13. Cambiar de humor

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No hubo un instante en el que yo parara de darle vueltas a lo mismo. Estaba ahí, frente a ellos, en aquel hotel. ¿Por qué no hice nada? ¿Por qué no hago nada nunca, pese a ser consciente de la mayoría de descortesías a las que me somete Anya? Y no termino de aproximarme a una respuesta. Ni a una vaga. Es como una fuerza irrefrenable que me vuelve a llevar hasta ella. A perdonarla, a respetar lo que fuimos antes de este último viaje. Y aguardo por que se acabe todo. Pero no será así. De hecho, esto es solo el principio.

Así, entre la opción de volver a casa o deambular por las calles de las discotecas, opté por la segunda alternativa. Me llegó un mensaje inesperado.

"No seas tonto, pásate".

Y no lo fui. Obedecí. Una vez más, sucumbí.

Aparecí en el pub al que hacía mención. Y allí se encontraba esta nueva ilusión, alguien que al contemplarla me despertaba una sensación aletargada como las de antes. Eso me asustaba notablemente. Aunque, por otra parte, era la única forma de huir de aquel rapto al que me hallaba sometido.

—¿Tanto necesitas que te insistan?

—Oye... no quiero ser un estúpido, pero no estoy de humor.

La aclaración causó una sonrisa en su rostro.

—Entonces vamos a trabajar en eso.

—Lo digo en serio.

—Pues dejémonos de cosas serias, que a ti lo que te hace falta es sonreír.

Tres intercambios más de frases. Puntos de vista, objeciones e insistencias. Y acabamos en el baño. Este, al ser un pub diferente, estaba mucho mejor cuidado. Pero lo que estábamos haciendo seguía siendo sucio. Me había convertido en una especie de vengador desalmado. No obstante, me urgía la droga que me estaba proporcionando. Sentir algo diferente a la vacuidad. A costa de sus sentimientos incipientes, seguramente. Julia comenzó a besarme, pero yo no se lo permití. La sujeté contra la puerta y le bajé los pantalones. Ella reaccionó oponiéndose, como era normal, y optó por ser quien guiara. Yo solo me dejé llevar. Así, mientras me miraba, procedía a dejarse penetrar. Unos segundos después, llegué a mi destino. Me encantó sentirme así. Pero pronto reparé en lo gilipollas que había sido con ella.

—Lo siento, joder —y golpeé la puerta—. No te mereces esto. No quiero usarte.

—Bueno, si hemos cambiado ya tu humor, cambiemos ahora el mío.

Primero empezó a olerme con suavidad. Yo solo pude cerrar los ojos para dejarme llevar por su energía, por su esencia, por lo que quería hacer de mí. Ojalá lo consiguiera. Íbamos por buen camino, desde luego. Comencé a temblar. Sus besos fueron un bálsamo que deseaba testear toda la vida.

—¿Quieres dormir conmigo?

—No hay nada que me apetezca más.

Llegamos hasta su casa. Nos mirábamos de soslayo como dos recién enamorados. Nos sonreíamos a veces. Aguantábamos la vergüenza de desear estar junto al otro.

Nos besamos tanto tiempo que no atisbo a recordar cuánto fue. Estoy seguro, segurísimo, de que, en algún instante, empezamos a querernos.

'Todo lo que me(n)digas'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora