9. Una casi cena de reconciliación.

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Ese nuevo día se antojaba gratificante antes incluso de comenzar. La atención absoluta en mi cabeza se disputaba entre dos veleidades. Una camino de hacerse más fuerte. Otra a punto de perderse.

Respiré densamente. Me froté los ojos y me levanté de un respingo. Y allí se encontraba ella. Sin saber muy bien por qué, se había vestido elegante, aunque ciertamente informal, se había peinado y maquillado. No entendí muy bien el motivo.

—Hoy sales temprano.

—No, lo cierto es que no pensaba salir. Ayer hice todas las gestiones que hacían falta.

La miré y solté una risa apagada.

—Ah.

No iba a preguntarle el porqué de aquello. En silencio, me senté en el taburete cerca del poyete alto de la cocina, donde solíamos desayunar. Ya había preparado el festín, como de costumbre.

—De hecho, quería proponerte algo.

—Ajám—contesté, bebiendo el café, sin reparar en ella.

—Sé que no te vas a tomar el día libre hoy, por lo que había desistido de mi primera idea. Entonces, he pasado a la segunda. Me encantaría salir a cenar contigo hoy.

Ojalá haberle podido decir que sí. Haberme lanzado a sus brazos, como tanto ansiaba y haberle preguntado dónde había estado todo este tiempo, que la había extrañado demasiado. Y después nos hubiéramos ido a la cama, y le habría besado en las inglés, eso que le gustaba tanto. Hablo en pasado, porque hace mucho que no me he cerciorado de que continuara siendo así. Y por la noche, después de estar todo el día manoseándonos como nos acostumbramos a hacer los findes, la hubiera llevado al restaurante con el mejor sushi de la ciudad. A la vuelta, nos habríamos prometido que no volveríamos a ser tan necios nunca más. Que nos tendríamos en cuenta a partir de aquel instante, que no dejaríamos que ninguna minucia nos separara de nuevo. Y sellaríamos aquel pacto con más amor. Y sexo, por supuesto.

Pero desde ayer era tarde. Loren me lo habría tallado en la pared. No caigas, amigo, porque de hacerlo, volvería a empezar el calvario. Entonces, tuve que negarme... para empezar precisamente a aceptarme yo.

—Hoy imposible. Quizás mañana, aunque no puedo asegurártelo.

—No solías trabajar tanto—percibí la decepción, aunque confirmación de sus pensamientos, en sus preciosos ojos—.

—Tampoco solía ganar tanto. Eso también lo notas, ¿no?

—No hace falta que seas tan... brusco.

—Perdón—me disculpé sin ningún tono que denotara honestidad en mis palabras. Me levanté dándole el último trago.

—¿Y no puedes venir a cenar y después volverte? Aunque sea media hora. Podríamos pedir aquí algo, no sé.

No, Tiago. Sé fuerte. Una respuesta afirmativa solo retrasaría todos los avances en los que te encuentras. Niégale de nuevo, aunque para ello tengas que evitar mirarla a los ojos. Una vez más.

—Lo siento.

—Vale. Oye, por cierto. Estaría bien que...

—No te preocupes—me giré bruscamente para cortarla en seco—, le insisto a mi secretaria para que te ingrese más en tu cuenta. Esta misma tarde lo tendrás.

—Gracias.

Para cerrar la petición, se aproximó para mostrarme cariño. Iba directa a la boca, pero torcí el gesto y terminó por besarme en la mejilla. No experimenté ni dos segundos de degustación. Me marché de inmediato. Anya se quedó mirando fijamente mi partida. Y después la puerta, cuando ésta se produjo.

Casi percibí el sonido de mi corazón partiéndose en dos tras esa pared. Me dolía tanto tener que mostrarle la displicencia en la que ella se había refugiado todo este tiempo como coraza. ¿Coraza de qué? Me empeñaba en entender todo este tiempo. No soy ningún enemigo. Parecía, de alguna forma, que me culpaba por todo lo material que le aportaba. Por más que lo comentáramos una y otra vez. Sus últimas palabras repicaban en mi cabeza.

No te puedo dar más de mí. Esto es lo que soy. Esto es en lo que me he convertido. Solo puedo decirte que te sigo amando como el primer día, pero ahora esta Anya no sabe demostrártelo de otra forma. Si quieres dejarme, lo entiendo, pero yo no voy a renunciar a ti porque, simplemente, ni sé, ni puedo vivir sin ti.

Por desgracia para los dos, tendríamos que aprender a hacerlo.

No quedaba otra.

'Todo lo que me(n)digas'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora