7. Papeles numerados.

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"Es la tercera vez que me fallas en esta semana".

Así rezaba el mensaje que le mandé a Loren. Lo había llamado más de cinco veces. Pero ninguna respondió. Seguramente se encontraba con Gala, su mujer. El destino nos contraponía relaciones. Mientras peor me iba a mí, mejor le iba a él. Al menos, todo lo relacionado con lo sentimental. Lo más complejo, incluso me atrevería a decir.

Opté por observar el papel desgastado que Julia me hubo dejado aquella maravillosa noche. Vislumbrada la lámpara de aquel oscuro lugar, ésa que lastraba la penumbra. Volví a sonreír al darle forma en mi magín. Movía la cabeza en repetidas ocasiones, reconstruyendo en mi cabeza las conversaciones que nos habían mantenido tan cerca en nuestro primer encuentro.

Sin embargo, decliné la opción de llamarle. Había gestiones que me urgían finalizar antes. No. No debía hacer aquello. De hecho, entonces... ¿qué hacía allí? Ese bar al que había acudido por segunda vez en tan poco tiempo. Sin lugar a dudas, mi subconsciente me había conducido hasta allí porque se moría por verla.

¿Cómo era posible? En tres años jamás me había llamado la atención ninguna otra mujer. Y ella había logrado hacerme caer en las redes por todas las que no lo lograron.

Me levanté con determinación. Ya había perdido el tiempo lo suficiente. Fue cuando ella cruzó la puerta. Entoné los labios una vez más. Me sonrió, pero se quedó con sus amigas. En esta ocasión, otra de ellas fue a pedir. Había captado la señal: tenía que ser yo. Era lo justo.

Con cautela, casi a punto de claudicar en el último momento, me aproximé a la mesa de las damas.

—Buenas noches.

—Buenas noches, caballero—saludó ante las risas de sus compañeras.

—¿Podemos hablar un momento?

—Ups, creo que me he perdido algo. Chicas, ¿vosotros conocéis a este señor? Porque él claramente cree que nos conoce a nosotras.

La actitud juguetona me arrastraba hacia ella más y más.

—Disculpa, creo que no he sido apropiado. Realmente me gustaría invitarte a una copa.

—Una vez más. Quién eres—ironizó.

—Claramente, un idiota.

—Creo que ya me empieza a sonar—dijo, buscando complicidad en sus amigas.

—Pues, llegados a este punto... ¿me acompañaría usted, señorita?

—Justo me has pillado sin nada que hacer, así que...

Nos retiramos a uno de los rincones del local. Nada estiloso y muy poco íntimo. Mejor. Era exactamente lo que me apetecía para poder admirarla solo a ella.

—Iba a llamarte—mentí.

—No, no ibas a hacerlo. Y es justamente eso lo que ha hecho que convenciera a mis amigas para venir.

—¿Ah, sí?—pregunté, con mucha curiosidad.

—Cualquiera lo hubiera hecho. Por eso nunca doy mi teléfono.

—Estuve a punto de tirarlo sin darme cuenta.

—El destino no lo hubiera permitido eso.

—No sé qué hacemos aquí, la verdad. Lo que sí sé de buena mano es que no quiero estar en otro lado.

Tras mi apertura de corazón, me agarró la mano. Acto seguido, me la acarició.

—¿Quieres que volvamos de donde no debimos salir tan pronto la otra noche?—le propuse.

—Lo cierto es que no. Me gustaría irme contigo, pero preferiría a otro lugar.

Justo lo que tenía en mente, justo lo opuesto a lo que se me había ocurrido sugerirle.

Pasamos a la siguiente fase. En otro sitio. En otro pub mucho más afín a mis gustos. Mucho más cercano a su estilo. Y conversamos. Me cuesta recordar sobre qué no lo hicimos. Me recordó a esas compañeras inalcanzables de la universidad, esas que lo sabían todo. Pero que jamás se hubieran fijado en mí, porque siempre fui un pelele. Pero ahora podríamos estar en igualdad de condiciones. Y me encantaba esa posición.

—Lo siento, pero por ahí no paso.

—Cómo puedes decir que la última de Alien está a la altura, por favor. Y mira que era muy complicado no estarlo con el pibón de Fassbender—defendió.

—Vamos, estáis todas locas con él.

—¿No lo estás tú por Vikander? Me gusta hasta a mí.

—¿Ah, sí? ¿Hasta a ti?

—Si aparecieran ahora mismo por la puerta, me haría un trío con los dos.

—¿Y conmigo? ¿Qué harías conmigo entonces?

—A ti me gustaría tenerte sola para mí.

Ya sabéis qué sucede en estas ocasiones justo después. Nos comimos. Con toqueteo incluido. Por primera vez en años, sentí un delirio dentro de mí irrefrenable. No quería que aquello se detuviera jamás. Pero prácticamente todo acaba en la vida.

—¿Nos vamos?—me susurró.

Lista ella, sabía de primera mano que no le iba a decir que no. De primera mano, justamente, porque es lo que comprobaba que no podía negarme. No recordaba la última vez que me había puesto tan duro. Y aquello me pareció incluso emocionante.

Nos largamos de allí. Nos metimos en el primer hotel que encontramos en la esquina.

Sin embargo, una vez en la habitación, perdí todas las pautas para engatusar. Y me volví manso como un corderito. La miraba amedrentado, rogándole con los ojos que siguiera tocándome.

—¿Qué te parece el sitio?

—Para poderte ser completamente honesta tengo que vernos a los dos tirados en esa cama.

Por fin. Menos mal.

No pude resistirme más. Le metí la mano dentro de la falda. Y me lancé de nuevo. La besé como hubiera besado a Anya tres años atrás. No quería que se fuera. Y, en cierto sentido, me atemorizaba dejar de pensar en Julia para buscar a mi mujer. Al menos, la que lo hubo sido un tiempo. Por suerte, no me sucedió.

Cuando nos deshicimos de la ropa, ya en la cama, justo a punto de penetrarla, se giró. Empujó su culo contra mi miembro. Y éste reaccionó mucho antes de lo que lo hice yo. Tenía demasiadas ganas de hacerlo.

Una vez más, aquella chica no solo había superado todas las posibilidades sino que, además, me estaba dando mucho más de lo que necesitaba.

Eso me ponía en una situación complicada.

Pero inexorable.


'Todo lo que me(n)digas'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora