3. La otra parte

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Ese mismo día por la noche, al llegar, no había cumplido su promesa. Anya yacía dormida entre las sábanas. Al entrar en el cuarto, comprendí cómo debió de sentirse el celebérrimo Miguel Ángel al ver terminada su Piedad. Aquella belleza conseguida por fin a través del mármol. Sopesé el escalofrío que le debió entrar al poder ser testigo de aquella obra creada por la naturaleza. Y las palabras de Loren me taladraron la cabeza. Pero cómo ser lo suficientemente osado para elegir prescindir de aquel paisaje. Eso sí, un escaparate por el que pagar demasiados tributos.

No tardé mucho en deshacerme de toda la ropa. Sin darme cuenta, esa noche me metí entre las sábanas sin ropa interior. La abracé por detrás como si la hubiera echado de menos. Como si hiciera tres años que no era la misma.

La mañana siguiente no quise pasar por lo mismo. Me marché de la casa mucho antes de que ella pudiera zafarse de mis brazos para tener el desayuno preparado cuando despertara. De hecho, llegué a la oficina y me dejé caer en el sofá. Pedí que se cancelaran mis reuniones de por la mañana. Solo iba a dedicarlo a pensar. Esas eran todas mis aspiraciones.

Mientras tanto, a unos kilómetros de la oficina, otro suceso estaba teniendo lugar. Uno que se repetía con asiduidad en los últimos meses. Uno del que yo no quería ser consciente. En una esquina cualquiera de la cuidad, Anya se encontraba yendo a su destino. Unos metros en adelante alcanzó la ostentosa puerta del hotel en el que se iba a unir con ese tío al que hubo hecho mención Loren la noche anterior.

Se lanzó a sus brazos al segundo de atisbarlo en la habitación, tras recoger las llaves en la recepción de abajo. Ni siquiera respondió a sus preguntas. No tardó en despojarse de toda prenda y se entregó a aquel individuo al que no le debía nada.

Disfrutó, pero hubo algo que la alejó de la meta. Una fuerza emergente a la que se estaba enfrentando por primera vez. Por eso lo intentó una vez más. En cuanto pudo haberse recompuesto el hombre, lo tomó de nuevo. Pero esta vez se quedó más lejos aún.

—Hoy has estado espectacular. Y mira que siempre lo estás, pero es que hoy...

El chico le besó el cuello. Ella aprovechó para acariciarle las partes íntimas. Era una forma de distraer tan válida como cualquier otra.

—¿Tú crees?

Lo besó con vehemencia. Como si la saliva fuera a acabarse un momento después.

—¿No te gustaría que esto fuera a más?—tanteó él.

La pregunta no la pilló por sorpresa. Él se estaba enamorando. Ella pretendía pensar que no, pero conocía la verdad. El brillo en los ojos es demasiado revelador.

—Qué dices—desvió con ternura.

—Oh, vamos, ya sabes a qué me refiero. Nos vemos muchísimo. Y, no sé, a veces fantaseo con ver pelis contigo. ¿La nueva que salió de Netflix? Veo cómo la empezamos, y luego... lo que surja.

—Dani, estoy casada. Lo sabes.

No le gustaba tener que recordarlo en alto, aquello la hacía sentir culpable.

—Ya, créeme que lo sé—miró al suelo—. Pero dime que no lo has pensado. Que estemos juntos. Dime que puede ser una posibilidad, por pequeña que sea.

—Pues...—de repente, la honestidad pudo con ella— No.

—¿No?—lo pilló por sorpresa— Sabes que no estoy preparada para eso.

—Si es por el dinero...

—No, Dani, no es por eso.

Detuvo en seco sus palabras. Detestaba que se malinterpretara ese asunto. Que la consideraran una cualquiera.

—Eso no tiene nada que ver—y, de repente, comenzó a hablar en alto, como si la otra persona no estuviera y se lo estuviera diciendo a sí misma—. Nosotros ya lo hemos hablado. Hemos tenido mil conversaciones sobre esto. Él me ha dicho que lo dejemos si no lo quiero. Que me da lo que yo le pida... Pero yo no quiero dinero.

—¿Ah, no? Entonces, ¿qué es lo que te hace seguir con él?

—Lo quiero a él—no se pensó la respuesta.

—¿Lo quieres?

El amante sintió miedo de perder su privilegio, de que ella se diera cuenta de que quería estar con su marido. Se aproximó más a ella y la acarició con afecto.

—Es normal que tengas un cacao en la cabeza. Hace mucho que estáis juntos, amor, pero...

—Sé que no estamos bien. Y que es egoísta. Pero quiero seguir estando con él.

—¿De qué forma?—se preocupó el tercero en discordia.

—De la única forma que se puede querer estar con alguien a quien amas.

—Pero... ¿y yo?

—¿Tú? Tú no deberías de hacer estas preguntas.

Harta de que más gente la cuestionara, cogió sus cosas y se marchó. No volvió a verlo nunca más.

'Todo lo que me(n)digas'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora