6. Balances

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Ese sueño me exhortó a despertarme en un ademán violento. Anya, que estaba hasta entonces dormida, se despertó bruscamente. Me observó como si me temiera.

—¿Estás bien?—me preguntó, desde la distancia.

Ojalá me hubiera acurrucado entre sus brazos, como solía hacer ante cualquier peligro. Pero, como ya he adelantado antes, no éramos las mismas personas que nos topamos sin querer en una calle abarrotada de gente. Ya os contaré un poco más adelante cómo sucedió aquella maravillosa contingencia. Ahora nos habíamos quedado en esas pesadillas que me hacían recordar que mi presente no era tan fascinante.

—Con un poco de agua se me pasará, no te preocupes—realizó el amago de levantarse, pero la sujeté del brazo—. Voy yo, gracias.

Me costó despegarme de aquella piel. De haber sopesado el aspaviento, nunca hubiera tenido lugar. Pero así son los impulsos. Lo mismo te llevan a perder a una persona, que te obligan a mantenerte pegada a ella sin poder evadirlo.

—¿Qué tal se presenta el día?

Mientras tomaba un vaso de agua de un trago, apareció detrás, en la cocina. Otra vez esa voz que me penetraba el alma. Y de nuevo yo tenía que jugar a que pareciera que no me desarmaba. Suspiré.

—Trabajo, como siempre.

—Un día podríamos salir a cenar.

Giré la cabeza levemente, observándola. Caí.

—¿Eso quieres?

—No me gusta verte así. Últimamente tienes muchas pesadillas.

—Nada que no pueda superar la realidad, ¿no?

Pasé por su lado. Ella trató de tocarme en el camino, pero no lo logró. Mis impulsos por salir indemne jugaron a mi favor.

A la hora de comer, Loren me ordenó no hacer ningún otro plan. Mucho menos, trabajar. Quién era yo para contradecir a un grande de las finanzas.

—¿No había otro lugar?

—Un turco, tío. Es el lugar donde los presidentes de EEUU van para tomar las decisiones sin que nadie pueda verlos.

—House of Cards es mentira.

—Pero dime que no sería maravilloso.

Me senté junto a él en una mesa cuya base estaba pegajosa.

—Joder, que luego tenemos que volver a la oficina.

—Lo guay de nuestro curro es que trabajamos más por teléfono. La mitad de los días no haría falta vestirse tan cool.

—Una respuesta para todo.

—Menos para solucionar lo que te hace llevar esa cara.

El ambiente se vino abajo. Aprovechamos para pedir. Bebimos en lata.

—No me apetece hablar de eso—dejé ver.

—Qué curioso, porque a mí no me parecía bien no hablar de eso.

—No han cambiado muchas cosas desde que lo hablamos la última vez.

—Cómo que no. Me dijiste que tenías algo que contarme.

—Ayer conocí a una chica.

—No—se ilusionó repentinamente.

—Rubia—dije, provocando que se llevara la mano a la cara, sin poder creerlo.

—Dime que crees que en breves te dirá que está embarazada.

—No, pero...

—¿Cómo que "pero"? Eso sí que no me lo esperaba. Cuenta.

'Todo lo que me(n)digas'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora