Capítulo 8

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Anastasia abrió los ojos lentamente. Todo el cuerpo le dolía horrores. Al tratar de incorporarse sufrió un mareo que la obligó a acostarse en su cama de nuevo. "¿Qué diablos me ha pasado?", se preguntó. Lo último que recordaba era una voz en su cabeza. Unas imágenes de dos personas enamoradas. Anastasia era una de ellas. El otro era un joven rubio y musculoso. ¿Serían recuerdos de la anfitriona?

Sintió un movimiento a su lado. Giró la cabeza y se encontró con una sirvienta mojando una toalla en una palangana de agua fría. Se sobresaltó cuando la vio despierta.

—¿Có... cómo está, a... alteza? —tartamudeó entre el miedo y la sorpresa.

Como empleada del lord de ese palacio, sabía que Anastasia había sido asesinada a un par de pisos por debajo. La servidumbre y ciertos soldados, que no tenían ni idea de lo que se cocía allí, cuando se cruzaban con ella la miraban con terror. Pues, ¿cómo era posible que nadie pudiera sobrevivir al pelotón de fusilamiento? Era consecuente concluir que ella tenía que ser por fuerza una diosa (o el mismísimo demonio). Ante la duda, nadie la miraba a los ojos y bajaban sus cabezas cuando pasaba, conteniendo la respiración, no fuera que Anastasia les devorara el alma. "Estúpidos".

Igualmente, aunque la contemplaran con total impunidad, tan sólo los muy allegados a la Gran Duquesa podrían ver percibir los pequeños matices que la convertían en una chica diferente. Por ejemplo, la peca bajo la comisura de su labio, que le daba un toque muy sensual y que no tenía antes. "Me gusta".

Ahora entendía un poco qué es lo que buscaba Rasputín usándola a ella como abanderada de su causa. "Una reina inmortal a quien las balas no pueden vencer". Pero no era muy difícil refutar esa teoría. Con una puñalada, un disparo o veneno, ella perdería su "divinidad" y volvería a los tenebrosos brazos de la muerte.

—¿Me... me permite? —rogó la sirvienta mientras se inclinaba para poner una toalla fría sobre su frente—. Estuvo con fiebre hasta hace una hora. Temimos por su vida.

Anastasia la contempló de arriba abajo. Era joven. Tal vez un par de años mayor que ella. No muy agraciada pero delgadita. Tenía el pelo desordenado, como quien había sido despeinada recientemente. Sus ropas no estaban bien ajustadas: el nudo se notaba que había sido hecho con prisa, el cuello estaba fuera de lugar y la falda estaba muy arrugada. No le hizo falta pensar mucho el tipo de trabajo que le era requerido a la sirvienta.

—¿Cuánto tiempo llevas sirviendo en esta casa?

—De... desde mi... mi infancia... No... no sabría...

—¿Desde cuándo duermes con el Lord? —preguntó directamente recibiendo una cara de espanto por parte de la joven—. No hace falta que trates de ocultarlo. Me doy cuenta de ciertos detalles. No te olvides que soy mujer.

—Por... por favor... No le digáis nada a...

—¿Es consentido? —preguntó conociendo la respuesta: no. Ciertas marcas en su cuello que no estaban bien cubiertas daban cuenta del tipo de cariño que recibía. No recibió respuesta sino lágrimas—. Ya veo.

—Perdóneme, alteza... —balbuceó con la cabeza gacha.

—A partir de ahora, eres parte de mi servicio privado.

—Pe... pero mi señor no...

—Tu señor me importa bien poco. No respondes más a él. Sólo a mí. Por lo que, ahora me vas a ayudar a ponerme en pie y a bañarme.

La cara de la chica se había iluminado como quien la había librado de la muerte.

—¿Cómo te llamas?

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