia imperial. El Ejército Negro, con Rasputín al mando, busca dominar Europa con la victoria. Para ello, necesita un golpe de efecto: Anastasia, pero ella está...