Capítulo 27

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Los recuerdos llegaron uno tras otros. Las imágenes de la pelea que tuvo con Ivana la noche previa a su enlace. Ella amaba a su prometido y le había dicho que no iría a su boda. Había quebrado su corazón de una forma inesperada. ¡Ivana era su hermana! ¡No podía hacerle eso! Aquella noche se había acostado sin que Ivana volviera. Por un momento temió que hubiera escapado. Pero allí estaba, sobre el estrado de Ekaterimburgo protegiendo a Aleksey con su vida.

Anastasia estaba disolviéndose. Había luchado una batalla perdida desde el principio. Ella había sido en efecto asesinada. Injustamente había tomado el cuerpo de Yuliya, una joven con todo por delante. Pudiera ser que la campesina no tuviera salud, riquezas o futuro, pero tenía amor. "¿Acaso no es eso suficiente para que una mujer sea feliz?".

—Iva... —dijo costosamente.

—¿Yu... Yuli? —preguntó mientras volteaba su rostro hacia ella—. ¿Eres tú?

—Gracias...

Yuli se desplomó, siendo agarrada por Ivana antes de golpearse la cabeza contra el suelo. Mientras le acariciaba los cabellos el estrado comenzó a temblar por el efecto del rozamiento de una puerta maciza que se estaba abriendo. Rugidos y pasos pesados reverberaron estremeciendo a todos los presentes.

—¡Bienvenidos al inicio de una nueva era! —exclamó Yevgeny.

Rasputín veía entre bambalinas como su castillo de naipes había terminado por ceder y derrumbarse estrepitosamente. Todo por culpa de esa maldita niña, Ivana. No debería haberla dejado presenciar aquel acto. Debería haberla fusilado en el mismo sitio en donde habían matado a toda la familia imperial. La revolución, tal y como lo había planeado, había desaparecido.

No iba a quedarse quieto. Ni mucho menos. El espectáculo de Anastasia era sólo uno de los puntos de aquella velada. Era necesario mostrarle al mundo que, a pesar de aquel inconveniente, seguían siendo poderosos. "Mi Metalmedved, mis hombres de hojalata y mis resurrectos, demostrarán que no somos un ejército al que menospreciar".

Caminó por los pasillos que lo condujeron hacia el arsenal. Allí sus hombres lo aguardaban expectantes. Los olovanikh, sus robots, estaban preparados para actuar como primera línea de ataque. Eran necesarios un gran número de disparos para derrotarlos. Ellos abrirían el camino para que los voskresshiye, sus resucitados, mitad hombre mitad máquina, reclutaran nuevos soldados para la causa. Y si de posiciones fuertes se trataba, su oso de metal, su niña bonita, el metalmedved era el indicado. No había barricada o proyectil que pudiera vencerlo. Los explosivos no lograban más que arañar su superficie. Era el arma definitiva de ataque.

—¡Adelante mis hijos! ¡Es hora de demostrar nuestro poder! ¡Nadie debe quedar vivo en esta maldita ciudad!

El clamor de los guerreros se hizo audible en toda sala. El eco incrementó el terrorífico alarido. Las puertas se abrieron justo detrás del escenario, en donde aquellos estúpidos niños habían echado a perder su bien diseñada presentación al mundo.

—¡Oh, Rusia! ¡Contempla el poder de Rasputín!

El temblor del suelo se incrementaba por momentos. Algo se estaba acercando a ellos. Tenían que escapar de allí cuanto antes.

Ivana le sacó la mordaza a Aleksey y lo liberó de sus ataduras.

—Iva... No sé cómo...

—Averigua lo que sea después. Algo se acerca y no creo que sea agradable. Ayuda a levantarse a Yuli —organizó velozmente.

Los otros hombres que estaban maniatados y amordazados rogaban como podían que los liberara.

—No tenemos tiempo que perder —indicó Aleksey.

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