12. No sabes nada de mí.

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Con ese barullo de aquel día. Con el golpe seco de unas carpetas contra el suelo y varios papeles extraviados en el aire. Así me desperté. Con el pasado entre los sueños del presente. Y la sensación de querer volver a repetir ese alocado día en el que descubrí qué era exactamente lo que me urgía integrar en mi vida.

Ella ya se había despertado, ya no estaba a mi lado. Como si hubiera sabido qué era lo que se sucedía en mi magín y saliera disparada por miedo a represalias.

Me lo tomé con calma. Fui al baño a enjuagarme la cara. Y dejé que las gotas siguieran su curso por mi rostro antes de reprimirlas y secarlas en un gesto seco. Me duché con tranquilidad. Me vestí de ejecutivo y salí al ruedo. Enseguida se levantó de la butaca para prepararme el desayuno.

—No hace falta, yo puedo hacerlo.

No sirvió de nada.

—Tú te vas ahora a trabajar. Yo soy la que me quedo aquí. Es lo mínimo que puedo hacer.

—Ya, el caso es que no hace falta. Y prefiero que no lo hagas.

—Anda, no digas tonterías. Que te preparen el desayuno es uno de los mayores placeres de la vida.

—¿Y cuáles son los otros?

—Te has levantado guerrero hoy, ¿eh? —me ignoró—. ¿Qué tal ayer?

—Bien.

—Tuviste cena de empresa, ¿no?

—No. Solo estuvimos tomando algo. Si ves unos papeles en una carpeta amarilla, apártamelos a un lado. Son muy importantes para...

Sirvió el café y el desayuno.

—Sí, pero...

—Por cierto, ¿te ha llegado el dinero que te envié? —la pregunta la incomodó. No en sí por el contenido, sino más bien por mi intención de incluirla en un lugar en el que no procedía— Dime si necesitas más. Ya sabes que si no puedes contactar conmigo, siempre puedes llamar a...

—Vale. Pero, ¿cómo fue con Loren?—insistió.

—Anya —me puse serio y adusto— ¿por qué te importa eso ahora?

—Y tú, ¿desde cuándo pones tanto interés en ocultarme estas cosas?— soltó justo después una carcajada impostada.

—Vas a tener que decidirte un día, ¿eh? O la mujer perfecta y atenta, o... en lo que sea que te conviertas a veces.

Sin más dilación, solté la servilleta con enfado y me alejé. Cerré la puerta tras de mí, con total indignación. Volvíamos al punto de partida. El de la partida perdida. Los devaneos injustificados que no llevaban a ninguna parte. Y, en lugar de acudir al trabajo, aguardé a su salida. Tenía clarísimo que ese día Anya no lo pensaba de pasar en casa. Pero deseaba equivocarme con todas mis fuerzas.

No tardó más de quince minutos. Salió del domicilio y un taxi la recogió. Cuando analicé la situación y entendí que no podía verme, la perseguí con mi coche. Llegamos hasta la esquina de un hotel cualquiera. Caro, eso sí. Allí la esperaba un chico diferente. Otro cualquiera. Una rabia se apoderó de mí. Tardé casi un minuto en reprimir el ardor interior. Solo lloré. Eso fue lo único que no pude amedrentar. Vapuleado por vez consecutiva, fui rumbo al lugar que nos hacía mantener esta vida.

Anya se lanzó al hombre en el ascensor. No esperó. Para qué hacerlo. Al llegar a la habitación, continuó con la vehemencia. Se despojaron de la ropa. Y él penetró en ella. Llegó al cúlmen. Y finalizó la maniobra. Ella se mantuvo a un lado. No pretendía nada más de él.

Unos segundos después, ella se encendió un cigarro. Hacía años que no lo probaba, pero siempre que la situación se ponía tensa, arrojaba el paquete a su bolso, por si acaso. Comenzó a fumar. Aquella acción creó desubicación en el chico, que la observó extrañado.

—¿Todo bien?

—Dímelo tú —y le guiñó el ojo.

—No, en serio. No sabía que fumaras.

—Es que no sabes nada de mí.

—Pues me gustaría sabes. Que me dejaras acercarme a ti de otra forma.

—Tienes la que tienes. Si no te sirve, tengo más como tú.

—¿Por qué eres así? ¿Me explicas qué coño te pasa?

—Me pasa que lo intentas —se puso en pie y comenzó a vestirse— pero no me vales. Necesito cosas que tú estás a años luz de poder dar. Me voy, que se hace tarde.

Y lo dejó solo. Tal y como ella llevaba años sintiéndose.

Solo que por otros motivos.

'Todo lo que me(n)digas'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora