8. Tan iguales y tan lejos.

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No es ninguna hazaña esto que voy a contaros. No me siento orgulloso, ni me parece ninguna eventualidad. Sino más bien una jodienda. Pero ya demasiadas veces se han dado estos paralelismos. Al otro lado de la ciudad, otra persona se follaba a otro en otro hotel. Ojalá pudiera decir que es una patraña orquestada porque me sentía mal por lo que yo estaba haciendo, pero no es así. Para Anya era casi un ritual verse a solas con otro chico.

Como el tal Dani le hubo cuestionado la última vez, se decantó por el inmediatamente anterior, ese que no veía hacía un par de semanas.

—¿Así?

En pleno acto sexual, Eduardo quería ser todo lo complaciente que pudiera. Tras esas aspiraciones solo había un hombre que no quería volver a ser dejado de lado. Aquella mujer era una diosa, os lo digo con conocimiento de causa. Qué pena que ni ella misma lo considerara así. Y qué amargura que no hiciera partícipe a nadie de todo lo que aguardaba en su interior. Pero no era yo quien decidía. Yo solo acataba.

—Eso es—repitió un par de veces. De pronto, cayó en la cuenta de algo y cortó en seco el movimiento. Se movió con rapidez a expensas de la mirada de su amante. Finalmente, encontró su sitio.

—Por detrás. Quiero por detrás.

El hombre, desubicado, obedeció. No tardó mucho en llegar él. Ella, de nuevo, disfrutaba otro fracaso. Al acabar, solo pudo llevarse las manos a la cabeza, lamentándose. ¿Qué era lo que necesitaba? ¿A dónde quería llegar a parar? Miles de cuestiones se formularon en su cabeza. Entonces, en pleno conato de dilucidarlas, Eduardo la atrajo para sí. Y todo se desvaneció en su cabeza. Suspiró.

Otra noche nada gratificante.

Un par de horas más tarde, ya esperaba en casa con esa sonrisa plastificada en su rostro. Sin embargo, al verme llegar, cambió su gesto. Ese gesto que ya tenía preparado para mí. No hicieron falta más de dos segundos para que se diera cuenta de que algo había cambiado. Y ese algo la asustó irremediablemente.

Yo me acerqué, como cada noche al llegar y encontrarla despierta.

—Buenas noches, amor. ¿Qué tal el día?—forzó.

No hubo respuesta. Me quedé mirándola desde muy cerca, interrumpiendo mi camino. Y me acerqué para abrazarla. Sé que ella hubiera correspondido, aunque hubiera sido sin ganas, ése era el papel que se había auto impuesto. Pero esta vez no lo hizo. Casi experimenté el escalofrío que la sacudió con el contacto.

Algo era diferente.

Por primera vez en mucho tiempo, Anya tuvo miedo de perderme.


'Todo lo que me(n)digas'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora