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El sol se levantaba animosamente con la llegada de la mañana, ascendiendo cual dios de las profundidades del océano. Aquellos, los paraísos que significaron la infancia de Venti, eran memorias que se preservaban como su más oculto y bien guardado secreto.

Haciendo un pequeño retroceso, a ese tiempo en el que no tenía preocupación alguna, sus padres solían llevarlo a la playa en determinados momentos del verano, cuando sus días estaban libres de banales celebraciones y casi parecían una verdadera familia.

La mirada del niño, inocente como ninguna se levantó al cielo azul, observando atento el movimiento de las nubes, sin darse cuenta de quien llega o quien se va, un efímero momento de paz únicamente propio de la infancia.

Desvío los ojos de los despejados cielos, mirando al frente suyo todos los adultos que estaban allí acompañados por sus niños, vestidos con trajes de baño o camisetas lo suficientemente holgadas como para no suponer una molestia con el cálido— y más adelante bochornoso— clima.

— ¡Maestro Zhongli! — escuchó llamar a su madre, una mujer entusiasta, de mirada cálida y ojos tan azules como el manto de trasnoche.

Frente a ellos, habían tres mujeres y un hombre, de edades similares, le gustó suponer a Venti. Se apresuró a correr hacia el hombre, que iba acompañado por un niño pequeño y una niña aún menor. Lo recordaba con claridad, dado que era un muy buen amigo de su familia desde que tenía uso de razón.

— Señor Zhongli. — saludó el pequeño, mirando de reojo a los dos niños.

— Venti, no te sueltes así de mi mano. — reprendió la madre. — Disculpe, maestro Zhongli. Mi hijo es algo impulsivo.

Una carcajada escapó de los labios del hombre y le dio una pequeña caricia a la cabeza de Venti.

— Si sigues corriendo así, podrías caerte. — le expresó, con su casual y profundo tono.

La mirada del niño no pudo evitar interesarse por otro infante, que acompañaba al mayor, escondido tras su pierna, dibujando tímidamente garabatos imaginarios en el pantalón de su padre.

— ¡Soy Venti! — casi grito el niño, brindándole una sonrisa al otro, que lo miró de reojo y luego se concentró nuevamente en su labor trivial de trazar círculos imaginarios.

Zhongli levantó a la niña, cargándola en sus brazos y le dio un pequeño empujón a Xiao, que se negaba a hablar.

— Lo siento, no le gusta hablar demasiado. — mencionó el hombre.

Venti soltó una carcajada y le tomó la mano a su contrario, desconcertandolo completamente.

— Ven, hagamos castillos de arena. — propuso, dando un pequeño apretón. — Si no te gusta hablar, yo puedo hacerlo por los dos.

La mano de Zhongli, que en algún momento acariciaba la espalda de Xiao fue tomaba por una mujer, de largo cabello cenizo y ojos escarlata y profundos, que siempre daban la impresión de ocultar algún secreto. Zhongli la observó, dibujando una sonrisa en sus mejillas. Era la mamá de Xiao y Ganyu, Guizhong, de belleza difícilmente comparable.

Xiao abrió los ojos, parpadeando repetidas veces en busca de adaptarse a la luz solar que se colaba por la ventana cerrada

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Xiao abrió los ojos, parpadeando repetidas veces en busca de adaptarse a la luz solar que se colaba por la ventana cerrada. Se sintió descolocado al notar como sus manos aún rodeaban el abdomen del dueño de la casa, sintió el calor subirle a la cara y la cabeza dolerle como el infierno. No podía recordar nada más allá después de prácticamente haber acabado la botella de vino la noche previa y no quería imaginar las tonterías que debería haber hecho o dicho.

Se separó lentamente, deseando no despertar al otro y fracasando en dicha misión, pues pronto sus ojos se encontraron con unos redondos orbes que se adaptaban a la luz con parpadeos exagerados.

— No quise despertarte... — murmuró Xiao. — Disculpa, ¿Tienes algún medicamento para la migraña?

— De repente tan formal otra vez. — murmuró Venti, dejando escapar una inocente risita, que se acompañó de un bostezo. — Acuéstate un rato más, te haré una...

— No hace falta. — interrumpió el otro. — Ya te cause suficientes molestias. Iré a bañarme con agua fría, quizá eso sirva.

— O quizá te duela más la cabeza. — comentó Venti, evitando la mirada de Xiao. Le irritaba un poco su comportamiento ridículamente educado.

— Lo siento, debí ser un completo fastidio anoche. — se disculpó por segunda vez.

Una ligera memoria se cruzó por la mente de Venti, consumido por la curiosidad que se había sembrado en los días lluviosos del verano y crecido con la pasada noche, preguntó.

— Una pregunta, no tienes que contestar si no quieres. — dijo Venti y Xiao se sentó cruzando las piernas, atento a responder. — ¿Por qué tienes tantas cicatrices?

— No... no me digas que tú me viste... — balbuceo Xiao, sintiendo nuevamente como su cara se ponía roja.

— No fue intencional, me pediste que te acompañara cuando te bañabas.

Venti rió, burlándose del rostro contrario, que parecía ponerse más colorado a cada momento.

— Tranquilo, no vi nada, ¿de verdad me crees capaz de aprovecharme de un pobre joven borracho? — aclaró. — aunque si fuiste bastante informativo anoche.

— Ya... basta, por favor. — dijo Xiao, avergonzado. — En fin, en contestación a tu pregunta... son a causa de acoso escolar, hay cicatrices que nunca se borraron. Pero fue hace un tiempo ya.

Venti se sintió repentinamente mal, más que por aquellas palabras, por la normalidad con la que lo contó, como quien cuenta una anécdota trivial. No pudo evitar recordar ciertas cosas y todo el dolor con el que aquel joven había lidiado en su vida.

— Oh, Xiao. — se compadecio.

— No hace falta que me comparezcas, eso es cosa del pasado. — aclaró, dándole la espalda y bajando de la cama. — ¿Me dirías dónde guardas los medicamentos?

Venti dejó escapar un suspiro y se puso en cuclillas, gateando en la cama en dirección al joven y abrazándolo por la espalda, esperando no ser rechazado en el proceso.

— ¿Qué haces? — preguntó Xiao, confundido y con la mirada fija en el piso.

— Nada, sólo te abrazo. — dijo Venti, tenía aquel característico tono mañanero. — ¿Te incomoda?

— Si. — contestó Xiao, secamente. Quizá por el malestar de la resaca, le gustaría pensar a Venti.

Dicho aquello, el de ojos aguamarina se apartó, aclarándose la garganta y sentándose en cuclillas en la cama medio deshecha.

— En el espejo del baño hay una compuerta, todos los medicamentos están allí. Las aspirinas están en una tableta. — explicó Venti, disponiéndose también a ponerse de pie y organizar un poco aquel cuarto.

Una pequeña lágrima asomó por la comisura de ojo, que limpió rápidamente, mientras sacudía la sábana.

El ardor en su piel pareció desvanecerse por un instante.



Siento que las actualizaciones sean tan lentas, pero realmente le doy muchas vueltas a cada capítulo antes de publicarlo y sobrepienso en la idea de eliminarlo.

El próximo capítulo será interesante, quizá entremos más en detalles de este pasado que todo el mundo parece esforzarse en ocultarle a Xiao. Otra vez, gracias por leer, realmente lo aprecio.

Un Respiro De Mar [XiaoVen; AU] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora