Capítulo 12: Enfermería y oclumancia

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—HARRY! —grito el profesor mientras corría a su encuentro, con sus túnicas girando a su paso en un desordenado giro.

Todos los alumnos han dejado sus calderos, sus ingredientes y su infrecuente charla. Harry Potter, el Salvador, yacía en el aula, cubierto de sangre.

Y el profesor Snape acababa de llamarlo por su nombre de pila.

Era comprensible que les resultara difícil decidir cuál de estos dos datos era más inconcebible.Con un movimiento de su varita, Snape hizo levantar el cuerpo de Harry por los aires y lo hizo aterrizar suavemente en sus brazos. Corriendo hacia su escritorio, lo limpió de las copias y otros frascos dejados allí por sus clases anteriores con otro movimiento informal y depositó a su jadeante alumno en el banco antes de volverse hacia sus cuartos años.

—Weston, corre y dile a Madam Pomfrey. Souquiez, tráeme a la directora. ¡Deprisa!—.

La débil mano de Harry cerrándose sobre su muñeca lo sobresaltó y posó sus ojos en el rostro sufriente de ella, con los ojos nublados tras sus gafas rotas y los labios temblorosos.

—No, profesor... peligroso—.

Sin quitarle los ojos de encima, Snape levantó el brazo y, con un giro de la mano, cerró la puerta de golpe. No permitir que sus alumnos se vayan como les acababa de ordenar.

—¿Quién te hizo esto, Harry?—.

—En el parque —dijo el chico, con una mueca de dolor. —Ella estaba allí...—.

—¿Quién estaba allí?—.

—Bel...¡Bellatrix!—.

Snape dio un paso atrás, sintiendo el impacto.

Sacudiendo la cabeza, se recompuso.

—No puede ser, está muerta. ¡Ya lo sabes!—.

—Mira —gimió Harry, casi desmayándose —¡Mira!—.

Y obedientemente, sabiendo que no había tiempo que perder, Snape miró los ojos verdes semicerrados.

Los terrenos del castillo. Y el lago, cubierto de escarcha.

Luego Harry, vagando solo, practicando algunos hechizos avanzados de cambio de forma.—Brillance des arbres —gruño mientras intentaba transformar un joven sauce llorón en una esfera perfecta que volara a un metro del suelo y en cuyo centro se suponía que evolucionan cien pequeños autómatas.

Un ejercicio ridículo y perfectamente inútil, según él, pero indispensablemente de conocer desde el punto de vista de Hermione.

Repitió el conjuro una vez más y vio que el árbol se volvía transparente y se llenaba de un puñado de cascanueces con forma de guardias reales, pero las marionetas no se movían y el tronco ni siquiera adquiría una vaga forma de huevo.

Con un suspiro, se alejo hacia el bosque prohibido, esperando divisar al guardabosques, lo que le daría la oportunidad de distraerse de su trabajo, cuando un grito agudo resuena a su espalda. Harry se dio la vuelta y gritó:

—¡Protego!—.

El hechizo lanzado por la mujer que camina sobre él reboto en el suelo y en los árboles, haciendo estallar una palmera desnuda cuando le golpeo de frente.

La risa de la mujer heló la sangre de Harry, que reconoció antes incluso de poner los ojos en ella, mientras otro hechizo se estrellaba contra su escudo.

—No puede ser... —murmuró, lanzando el hechizo hacia ella. —¡No puede ser! ¡Estás muerta!—.

Pero la risa que le respondío era tan parecida a la de Bellatrix, que llega a dudar.

Les Larmes du Phénix (Snarry) (Traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora