El tiempo transcurrió.
Unas semanas después, ninguno sabíamos de la vida del otro. Loren me ayudó a organizar mi mudanza. Yo elegí no estar ahí, observando la incomodidad y el suplicio de Anya, mientras la casa de los dos se vaciaba con la pretensión de llenarnos un poquito cada uno. Por dentro. De eso que se había ido soltando con los años.
Pero cuando todo estuvo, recordé esa maldita carpeta amarilla que una vez se me cayó en algún lado. Ella la había encontrado después de que ya se hubieran llevado todas mis cosas. Al menos, eso fue lo que atestiguó. Seguramente fuera falso. Y lo sé porque yo también lo hubiera hecho. Por una oportunidad de volver a vernos. Por eso mismo fui yo a recogerla. Porque me moría de ganas por hacerlo.
Llamar al timbre de tu propia casa sin que se te hayan olvidado las llaves fue muy raro. Y descorazonador. Ella aguardaba detrás. Casi no dio tiempo a hacerme notar. El pomo ya se había girado. Y sus ojos estaban posados en mí. Aunque por escaso tiempo. Segundos. Justo cuando algo se nos rompió, ella avanzó hacia el salón. Yo la seguí. Allí, junto a la mesa, descansaba al carpeta amarilla.
—Vaya cabeza— acerté a decir.
—Menos mal, ¿no?— reprochó.
—¿Qué tal va todo?
—No hace falta que preguntes. Supongo que ambos estamos en las mismas circunstancias.
—Me refiero, además de lo evidente.
—Ahora mismo nada pesa tanto. Pero te lo agradezco—sentó las paces.
—Bueno, será mejor que me vaya— hice el amago de recoger la carpeta.
—De todas formas, una cosa que siempre he querido decirte y que nunca te dije...
—Qué suerte la mía.
—La caja. ¿Recuerdas aquella caja fea de madera donde guardaba papeles del colegio?
—Fea es ser generosos. Sí, sí que me acuerdo. Porque además tengo vinculada la sensación de ligereza que me quedó al deshacerme de ella—bromeé.
—Pues yo vendí en Wallapop los cromos esos de los Pokemon's. Lo siento, pero los odiaba. Y después de haberse perdido misteriosamente esa caja, necesitaba sentirme bien.
—No te creo. ¡Los estuve buscando meses!
—Eres tan tierno esperanzado... Bueno, ya me entiendes.
Y, aunque quisiera decir que la magia se esfumó, seguía ahí, entre nosotros. Nuestras sonrisas nostálgicas las mantenían.
—Tiago... sé que a veces las cosas pasan. Nos olvidamos de hacer algunas cosas porque nos obsesionamos con otras. Aunque nos dimos mucho tiempo de margen, solo en estas últimas semanas he podido sopesar mejor la situación. He llegado a la conclusión de que, sin dejar de quererte nunca, mi esperanza era volver a quererte como la primera vez, como nos queríamos al principio. En lugar de disfrutar de las fases, siempre condené que la primera no durara para siempre— observó mi rostro con cariño. Se aproximó a mí. Para tratar de relajar los ánimos, amplió su discurso hasta el sinsentido—. Es como cuando conduces un coche. A veces estás mucho tiempo sin conducir y te olvidas, pero después cuando vuelves, cuando lo intentas, cuando le pones empeño, cuando quieres realmente conducir, puedes convertirte en el mejor.
—¿Me estás comparando con conducir un coche?—me mofé, desubicado.
—No, joder, no te estoy comparando con eso. Solo digo que hay veces... que se puede volver atrás. Que se puede volver a mirar las cosas que uno hizo mal, que se puede...—detuvo sus palabras un par de segundos— volver a luchar. Y que, cuando uno lucha otra vez, después de haber sido derrotado, después de haber descansado lo suficiente, en algún momento... vence. Llega hasta donde haga falta. Y logra la locura que se haya propuesto.
—Esto no es un ring. Y, desde luego, no quiero que ganes ninguna batalla. Solo te pedía que hicieras lo que sentías.
—El otro día me explicabas los motivos que tenías, las razones que te habían apartado de mí. Y seguramente esperabas las mías. ¿Sabes por qué volví a ti? ¿Por qué no te dejaba?—ni siquiera dejó unos segundos para una respuesta—. Nunca te he dejado porque jamás he sentido con nadie lo que sentí contigo. Lo que experimentaba cuando nos tocábamos. Es ridículo, lo sé. Pero es así. Aún no he sentido con nadie lo que sentí contigo—repitió—. Jamás. Con ningún chico, con nadie. Todo lo que he hecho no son más que carencias que pretendía que tú salvaras. Y ya lo sé, he sido torpe. Mucho. He sido una imbécil todo este tiempo. He buscado fuera lo que quería que me dieras tú. Ya lo sé. Vale, lo sé. Pero... ya no. Ya no puedo hacer otra cosa. Me he dado cuenta tarde. Sé también que es injusto haberme dado cuenta ahora—proseguía, de forma atropellada—, porque eso significa que ahora sabemos los dos que nos queremos como siempre habíamos hecho creer al otro. Lo siento, ¿vale? Pero entiende que para mí no eres ningún coche—se redimió. Yo sonreí—. Daría todo lo que tengo, lo que tenemos, por volver a intentarlo. Porque a veces uno persigue algo y está cansado. Así nunca lo conseguirá. Las cosas hay que bregarlas cuando uno sabe que puede vencer, cuando tiene una posibilidad. Todo este tiempo lo hemos intentado sin posibilidades. Y ahora yo me veo capaz de quererte como te mereces, de quererte como lo hice una vez. Sé que ya es tarde. Lo sé y lo entiendo. Pero necesitas saber que tienes razón, que la has tenido todo el tiempo— Por primera vez desde el inicio del parlamento, respiró profundamente, resignada—. Y que tienes todo el derecho a estar cansado.
—¿Recuerdas por qué me dijiste que no querías tener hijos?— asintió en varias ocasiones, con una sonrisa sincera y preciosa— Porque había amor. Eso me dijiste. Y no ibas a permitir que nada destruyera eso. Sé que me lo dijiste de broma, pero... no puedes negar que es paradójico. Por cierto, siento lo de la caja. Me faltaron unos años para entender que lo de menos era lo vieja y fea que era (que lo era), que lo importante era el cometido que tú habías elegido para ella. La habías seleccionado, de entre todas las cajas, para guardar tus recuerdos. Todos hemos sido imbéciles alguna vez, ¿no?
Cogí la carpeta. Esta vez, sí. Me dirigí a ella. La besé en la frente. Sin decirnos nada, nos contemplamos durante un rato. Yo fui el primero en sonreír. Ella me siguió. Esa fue la última vez que lo hizo. Después me fui de la casa. Ella creyó que lloraría después. Pero fue incapaz de perder la sonrisa durante un largo periodo de tiempo.
A mí me sucedió algo parecido.
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'Todo lo que me(n)digas'
RomanceTiago se enamoró de Anya casi en el primer momento en que se tomó un segundo para mirarla a los ojos. Juntos lo construyeron todo. Sin embargo, el tiempo y el dinero los alejó, pese a seguir durmiendo en la misma cama. Algo les sucedió. Algo que nin...